25 junio 2007

Tiempo de fujitsu (guarde silencio y lea)

Wu ming 6
InSurgente.org


En la escritura musical, ese lenguaje que danza sobre cinco líneas y cinco espacios, el silencio es figura que se garabatea entre las negras y corcheas, se ofrece a la escucha como paradoja escrita de lo que no se oirá. Cada nota figurada posee su reverso silencioso, su valor callado. Una figura que mide el silencio. Un despiste o la falta de destreza al colocar un silencio puede arruinar la más hermosa composición o echar abajo toda una trama de especulación inmobiliaria.

En el lenguaje verbal también se grafía el silencio. Las comas, como éstas, dosifican la lectura y administran el silencio, encharcan el texto con pequeñas gotas en las que paradójicamente nos sumergimos para emerger un segundo después y así respirar. Los puntos suspensivos dejan colgado el discurso, lo suspenden. Pero el valor de estos puntos depende de la palabra que los antecede. No no-dicen lo mismo estos de Ah de la vida... que silencios incógnitos encontrados en las geografías de las novelas que describen un lugar llamado S...

El silencio: guardar silencio, enmudecer, no decir nada: vasta metáfora de un mundo en el que se dice todo. Desde el silencio-renuncia de Rimbaud hasta el minuto de silencio en el estadio. Desde el silencio que no traiciona a amigos en los sótanos a la fotografía de la enfermera posando su dedo aséptico sobre unos fríos labios de hospital. El silencio social: incómodo en los ascensores. El sonido del silencio en las gargantas de Paul y Art y los gritos del silencio de Joffé. El silencio en mitad de una monstruosidad orquestal de Shostakovich. Una tregua en el alarido arisco e independiente de Ian Mackaye. Su valor. Y el cine, mudo.

Nuestras sociedades enfermas y neuróticas de ruidos, estímulos y sonoridades (lo que se llama la contaminación acústica) han embrionado desde el desarrollo industrial una pasión que ha naturalizado el ruido como recurso musical. Del rudimento kraftwerkiano de sintetizadores analógicos hasta la creatividad artificial de las máquinas de Cornelius o Bjork. Desde lejanos armatostes que llenaban toda una habitación hasta portátiles que constatan la total adhesión protoolista. En las formas musicales modernas, la carencia de silencio es una tónica de burbujeante uso compulsivo y síntoma neurótico de horror vacui sónico: desde las escasas dosis ramonianas de la ira juvenil (fiel reflejo del speed ontológico) hasta su inutilidad en la bestialidad sonora del black metal. El silencio se ha convertido en algo parecido a la tradición musical india que considera que el silencio siempre continúa.

Ya lo decía el músico John Cage: “Esto es lo que llamo silencio: un estado libre de intención; y en consecuencia no disponemos de ningún silencio en el mundo. Estamos en un mundo de sonidos. Le llamamos silencio cuando no encontramos una conexión directa con las intenciones que producen los sonidos. Decimos que es un mundo silencioso (quieto) cuando en virtud de nuestra ausencia de intención, no nos parece que haya muchos sonidos. Cuando nos parece que hay muchos, decimos que hay ruido. Pero entre un silencio silencioso y un silencio lleno de ruidos, no hay una diferencia realmente esencial. Esto que va del silencio al ruido, es el estado de no-intención, y es este estado el que me interesa".

Sabía bien el músico que compuso 4'33' que para tener silencio, ese estado de no-intención, hace falta escuchar lo que se oculta tras los sonidos dominantes. Así, podríamos contar la historia de un hombre que va a escuchar una pieza musical y se encuentra con que el pianista, insigne músico y reconocido instrumentista, cierra la tapa del piano al comienzo de la pieza y lo abre al final de esta misma. O la historia de esa mujer que cada día, desde el timbrazo del despertador hasta la última nota que es capaz de percibir antes de caer al sueño, recibe miles de estímulos patrocinados y sonidos con marca dirigidos a su oído y no como esos del “Acto de navidad” de Hugo Ball:

El viento: f f f f f f f f f fff f ffff t t Sonido de la Nochebuena: hmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm Los pastores: He holah, he holah, he holah. Sirenas. Ocarina.---- crescendo. (Ascensión a una montaña) Chasquidos de látigo, Cascos. El viento: f f f f f f f f f f f ffffffffffffffffffffffffffffff t.

