08 septiembre 2011

Personas tan altas que no precisan escribirlos

Dijo Camilo:
—Cuando salías de la adolescencia, hacia mil novecientos cuarenta y tantos, Mariano y tú hacíais excursiones; él pertenecía a una corporación de la Iglesia, llamada Acción Piadosa; tu ingenuidad, Godinillo, desconocía que ello le depararía un porvenir brillante. Mientras vendías embutidos, como tu padre, Mariano adulaba, se sometía, esperaba, y, por fin, alcanzaba la cátedra de una Universidad. Un día lo divisaste en la calle, recién investido de ilustre, y pretendiste acercarte a su persona, pero él se distanció con el siguiente saludo: “¡Adiós Godínez!”. Y continuó caminando. ¿No es así?
—En efecto.
—Según tengo entendido, has escrito tres libros, que conservas en carpetas— prosiguió diciendo—. Mariano, ilustre decano de su Facultad, nada necesita escribir ni pensar. El Estado le declaró autor, y con semejante título acude a los Congresos que organizan otros autores y filósofos; cuando regresa de tales citas, cobra su salario. ¿No es así?
—En efecto.
—Cierta vez hablaste a Mariano de tus libros; fue en una esquina. Mientras escuchaba, el filósofo contemplaba tu cartera de chacinas, el discurrir de las gentes y un niño que en un balcón jugaba. “No los publiques; hoy no se venden libros”, sentenció. Luego, te informó de la misión que cumplía en aquel momento: acudía a la asamblea de su Claustro, congregado para nombrar un nuevo rector. “Mis libros deben de ser los más tontos de los imaginados, y yo, el más necio de los hombres, según ha dejado entrever Mariano”, cavilaste. Y todavía has de creer igual, porque, sobre libros, ha de valorarse la opinión de aquellas personas tan altas que no precisan escribirlos. Por la noche sonaste (...) A los pocos días tropezaste con Mariano en la vida real; os encontrasteis bajo un arco, al caer el crepúsculo, él sobre una acera, y tú, sobre la otra, solos y sin testigos. Apenas te descubrió, alzó su mano y adelantó su despedida: “¡Adiós, Godínez!” Entonces comprendiste que únicamente tu ilusión había podido soñar la quimera de que Mariano te azotara pro la trivialidad de escribir unos libros.
Bajé los ojos; hubo silencio.
—La semana próxima se celebrará, en esta ciudad, un homenaje mundial a Mariano —dijo—. Acepto que el hombre no escribió una línea ni pensó una proposición en los años de su existencia; pero el Estado lo proclamó ilustre, por lo cual representa la capacidad misma de todos los autores, tanto posibles como imposibles. A instancias de sus adjuntos y ayudantes, vuestro municipio designó una Comisión para rendir tributo al sabio; la Comisión, que deseaba viajar, voló a la gran ciudad donde en corto tiempo logró formar una Congregación nacional en pro del homenajeado; esta Congregación, que también vivía anhelos de paisajes y pueblos, envió emisarios a Francia, Inglaterra, Italia, Alemania,, Holanda, Grecia, Noruega y Suecia. Decenas de Marianos, habitantes de aquellos países, se agregaron rápidos al hecho, de modo que el tributo se ha configurado como suceso universal.
Prosiguió.
—Muy pronto llegarán a nuestra localidad profesores foráneos, que presentarán estudios y comunicaciones en italiano, francés, alemán, inglés, idiomas de tal ecúmene. “L’opera filosófica, storica e letteraria di Mariano”, L’estetica e la religione di Mariano”, “Mariano: la vita e il pensiero”, “La filosofía di Mariano e i suoi rapporti con la filosofía europea”, “La jeneusse de Mariano”, Mariano et la philosophie contemporaine”, “Mariano, son oeuvre et son influence”, “Mariano et la formation de sa pensée”, Aesthetik oder Wisenschaft des Schönen in Mariano”, “Geschichte del letzen Systeme der Philosophie von Kant bis Mariano”, “Marianos Leben, Werke und