24 agosto 2017

NARRATIVA METÍA EN MANTECA

Prólogo del libro que complila la obra ganadora (Bea Aragón) y la finalista (Ana María Osborne) del III Concurso de Relatos Cortos "Café de Levante".





David Monthiel



Contar historias no es algo que se haga de forma inocente. Se pueden contar las penas y alegrías de un campesino ruso, las penalidades de los cosacos, o la cantidad de nihilismo que alberga un joven dinámico, y vanguardia de la modernidad, para matar por placer, con saña, sadismo y una sonrisa, a parte de su comunidad. Se puede  narrar la vida y el habla de un gueto de Baltimore o la correlación de debilidades de un instituto estadounidense. Y podemos comprenderlas y asumirlas como propias. Identificarnos. Escribirlas nosotros. Pensar que hablan de nosotras con la ingenuidad de un muerto viviente. Aunque no hablen de nosotras.

            ¿Quién contará las miserias y grandezas de La Baja Andalucía, reino de Taifa que tan bien conocieron Silvio Fernández Melgarejo y Antonio Chacón? ¿Quién rebatirá la larga lista de tópicos que los viajeros románticos nos legaron como un fardo con el que cargamos? ¿Cómo destruir esas miradas coloniales que muchos repiten como educación sentimental y hacen caja? ¿Quién acabará con los roles subalternos, los costumbristas, para aparecer en sus historias, esas que importan para el mercado: la chacha, la lozana andaluza, el pícaro tartanero, el gracioso, la Carmen, el gitanito, la Lola, el currante no especializado, el flojo, el artista cani carne de lista de éxitos? ¿Quiénes bebieron hasta saciarse y luego rompieron las botellas? ¿Quiénes expurgaron los fardos de Pericón? ¿No tuvimos ya suficientes relatos sobre grises funcionarios solitarios en grandes y deshumanizadas ciudades, sobre solteros infértiles que se debatían entre la neurosis y el aburrimiento? ¿No tuvimos suficiente de esa narrativa aséptica y colonial que imita la forma de narrar de otros localismos más fuertes o con más difusión y cancha en el mercado?

            Necesitamos otro tipo de historias, esas que nunca leímos sobre nosotras mismas, que nunca suceden en contextos en los que atesoramos fuertes experiencias vitales, como en el carnaval, la playa, la ratonera de calles, la plaza de abastos, los baches, el café de Levante, los descampaos, las salinas, los bloques del Campo del Sur y los de la punta de San Felipe. Historias que pasan al otro lado del tabique o del muro de piedra ostinonera que escupe agua y te tira calichas al suelo hidráulico, que suceden en patios de vecinos donde existe el sentido de la comunidad y la maldad enquistada de la vida en común, historias de esa esquinita donde tres puretas, con la camisa desabrochada, fuman porros y venden una cajita de caballas, de camareras de un bar donde paran los intelectuales provincianos. Necesitamos que sea contada la azarosa vida de un baratillero que todos los domingos por la mañana vende su quincalla sacada de la basura o de la limosna. Historias que hablen de que las intuiciones teóricas y críticas de las vanguardias europeas e históricas (dadaísmo, surrealismo, situacionismo) las llevamos a cabo aquí. Diariamente. Desde siempre. Y de forma popular ¿No merece eso ser contado? ¿Dónde están los cinco mil novelistas andaluces de los que hablaba Manuel Vázquez Montalbán en Asesinato en el Comité Central?

             Porque ni el slang de New Orleans, las mafias del Bronx o las cuitas de un centroeuropeo valen más (o son más guays, que diría Bourdieu) que la jerga de un caletero o las fatiguitas de una anciana en El Cerro del Moro. Aunque muchos defiendan que sí lo son y lo crean y tachen de costumbrista y localista discursos narrativos "metíos en manteca". Relatos para mojar pan en la literatura de verdad, en la que se habla de la gente de abajo, de las víctimas, de los que sufren. Donde late la vida. Al otro lado de los suplementos, los premios, de las operaciones editoriales, en las casetas de las ferias del libro, en las calles ¿había o hay voces flameantes que ya nadie escucha? ¿Hay boquetes, tabernas, viejos que narran, mujeres que hilan su historia de fatigas y alegrías? ¿Es ese narrar un decir que es un hacer, fruto de la necesidad que brota?