16 agosto 2004

El viejo John Berger

En más de mil cines de todo el país, Michael Moore se convierte con esta película en un tribuno del pueblo. ¿Y qué es lo que vemos? Bush es claramente un cretino político, tan ignorante respecto al mundo como indiferente ante él. Mientras que el tribuno, preparado por la experiencia popular, adquiere credibilidad política, no como político profesional, sino como la voz que expresa la ira de una multitud y su deseo de resistir.
Hay otra cosa increíble. El objetivo de Fahrenheit 9/11 es impedir que Bush arregle las próximas elecciones igual que arregló las anteriores. Su centro de atención es la guerra de Irak, totalmente injustificada. Pero su conclusión va más allá de estos dos asuntos. Declara que una economía política generadora de una riqueza que aumenta sin cesar, rodeada de una pobreza que también aumenta de forma desastrosa, necesita, para sobrevivir, una guerra continua con algún enemigo exterior inventado para mantener el orden y la seguridad en el interior. Necesita una guerra interminable.
Por consiguiente, 15 años después de la caída del comunismo, décadas después del supuesto final de la historia, una de las principales tesis de la interpretación marxista de la historia vuelve a convertirse en tema de debate y posible explicación de las catástrofes actuales.
Siempre son los pobres los que son más sacrificados, anuncia calladamente Fahrenheit 9/11 en sus últimos minutos. ¿Hasta cuándo?
No hay futuro para cualquier civilización en el mundo que ignore hoy esta pregunta. Y ésa es la razón de que se haya hecho esta película y se haya convertido en lo que se ha convertido. Es una película que desea, con todo su corazón, que Estados Unidos sobreviva.

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