Si desplazamos un milímetro lo sentidos, además de poder cantar el sermón microfísco riechmanniano, utilizando el pensamiento de Cage, podríamos afirmar que el videoclip de la sinfonía de horror que consumimos todos los días delante de la televisión (de la cual son partitura los periódicos y BSO las radios) es el Sonido. Sonido, más bien ruido blanco, concierto del capital. El sonido y la furia de una máquina imparable, de enormes cadenas, convertidos en ondas que trepan hasta el nervio auditivo para conformar la banda sonora de nuestras aburridas vidas. De esta manera, el silencio, a la manera de Cage, sería aquello que pasa desapercibido bajo la rotunda potencia sonora de los mensajes y promociones. La publicidad, como sabemos, no respeta el volumen que hemos elegido para nuestro televisor y se permite subirnos el sonido para llamar la atención de su importancia al descanso en la película ruidosa que contemplamos callados.

El silencio estaría en aquellas noticias que realmente conmocionan por su amordazado valor bajo el estruendo informativo-económico de los media. Así que la manipulación informativa sería, en este caso, un recurso de las grandes corporaciones para matizar; la manipulación es un regulador de sonido fortissimo (ff) que apenas ya distinguimos, por costumbre, como un piano cotidiano con algunos crescendos como, por ejemplo, el caso de la no concesión a RCTV o los smorzandos informativos como las guerras-noticia del mundo. Entre los matices podemos encontrarnos con los matices agógicos: son aquellos que indican el ritmo o la velocidad a la que una parte de la obra (o ésta en su totalidad) ha de ser interpretada. Como eso tan lejano ya de ce ce o o, el ácido bórico y la mochila y cualquiera de los informativos COPErnicanos o de Telemadrid. Los dinámicos se indican por signos llamados reguladores y por términos en italiano, nos dan un forte para noticias en relación a las ganancias de un banco y un pianissimo para las rectificaciones sobre las mentiras vertidas sobre Venezuela en estos últimos años.

Falta u omisión de algo por escrito, dice el Drae. Eso también es el silencio. Acaso podríamos referirnos al silencio de los historiadores contemporáneos o a su ruidismo sobre la guerra civil. También al silencio de la ley. O como la muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante para aquellos que desean controlar a las protestas silenciosas.

Aún así, el silencio es uno de los valores al alza en nuestra civilización de tráfico y decibelios que un yanomami consideraría la más absoluta puerta a la locura, como muestra la campaña publicitaria de aires acondicionados Fujitsu ("el silencio"). Un juez grita: “¡Fujitsu! en la sala”, un cura entona el que guarde fujitsu para siempre y una maestra “¡Un poquito de Fujitsu, niños!” Es la Ley del Enfoque: El principio más poderoso en marketing, según los eruditos y mentalistas, es poseer una palabra en la mente de los clientes. Que viene precedida de la Ley de la percepción (el marketing no es una batalla de productos, sino de percepciones) y seguida de la Ley de la exclusividad (Dos empresas no pueden poseer la misma palabra en la mente de los clientes). Parece que los que teorizan sobre marketing nunca han intentado darse de baja de una multinacional de la comunicación ni han encuestado su opinión a los que homéricamente lo consiguieron.

