15 abril 2017

LA GENTUZA





David Monthiel



            No solo no se duchan, no respetan el noble arte de los toreros, sino que además son unos incívicos, con un falta grave de educación ciudadana: dejan todo sucio, tiran pipas en el suelo, acotan y se apropian del espacio público con sus sillitas, molestan con su cháchara la espera de los pasos, el recogimiento, la serenidad. Molestan con un parloteo, trufado de gritos ordinarios y risotadas. Interrumpen el recuerdo sobre un imaginero, la glosa sobre la calidad de la banda que triunfa en la ciudad magna de la semana grande o el consenso sobre los hechos tan lamentables que han acabado con unas pintadas en una institución.


            —Lamentable, la gentuza.


            Son tan lerdos, tan incultos, tan ignorantes que nunca han leído esos libros que afirman que sus creencias o su entelequia de esperanzas y miedos es sólo antropología cultural, rito de primavera. Ay, el rebaño descarriado de las buenas formas y de la Cultura, ese rebaño al que le entra un sarpullío cuando ve una biblioteca. Son esos: los que atesoran esa religiosidad ridícula que proyecta sobre un trozo de madera sus anhelos, sus esperanzas, sus fatiguitas. Son esos que no se afeitan por una promesa. Son esos, de los que la asociación de ilustrados ateos, se ríen llamándolos tontos o pobres creyentes. ¡Qué coño creyentes! Si pierden el tiempo y la vida charlando con los amigotes del Madrí o del Barsa, del Cádiz. ¡Y no de Voltaire, ni de Dickens!, mientras se toman dos vasos —hasta fuman porritos, los degenerados— mientras pasa por delante la grandeza de las procesiones de Cádiz. Se ponen ciegos.


            —La gentuza.


            Son esos. Los que permitieron que un grupo de indocumentados estén llevando a Cádiz cuesta abajo votando lo que no deben. Un Cádiz sucio. Que da pena. Esos que votaron a la mala gente que les llenó las cabezas de pajaritos. Esos que meten tantos patazos y que, con razón, los ponen de vuelta y media en la prensa y en las columnas de opinión seria. No esos jueguecitos de juntaletras con ínfulas de intelectuales. Patéticos. Son los que votaron a una ralea de hippies que pretenden que yo vaya a los sitios a patita. Si andar es de tiesos. Esos noveleros que creen que quitando los coches se va a vivir mejor. Y luego no te dejan pasar con una mala educación bajuna. Porque se apropian del espacio público. Por la cara. Y del Liceo.

            Menos mal que también son los que no votan, los que se quedan en su casa y prefieren pasar la tarde del sábado paseando sus burdas humanidades por un centro comercial. Ahí es donde rellenan su vacío existencial con plasmas, dulces, pamplinas. Menos mal que también son los se quedan siempre detrás, descolgados de la larga marcha de lemas y gestos revolucionarios impuesta por la peligrosa y antidemocrática vanguardia de siempre. Los pancartistas esos.


            —Un pie en las instituciones y mil con chancletas en la calle.


            Eso sí. Si los mosqueas, porque envidian el saber estar y tener la razón, te amenazan en público. Y te amedrentan en un pleno. Sí, son los que te aconsejan con maneras de navajero que no tienes derecho a opinar sobre asuntos de los que ellos ni tienen ni idea. Ni criterio. Ni potestad. Y nunca la han tenido. Son esos que un día se ponen una camisetita verde y al día siguiente el disfraz de mamarracho para cantar no sé qué de la pública, esa que da cobijo a los moritos e impiden la libertad religiosa de celebrar la semana santa. O están de acuerdo con la banderita esa cuando vino el autobús de los penes y las vulvas. Son esos que, gracias a Dios, nunca están en los fastuosos planes que manejan los que ahora se dicen expertos, los todólogos esos. Porque desde el principio nunca contaron con ellos para trazar esos planes. Claro, normal: es que nunca hay que contar con la ignorancia supina de la masa.

            —Borregos.

            Son esos que se dejan envenenar por revanchistas pasados de moda, los revisionistas que no entendieron lo que había que entender: que son unos acomplejados que no saben valorar el arte y la sensibilidad de cantar a voz en grito "soy el novio de la muerte" a unos niños al borde de la muerte que lo que necesitan es valor, hombría, pundonor. Son esos mismos que sólo se interesan por lo que ellos llaman memoria cuando colocan una banderita en un palo en las Puertas de Tierra. O una placa. Los que se interesan por unos huesos que dicen todavía quedan en las cunetas cuando dan subvenciones. Son a los que quieren arreglarlo todo con la llamada "Tercera". ¡Arreglar! Y lo único que ganan es una denuncia bien puesta.


            —Hay cosas más importantes que la banderita de marras.


            Hubo, hay y habrá que pararlos. Porque ya se asustan. Están crecidos. Y me advierten, los que saben, que nos va a caer otra vez la negra. Porque vaticinan otra victoria del Kichi. ¡Otra! Qué cruz.

            Yo lo advierto. Hay que detener esta bajundad que toma la calle. las playas, las plazas, las fiestas. Y lo ensucia todo. Hay que reliarlos, comprarlos, hasta hacerlos oposición. Pero de la buena. De la venezolana. Esa que dice cosas tan interesantes y tanto lucha por la libertad y la democracia. O convencerlos de que sólo hay que repartir hidratos de carbono a los españoles.


            —Que para eso lo son.


            Hay que achucharles el airbnb para que dejen sus casuchas en el centro y desaparezcan de los barrios hasta arrejuntarse en pisos del extrarradio. Para que así venga el turismo a salvar nuestra economía. Y no les molesten.

            Qué coño se han creído.

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