Lehre”, “Marianische Dialectik heute”, “Mariano und die Weltgeschichte”, “Mariano lehre von Gott: eine kristische Darstellung”, “Das problem der Sprache bei Mariano”, “An introduction to Mariano”, “ A commentary of Mariano’s Logic”: éstos son los títulos de algunos trabajos sobre nuestro amigo. No me repitas que el ilustre catedrático nada escribió, dijo ni imaginó; todos lo sabemos, excepto él; se trata de jugar, Godinillo, porque podemos. La Universidad de llenará de prohombres, rodeados de espesa; brillarán las etiquetas, las condecoraciones, los fajines, las mucetas; habrá banquetes, abrazos, felicitaciones, aplausos, invitaciones para nuevas reuniones; tal vez algunos quedemos emplazados para festejar a otro Mariano en una ciudad lejana, allá en Islandia o en las islas Feroe. ¿Qué te parece?
No respondí.
—Esta noche voy a cenar con Mariano —continuó—; el catedrático disertará sobre complicaciones gubernamentales, intrigas académicas, planes de enseñanza, mesas de despacho, contrajugadas de enemigos, adjuntías vacantes, elección de decano, dotaciones ministeriales. ¿Habrá de cenar contigo? Y ¿para qué? Igual respondería al propio Cervantes. ¿Habría yo de cenar con Cervantes? Otra cosa sería cenar con el presidente del Instituto Cervantino, en Bruselas, en París, en Roma o en Moscú. No intentes argüir la irrealidad de Mariano y la realidad de Cervantes. Los hombres mundanos amamos la irrealidad. Inmersos en ella, sentimos fluir la libertad como un don mágico, no sometido a objetividad alguna. Al constatar que Mariano resulta mentira, mi corazón se pacifica; el mundo queda a mi alcance. Los autores verdaderos son aburridos y vulgares, Godinillo; carecen de exterioridad, y yo quiero cenar precisamente con una exterioridad, ya que la interioridad no cena: simplemente escribe. Los autores irreales, como nuestro Mariano, son divertidos y complejos en su locura; amén de que controlan esta vida. En efecto: porque Mariano se patentice filósofo falso, no será falsa la sopa, la carne y el pescado que consumamos entre bebidas. Pregunta al cocinero del restorán, al portero, a la florista, al escanciador de vinos, al ayudante de entremeses, al maestresala; le llaman ilustrísimo señor, y a ti, meramente, Godínez, vendedor de embutidos. ¡He aquí la diferencia entre un hombre y otro!
Concluyó.
—Dentro de unas horas Mariano hablará de sus obras, y yo asentiré; brindaré por ellas, abismando la fe. ¡Nunca nos vencerás, Godínez, con tus libros!, pues habitamos un mundo que no puedes pisar: la irrealidad de lo que somos y la realidad de lo que bebemos, comemos y gozamos. Busca esta noche el restorán más famoso de la ciudad, mira tras la ventana, si te dejan, y me hallarás sentado con el ilustre, ante una mesa de flores, al tiempo que la mano del camarero sirve con lentitud un vino rosado. Y si alguna vez devinieras famoso, ofrecería otro homenaje a Mariano, como especialista en tu obra; empero, no te permitiría asomar siquiera la nariz. ¿Habría yo de cenar contigo? Y ¿para qué?; dime: ¿para qué?

de "La fea burguesía", de Miguel Espinosa, Alfaguara 1990.

2 comentarios:

una foRma de amor, la libertad dijo...

Abstemios y locuaces viven juntos
en la casa de la infelicidad.
Allí reciben con asiduo encono
a gentes ambidextras, adiestradas
en los arduos oficios
de la majadería, ya en los siempre viscosos
reductos de los bienpensantes.

A chorros
vociferan, declaman,
abominan del rango de infractores, gustan
del sonsonete atroz de las tertulias,
consisten en ser sólo lo que son:
el eco triste de otros tristes ecos.

Escrito está en los márgenes
de libros y botellas:
los necios se asesoran de otros necios contiguos.

marucha dijo...

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