Estas leyes inmutables del marketing publicitario, a propósito del fujitsu, nos recuerda aquella frase de Unamuno: “A veces, el silencio es la peor mentira”. En cuestiones de apropiación de lenguaje y de significado, las palabras y las frases (slogans) trade mark se usan bajo pago de los derechos de reproducción. Se registran. Se parcelan. Y así nos encontramos con la historia de un actor con bigote pintado y gafas redondas que escribe una carta a un gran estudio en la protesta por el veto de la gran compañía al uso de una palabra en el título de la película que rueda el actor. “Decís que el nombre de Casablanca es vuestro y que nadie más lo puede usar sin vuestro permiso, ¿qué pasa con "Hermanos Warner" (Warner Bros)? ¿También eso es vuestro? Es posible que podáis usar el nombre "Warner". Pero nunca la parte "Hermanos", profesionalmente, nosotros éramos "Hermanos" mucho antes que vosotros.”

Siguiendo aquí también la analogía por sustitución o metonimia funcional de un aparato que gestiona la temperatura (como ese software que regula el correo o ese que limpia solo el horno) la extraordinaria obra de Martín Santos se convertirá en muchísimo más actual con su “Tiempo de fujitsus”. Entendiendo el fujitsu como metáfora del consumo silencioso de aire limpio y a buena temperatura cuando el primero está condenado a desaparecer y la segunda va a incrementarse por aquello del CO2 y lo de Kioto.

Los momentos allbran los pasamos pensando en verde y en por qué donde vamos no triunfamos; pero nos damos un kitkat y sabemos que lo bueno sale bien porque yo lo valgo, que no somos mediamart ni imbéciles. Entonces nos apetece un día redondo y quedamos con los amigos que vieron jugar a Maradona y a Gordillo. Nos dirigimos al hardrock y a los lugares de ocio Heineken. Si vivimos en la “ciudad que sonríe” no nos queda más remedio que dibujar, cuando menos se lo esperan, la carcajada, negra y profunda.

Si utilizáramos la metonimia del creativo asignando, no la cualidad del producto o su representación espectacular como forma de vida con valores que se compran y se pueden hasta descambiar, sino lo que realmente provocan, lo silenciado, podríamos sustituir la palabra guerra con el nombre de la compañía que realmente se beneficia de la venta de armas. La General Dynamics de Irak; la Inisel de Sudán, La Indra del golfo. Las Lockheed Martin de Chechenia o la Northrop Grumman de Sri Lanka.

O la explotación infantil; con la adidas de Pakistán que afecta a tantos niños y niñas. La disney de sus fábricas deslocalizadas en las que se trabaja doce horas. ¡Fujitsu, niños! Que vamos a hablar de la starbucks de Bolivia. El monsanto del diablo con Mia Farrow, la huelga en la novartis pública y sus médicos. El unitedfruit por la liberación liberal de Colombia. La Repsol amazónica. Los momentos cocacola vividos en las últimas protestas en Alemania contra el G8. El dowquemical que respiramos todos los días.

-Tengo que hacer ejercicios, estoy macdonalds.

Y cómo no hablar de literatura con la corriente de la poesía del fujitsu en la que se dan patadas de taijitsu. Pronto llegarán los haikus de Kaiku.

Tenemos ejemplos para que usted, ocioso lector, elija y metonimee: Shell, General Motors, Ford, Exxon, IBM, Exxon, AT&T, Mitsubishi, Mitsui, Merck, Toyota, Philip Morris, General Electric, Unilever, Fiat, British Petroleum, Mobil, Philips, Intel, DuPont, Standard, Bayer, Alcatel Alston, Volkswagen, Matsushita, Basf, Siemens, Sony, Brown Bovery, Bat, Elf, Coca-Cola, Microsoft, Cisco, Oracle, IBJ/DKB/Fuji, el Deutsche, BNP/Paribas, UBS, Citigroup, Bank of America, Tokio/Mitsubishi...Santander, Telefonica … (silencio meditativo)

La palabra es plata y el silencio es oro, dice el acervo popular. Prueben a ver la televisión sin sonido. Olviden el ruido blanco con el que acaban todas las grabaciones. Las palabras se ensucian con denotación de guerra. El silencio ruidoso apenas es una nota escrita en la vastedad de cientos de racimos de corcheas sangrientas e injustas. Posibilidades silenciosas tenemos desde el detournement, la semiótica del subvertising hasta la reapropiación semántica que nos invita...

al asalto la palabra tomad.

