David Monthiel
1. Una alfombra roja para Julio Diamante
El cineasta Julio Diamante aparece
en el escenario del Teatro del Títere, el antiguo cine Cómico, ese refugio en
sesión doble, para entregar el premio que lleva su nombre en la gala de
clausura del Festival de cine documental Alcances 2018. Viene lento, pero
viene. Con su muleta y su magnánima vejez, Julio siempre viene, nunca falta a
Alcances. Y el día que no venga lamentaremos que muchos no recuerden sus
películas ni que escribió Blues Jondo
y que fue uno de los fundadores del Hot Club de Madrid, que le dio coba a la
censura, que aparecía en informes de la policía como alguien a detener, que dio
clases de cine, que lo echaron de esa misma escuela de cine y que mantuvo con
el torturador Conesa una charla de cine sueco durante un interrogatorio en la
DGS, que cantó ante el féretro de Luis García Berlanga:
Cuando
se muere algún pobre,
qué
triste va el entierro.
Y
cuando se muere un rico
va
la música y el clero.
Julio se planta en mitad del
escenario y recibe el aplauso del público, de las documentalistas premiadas, de
las autoridades. Ahí sigue. Y esperemos que por muchos años. Porque la
aparición de Julio es, quizá, el fundamento de una ceremonia de clausura en el
que no hay apariencias. Es un acto sin alharacas, sin mamoneitos y sin croqueteo.
Como si la alfombra roja se pusiera para que gente como Julio, bastante rojo,
pueda venir.
Y se premia y se agradece. Y se
acabó. ¿Qué más queréis?
2. Alcanzando lo inalcanzable
Ahora llega el parágrafo del
artículo en la que hago un resumen de la historia del festival para que,
ustedes, desocupados lectores, reflexionen y valoren la importancia del mismo
dentro de los festivales de cine de Andalucía. Podría empezar hablando de su
fundación de la mano de Fernando Quiñones, una suerte de protogestor cultural
que se adelantó en concepto al "II Festival internacional de...", a
las "Semanas de proyecciones de..." y a las "Muestras de
cine...". Porque Fernando se inventó una marca y un logo: una caracola que
escondía, dándole coba a la censura y la autoridad competente, el ojo de
Ernesto Guevara. Fernando ingenió algo que ahora se llama branding o naming y que
todos los eventos culturales buscan como marca dentro del mercado de
sensibilidades culturales.
Podría seguir contando que es uno de
los pocos festivales que tiene a gala no haber celebrado su primera edición. La
Autoridad Competente de 1968 la prohibió con todo programado. Podría describir
un Cádiz pobre culturalmente para resaltar la aparición de la semana cultural
como algo fundamental para la ciudad. Pero no les quiero mentir. Cultura en la
ciudad, madre del flamenco, había a espuertas desde aquel día fechado como
ochenta años después de la guerra de Troya y en el que había leyes en verso de
seis mil años de antigüedad, según Estrabón.
Lo que sí parecía faltar en el
ambiente asfixiante del franquismo para la progresía cultureta gaditana era la
vanguardia de las producciones artísticas del año revolucionario por excelencia.
Alcances quería alcanzar la nueva música, el cine del momento, quería sesiones
golfas, conversaciones eternas hasta el alba. Podría asegurar, con orgullo, que
era una semana multidisciplinar, un espacio de encuentro en el que se veían
películas, se ponían discos y se hacían esas cosas que ahora se llaman
actividades paralelas y que trufan los festivales buscando nuevos públicos,
nuevos espacios, nuevos diálogos entre arte, cine y hostelería. Y eso mucho antes
de que los hermanitos pequeños de Alcances crecieran y se tematizaran.
Podría evocar el anecdotario: la
tumultuosa proyección del Decameron de Pier Paolo Pasolini en la que se arrolló
a los extintos acomodadores, la picaresca y tangazos (otra vez) cuando se
prohibió (esta vez por la autoridad democrática) la proyección de "El
imperio de los sentidos". Podría recordar la multiplicación de los carnés
de periodistas como milagro en la cola del pase de prensa de la película
japonesa. Podría recordar el affaire
de la bandera de la URSS y su confección, a última hora, ante la petición
protocolaria del embajador. Porque Alcances tiene el honor y la gloria de ser
el primer festival que dedicó una semana al cine de la Unión Soviética.
1992. A Alcances le ponen el
sobrenombre de Muestra Cinematográfica del Atlántico. Cambian los gestores. Vinieron
los cortometrajes y los que luego fueron apellidos grandes del cine. En 2006, el
festival, como Quevedo, le preguntó al vacío y la respuesta fue: cine
documental. Hace falta un festival de cine documental, se dijo en algunas
administraciones que financian. La apuesta se adelantó tres años a la explosión
del género. El documental de creación fue la apuesta. Y el trabajo de Manuel
Jiménez, Sergio Oksman, por decir dos. Y hasta hoy. Y, por favor vean
"Hombres de sal", Premio RTVA al mejor corto andaluz al Mejor
Documental Andaluz en el Festival.
3. Diecisiete instantes para la primavera
documental
Alcances cumple años y tiene una
seña de identidad clarísima a pesar de las nostalgias paralizadoras de muchos. Es
un festival honesto. Pequeño. De riesgo. Familiar, de eso que se llama familia
grande. Que se viene arriba cada vez que puede y sigue rechazando, como
siempre, las alfombras rojas. Que apuesta por lo que ha hecho siempre: resistir
los embates del mercado y sus embaucadores con líneas y decisiones claras. La
diáspora digital obliga al criterio selectivo y a ofrecer lo mejor de la
producción actual del cine documental. Y ahí: lo clava.
El año de su quincuagésima edición vino
con nuevo logo de la caracola y una pieza que ha funcionado como instalación
audiovisual, como imagen y cartel del festival. Vino con un espacio nuevo,
desechando las salas de cines comerciales y el Teatro Falla. Ha concentrado
toda su actividad en el ECCO, el espacio de cultura contemporánea, un edificio
en el que se han desarrollado todas las actividades para regusto de los
asistentes. Conciertos, charlas, desayunos con directores, proyecciones,
cerveceo, charloteo. ¿Qué mas queréis?
¿Cosas buenas? A patás. Un público no habitual petó (llenó) el patio del ECCO en la
apertura y clausura. Y el habitual pasó de una actividad a otra con la suavidad
de las cosas fáciles y sencillas. Alcances sigue palante. Con sesión retrospectiva del cine mítico, ese que algunos
echan de menos sin necesidad. Con mayoría de mujeres documentalistas y
premiadas. "Mikele" de Ekhiñe Etxeberria y "Wan Xia, la última
luz del atardecer" de Silvia Rey, consiguieron los premios de Mejor Mediometraje
y Mejor Cortometraje. "Todas las mulleres que coñezo" de Xiana do
Teixeiro, consiguió el Premio del Público y un debate posterior a la proyección
de cincuenta minutos. El resultado, a mi entender, es un acierto. A pesar de
las dificultades, los ajustes al nuevo entorno y los problemas a resolver sobre
el sonido y la comodidad de las salas.
Y ya. La primera novela de la serie Stirlitz, mal llamado por publicistas
como el James Bond soviético, escrita por Yulian Semionov, se titulaba
"Diamantes para la dictadura del proletariado". Acaban de reeditarla.
Y me sirve para reclamar un, dos, tres, cien Julios Diamantes para la dictadura
del cine comercial. Larga vida a Alcances.