18 mayo 2012

Ningún eco del viejo mundo

Una de las nuevas canciones, sobre todo, inquietaba y turbaba a Pelagia. No se oían en ella las tristes meditaciones de un alma herida, errando solitaria por los senderos oscuros de dolorosas incertidumbres, ni las quejas del ánimo, abatido por la desnudez y el miedo, sin carácter, sin color. Tampoco resonaban en ella los suspiros angustiados de un corazón fuerte, oscuramente ávido de espacio, ni los gritos de reto del audaz, pronto a aplastar indistin¬tamente, tanto el mal como el bien. Tampoco era el resentimiento ciego del ofendido, capaz, para vengarse, de arrasar todo, impotente para crear nada. Ningún eco del viejo mundo, del mundo de los esclavos. 
Las palabras duras, el aire austero de la canción no agradaban a la madre, pero había en este cántico, una fuerza más grande que el verbo y los sonidos, que repasaba a éstos y despertaba en el corazón el presentimiento de alguna cosa, demasiado alta para el pensamiento. Esto era lo que ella veía en los rostros, en los ojos de los jóvenes, lo que sentía en sus pechos, y, cediendo a aquella potencia misteriosa, escuchaba siempre con atención particular, con una inquietud mayor que las otras. La cantaban tan suavemente como las demás, pero resonaba más fuerte y era como el aire de un día de marzo, del primer día de la primavera. 
-Es tiempo de cantarla en la calle -decía, gruñón, Vessovchikov. 


La madre, M. Gorki.

1 comentario:

Profundistas dijo...

Un poco de Poesía Materialista no vendría mal,
no vaya ser que de tanto mirarse el ombligo
la metafísica devenga caída
o
espejo roto



Bajad a las calles. Profundistas al poder.