Despedazadla, romped la avidez de tenerla.

Robadla de las torres y las fronteras,

de los movimientos del cuerpo bajo el sol,

salvadla de la brazada del negro significado,

del charco angosto, helado, del miedo.

Fragmentadla. Letra a letra,

esquirla, nuez, cáscara,

iremos componiendo una palabra

mil veces dicha,

mil veces rota, mil veces en hiel trocada,

mil veces dicha y olvidada.

Y si no, pues ya lo decían Depeche mode con tapones en los oídos en “Enjoy the silence”. Todo lo que siempre necesite, está aquí en mis brazos. Las palabras son muy innecesarias. Sólo pueden hacer daño. Un perro que ladra, el viento entre nuestras manos, o los pájaros que cantan. Alguien que nos susurra te quiero bajo la desconcertante música de los móviles. Sonidos en un planeta solitario. Más adelante, en otoño/ se aposentan en los chopos grandes bandadas de cornejas./Pero durante todo el verano/ como en la zona no hay pájaros/ sólo escucho sonidos humanos./Y me pongo contento.

21 junio 2007

De Leer con niños, Santiago Alba Rico



De amor hay que decir: es inmoral, es impolítico, es materialista. Y sin embargo, el conocimiento de la bondad, la posibilidad del cambio social, la existencia misma de los números -como formas del espíritu- depende del hecho irreductible e inexplicable de que dos criaturas que no se conocen se reconozcan a lo lejos y atraviesen un desierto o una multitud para unir un instante sus bocas para siempre.
El amor es inmoral. Después del pecado original, Adán y Eva bajan avergonzados los ojos; los enamorados en una inversión en sí misma muy elocuente, los vuelven a levantar. (...) Toda la diferencia entre sujeto y objeto se subsume en esta frontera: el sujeto, sólo es capaz de mirar y de construir por tanto "objetivos", rehúye ser mirado; el objeto, privado de ojos e incapaz de fundar un mundo, se presta a ser explotado, penetrado, medido y desnudado. La altísima responsabilidad del hombre en el universo se deriva justamente de esta generosidad.
El amor constituye un pecado y un milagro. Ignorando la prohibición fundamental y milenaria, da permiso para mirar. Sólo los enamorados no bajan nunca los ojos, Pero esta autorización criminal les lleva mucho más lejos. Pues el amor subvierte todos los principios de aprehensión gnoseológica instaurando un régimen -único e imposible- en le que dos objetos se constituyen el uno frente al otro, el uno para el otro, a través de la mirada. Es decir, una especie de ciencia nueva -más escandalosa que la geometría no euclidiana, la física cuántica o la matemática de la discontinuidad- en la que no hay ningún sujeto y hay sin embargo conocimiento. A través del permiso para mirar los enamorados producen dos "cosas", frente a frente, que pueden contemplarse -y explorarse, penetrarse, medirse- recíprocamente, hay siempre dos Montañas qu emiran -y que quieren treparse hasta la cima.
El enamorado, objeto para el amado, hace de éste un objeto con su mirada. Y, mediante fórmulas más o menos refinadas, con pocas variaciones a lo largo de os siglos, le enviste una y otra vez de ésta su nueva condición: "No me importa que seas alt@, bell@, e inteligente; no me importa que hables y te sostengas en pie; no me importa que tengas alma; ni siquiera me importa que seas una mujer (o un hombre). Te amo."
Dos enamorados, frente a frente, se constituyen en objeto el uno para el otro; se convierten, valga decir, en criaturas frágiles, amenazadas, inermes, expuestas a exploración, penetración, cálculo, desnudamiento. Expuestas potencialmente al exterminio. ¿Por qué entonces se sienten tan seguras? ¿Qué es lo que les pone a cubierto de todo mal? El hecho precisamente de que no haya ningún sujeto que pueda hacerles daño.
El cristianismo, que invita a querer al esposo, en nombre del respeto y la tolerancia recíprocos, eleva a los hombres una exhortación heroica y fatalmente condenada al fracaso: dos "personas" no pueden rozarse sin herirse, no pueden medirse sin intentar someterse. Para los enamorados, que no se respetan, que no buscan comprenderse, que ni siquiera lelgan a "quererse", es mucho más fácil: "Soy una cosa, soy tuyo, haz conmigo lo que quieras". Y ninguno de los dos tiene miedo.
Los enamorados que podrían devorarse, se acarician.(...)
El amor es impolítico. Viola los fundamentos de todo contrato social. (...) dos criaturas que se empeñan en estar muy juntas allí donde hay mucho espacio, que quieren estar solas en medio de mucha gente, que fundan en cada abrazo los límetes insociables de una nación secesionista. (...) Evans-Pritchard, el gran antropólogo inglés, cuenta la anécota de una tribu sudafricana que envió una delegación ante el gobierno británico en Pretoria para protestar poe el hecho de que los blancos hubiesen introducido en sus poblados el amor. Órdenes de parentesco y procedimientos de intercambio que había demostrado su inestabilidad y eficacia durante siglos estaban a punto de venirse abajo por esta tara de la civilización. (...) Toda sociedad que descubre el amor se enfrenta a una amenaza que toca el corazón mismo de sus instituciones. (...) El poeta portugués Daniel Filipe se representa en su Invençao de amor a los enamorados en la clandestinidad, como conspiradores y dinamiteros, asediados por la policía, denunciados por los vecinos, perseguidos por la justicia, desplazando la sede de sus abrazos por toda la ciudad sin pensar jamás en la capitulación. En las sociedades holísticas, en las que el cuerpo social regula todos los comportamientos idiosincráticos, se suele dar caza a los insurgentes, se les obliga a bajar los ojos y se los quema después en la plaza pública. En las timocracias, más benignas, donde el sentido del honor no compromete las conexiones colectivas, a los dos rebeldes se les fuerza sencillamente a legalizar su situación.
El amor, finalmente, es materialista. Quiere que la inteligencia del amado tenga dientes, que su generosidad tenga una cadera, que sus opiniones tengan dos hombros; quiere que su carácter -esa vaga nube de moscas- esté encarnado, com el dios de los cristianos. El amor se pasa el día contándole las piernas y las orejas al amado, sin quedarse jamás tranquilo con la cuenta: Le dice, es verdad: "No me importa que seas bajo o inteligente, no me importa que seas un hombre o una mujer. Qué le vamos a hacer. Te amo. Y también le dice: No sé cuántas tienes por eso te las estoy contando todo el rato, pero me importa que tengas piernas y orejas y manos y dos incontrables brazos en los costados. Aún más: me improta que tengas cuerpo, aunque te los lleves lejos de mí. Quiero que te siga creciendo el pelo, incluso en Suecia, donde no puedo verte, y que en Australia lo lleves bien peinado.

15 junio 2007

DEPRESALIA

Comienza como un daño del tiempo

en mitad de la vida en tus ojos.

Viene con sus sicarios tan sombríos,

a traición, exigiendo una venganza

de indigna y pequeña alma.

Siempre ajusta las cuentas con los días

tachados, con los días perdidos,

a golpes de hiel, a golpes de inercia

a golpes de desesperanza.

A golpes.

La depresalia, espina tragada.

Erizo, amor, la ira, el vértigo,

comienza en nuestras manos

en las que aún quedan palabras.

Comienza cuando nos fuerza

a agachar la cabeza.

Cuando en nuestros pies aún quedan verbos.

14 junio 2007

DESOLATION ROW

Ceden a la mecánica nocturna

las mujeres que bajan al puerto

para entregar su sombra. La niebla

es tul de una danza ebria y trastabillada.

El invierno de las tabernas ciñe

a las desesperadas tripulaciones

en la vieja calle de la reconversión,

tan muerta para soñar.

Tan corto el resuello y poco por retroceder,

abrazan los hombres cuerpos

que no son nada, cadáveres a sábana descubierta.

Abrazan nombres de barcos hundidos,

caen en brazos de un eco a tempestad.

Se derraman en la piel como limo,

estas caricias, flores de espuma sucia,

una escarcha de fractales de soledad.

Sucede que dos náufragos se agarran

y se beben el dolor, las dudas,

cuando se engullen el coral ajado,

cuando se derraman las caracolas

donde recogieron las lágrimas.

Al alba atizan los arpones oxidados,

naufragando en tierra adentro.

Al alba, panza arriba como muertos peces,

van naufragando sábana adentro.



de "Libro de la servidumbre"

10 junio 2007

John Berger al habla


Es curioso cómo el campesinado ha pasado de considerarse una fuerza social esencialmente conservadora a convertirse en una de esas «bolsas de resistencia», como usted las llama en El tamaño de una bolsa.

Sí, exacto. Esto me trae a la memoria un capítulo oculto de la historia soviética que supongo que no tardará en difundirse: durante el régimen soviético, hubo gente que intentó resistir la colectivización forzada del campesinado. Mantuvieron una lucha increíble que, al final, perdieron. Hay un libro magnífico, escrito por un economista ruso, Theodor Shanin, que cuenta todo lo que pasó durante las décadas de 1920, 1930 y 1940, un conflicto tremendo íntimamente relacionado con ese malentendido presente en la teoría marxista.

Hablando de marxismo, sus libros siempre me han parecido una ilustración de los distintos aspectos de la conocida frase de Marx «todo lo sólido se desvanece en el aire»…

Sí, tiene razón. No había pensado en ello y, la verdad, no tengo nada que añadir. Es muy cierto. En este tipo de entrevistas suele pasar que el entrevistado aprende del entrevistador… El ruido habitual –pitidos, sirenas de ambulancias y coches de policía– de la confluencia de Gran Vía con Alcalá lleva ya un rato haciéndole echar miradas furtivas hacia la ventana. Enarca las cejas y me pregunta: «¿Qué pasa?». Cuando le digo que no pasa nada sonríe incrédulo. Insisto en que eso es «normal» y estalla en carcajadas, atónito ante el hecho de que alguien pueda vivir o trabajar en un lugar semejante.

Tengo entendido que cuando ganó el Booker Prize en 1972, con G., donó la mitad del dinero del premio al movimiento Black Panther. ¿Entregaría hoy el dinero a alguna organización semejante o temería ser acusado de financiar el terrorismo?

Bueno, no creo que esa pregunta pueda plantearse como una disyuntiva. Por supuesto que existen hoy diversas organizaciones a las que daría dinero y por supuesto que sería acusado de financiar el terrorismo, pero eso no me detendría. En la época de los Black Panthers la palabra terrorismo no se usaba tanto, ni tampoco había una guerra contra el terror en marcha. Aunque lo cierto es que ya desde mediados del siglo xix, quienes ejercían un poder excesivo e injustificado sobre la gran mayoría, cuando se encontraban con una resistencia activa, los acusaban de terroristas. Y como escribí tras el 11-S –y no pretendo hacer una comparación, tan sólo un recordatorio–, las dos bombas atómicas lanzadas en Japón fueron propias de un ataque terrorista. No sólo porque crearon un grandísimo terror, sino también porque no eran estratégicamente necesarias. Pero, claro, los Goliats siempre han llamado terroristas a los Davides.

En el epílogo de Un pintor de nuestro tiempo dice que hoy en día no podemos imaginarnos el miedo que se sentía hace unas décadas ante la posibilidad de una guerra nuclear. Creo que tampoco podemos imaginar que hubiera expectativas fundadas de que se pudiera producir un cambio social radical. ¿Tenía usted por aquel entonces la esperanza de que algo así pudiera ocurrir?

Lo curioso es que, entonces, incluso fuera de un contexto explícitamente político, había una atmósfera de esperanza inusitadamente fuerte. Hará un mes aproximadamente vi la película de los Beatles A Hard Day’s Night, de 1964. Ya la había visto en su momento, pero esta vez me ha parecido absolutamente extraordinaria, porque se podía percibir ese sentimiento de esperanza a lo largo de toda la película. Y no porque los Beatles fueran jóvenes entonces; tenía que ver con el momento que se estaba viviendo. En el Reino Unido éramos conscientes de que estábamos atravesando un gran momento, de que estábamos siendo partícipes de algo muy importante y quizás esa explosión de la esperanza fue fruto, en parte, de esa sensación, algo que resulta mucho más evidente ahora que entonces. Quizá para comprenderlo mejor habría que hacer una comparación con el momento actual, en el que la esperanza parece brillar por su ausencia. A principios de la década de los cincuenta, la gente tenía la sensación de que la historia cambiaba muy rápidamente: la derrota del nazismo, la desintegración de los imperios coloniales, los movimientos de independencia… También había cosas negativas, por supuesto, como el descubrimiento de las armas atómicas, pero la cuestión es que todos esos acontecimientos tuvieron lugar en el transcurso de un lustro o de una década, lo que hacía a la gente tener la sensación de que un lapso tan breve contenía la posibilidad de un cambio enorme. En la actualidad, pese a la rapidez del cambio tecnológico, el sentido de cambio histórico se ha ralentizado muchísimo, se ha vuelto casi imperceptible. Así que ahora llegamos a la idea de paciencia, de paciencia histórica; tal vez deberíamos empezar a pensar en lapsos de cincuenta años o de un siglo en lugar de pensar en términos de décadas o lustros. Y esta situación, naturalmente, modifica la manera en que se expresa la esperanza. No sé si me estoy explicando bien…

Sí, creo que sí: está usted siendo, en cierto modo, optimista…

No, no. Veamos, la gente habla de optimismo y de pesimismo, y creo que son palabras un tanto delicadas… Hoy en día todo está basado en el mercado: de acuerdo a ciertos cálculos, ¿es éste un buen momento o un mal momento? La esperanza es algo muy diferente del optimismo, y querría subrayar esta distinción. Cuando se vive en un período de expectativas inmediatas, como en aquel momento, en el que parece que todo puede pasar, es fácil pensar en cómo las luchas políticas, las luchas por la justicia, podrían unirse en una sola lucha y lo cerca que podría llegar a estar la victoria. En un período a más largo plazo, ya no se trata de pensar en la posible victoria en esa lucha, sino de procurar compartir y de cooperar, de buscar una adecuación entre la gente que está luchando ahora, entre sus experiencias. Lo que intento decir tiene mucho que ver con Spinoza, quien, por cierto, era un excelente pensador marxista. Spinoza dice que cuando se produce una respuesta adecuada a los acontecimientos que están teniendo lugar, en ese momento se toca lo eterno. Creo que la diferencia entre la época posterior a la II Guerra Mundial y la etapa actual reside en que entonces el programa de Marx estaba muy presente, mientras que ahora vivimos un momento en el que la visión y la percepción de Spinoza –a quien Marx debe muchísimo–, ha reemplazado ese sentido de programa. Y creo que eso modifica la naturaleza de la esperanza, aunque no la disminuye.

05 junio 2007

El once en Málaga Hitting the road III


No fue fácil llegar hasta Málaga. Nos quedamos en la carretera. Nunca habíamos estado tan ridículos con el chaleco y el triánculo en la mano fuera de un tapete verde y un taco. Es absurdo quedarse parado en un lugar de paso en el que la noción inmóvil es fútil. A fogonazos de cilindrada pasaban los conductores. Parecía que todo estaba en contra. A Quique lo retrasaban en el aeropuerto. Luisa se cagaba de dolor con su muela. Y esperaba junto a Celia e Inwit pacientemente en el aeropuerto. A una delirante velocidad por la autopista y acompañados con una luna amarilla y gorda sobre el meditarráneo, llegamos a Málaga en un taxi del infierno. El hotel. El recepcionista que parece que nos controla a Q y a mí. Gracias, le digo. Luego descubrimos que tras que la decoración moderna del hotel se esconde una secreta afición por los coños, los insectos y las paranoias gráficas del artista. Las muchachas llamaron y bajamos. Nos abrazamos. Reímos. Por fin, broder. Constatamos que las muchachas granadinas eran de carne y hueso. Y nos fuimos a comer atravesando la ciudad atestada de copeo, viernesismo y pasarela nocturna de diálogos rellenados con rutina semanal. Conocimos a los libreros de Cincoechegaray y sus mil contactos. Bajo el estruendo de los bienvestidos y cubateros malageños echamos el rato. Cenamos camperos. Bebimos. Fumamos. Hablamos de todo y nada. De la presentación en Sevilla, del MLRS, de las bicis, de las elecciones, de los comment, de la Antártida, de La casa con libros, de Lenin. Luego derivamos por Málaga sin rumbo cuando el patibulario tipo de "El tubo" nos dio la cuenta. Bares de mierda en los que no se puede hablar. Mucha alfombrilla roja con postes y cadena de terciopelo. Macacos bienvestidos en la puerta. Decidimos que nuestas suelas no merecían que pisáramos tal superficie. Acabamos en un kebab con la última cerveza. Luego en una plaza con monumento a los caídos en el 31. El carnaval de la calle y su explicación nos convocó a un febrero enriquecido.
El sábado. Desayuno previo con Q. Luego fuimos a buscar a las muchachas. Volvimos a desayunar. Cerveza. Presenciamos la capacidad de radar de alguien que ha dedicado toda su vida a la hostelería y desglosa las comandas con un orden eficaz. Responde a todas las dudas. Arenga al personal. Hace cuentas manejando la herramienta. Pitufos con mantequilla, sus nubes en taza, sus zumos y ese número que se mastica en la boca mientras se conforma y resulta ser 5, 80. Luisa con su subida de dolor y la temporalización del ibuprofeno. La libreria: impresionante muchachos. Estilosa. Elegante. Acogedora. Dios. Caminos de la feria del libro el calor apareció. En la feria lo de siempre. Casetas. Libreros. Algún paseante distraído. Vamos al lío.
Publico: bien. La lectura, colectiva. Quique dijo sabias palabras. Poemazos de todos. Casi nos leímos el libro. Luego firmamos algunos. Nos regalaron unas láminas. En el container de cultura de la Feria bebimos y comimos de gañote. Lo que se suele llamar el ágape cultural. Le daban un premio a una señora que echó su discurso y nombró a su delfín oficial para organizar las futuras ferias. Nosotras hablamos de escritura colectiva, once iniciales, de talleres, de tocar, de un ciclo. Hasta que Quique se tuvo que ir. El avión esperaba. Nosotras fuimos a comer y a darle a la sinhueso sin parar. Libros antiguos. Música. Luego en la librería echamos unas compras. Alba Rico, como no. Adrienne Rich. Después muchos abrazos al despedirnos. Cada uno para un lado. Unas para el monte, otras para el albaizín, para Mencheta y para la santa Rosalía. El bus. Que qué bueno veros, muchachas. Que qué alegría conoceros. Que qué bueno que estés aquí con ese chaleco puesto.