25 agosto 2004

John Berger, el sentido de la vista

1. Una vez en Europa

La vida de John Berger ha estado marcada por el nomadismo geográfico y cultural, por la necesidad de ver, por la utilización de la vista y su amplio sentido moral y estético bajo el influjo de una poética clarificadora.
Su biografía es una reunión de datos fascinantes, un manojo de encuentros, exilios y un grado de independencia insospechado para un escritor. Berger nació en Londres en 1926. Abandonó por obligación la escuela en 1942 e ingresó en la escuela central de bellas artes con el objetivo de convertirse en pintor bajo los bombardeos. Fue llamado a filas y su estancia en el ejercito se prolongó debido al servicio militar. Concluida la guerra se incorporó como profesor de dibujo en Chelsea, se sentía pintor y se ganaba la vida haciendo portadas de libros y otros encargos. Aceptó una columna semanal de crítica de arte en el New Statesman y el Tribune, editado por George Orwell La guerra fría se hizo témpano y se sintió estúpido dejándose resbalar por la helada superficie de las cosas. Hacía falta reaccionar en lugar de pintar cuadros. Estaba convencido de que había sido el pueblo ruso el que había salvado del fascismo al continente.
Desde el año 49 hasta el 58, Berger asume una intensa actividad política y sus artículos abordaron denuncias y todo aquello que era digno de ser defendido. Comenzó a ser considerado un crítico y periodista marxista a pesar de que nunca fue miembro del partido. En 1955, publica su primera novela, “Un pintor de nuestro tiempo” en la que relata la historia de un exiliado húngaro en forma de diario íntimo. El libro señala la amargura del exilio, el drama y se extiende sobre el fascismo y sobre los sucesos de Hungría. A Stephen Spender no le gustó nada el libro: “apesta, escribió en el Sunday Times, huele a campo de concentración y no puede estar escrito más que por una persona: Goebbles”. El libro se retiró de las librerías. Se abrió un dossier con la etiqueta Berger y apareció en varias listas negras. Decide marcharse de Inglaterra. Berger quería ser un escritor europeo, dejó de escribir crítica de arte y se vino al continente. Plantearse la crítica sistemáticamente es la muerte de la imaginación.
En 1960 abandona Inglaterra e inicia su nomadismo geográfico por el midi francés, Suiza e Italia. El exilio aporta una visión sosegada y consciente de su escritura.
En 1965 publicó el análisis más iluminador y controvertido sobre la obra de Picasso. Berger se fascina por el personaje y su leyenda, trata la soledad y la tristeza de un artista insolente, el impúdico genio. El ensayo no agradó a los círculos picassianos recelosos de la denuncia de desmesura que estaba adquiriendo el arte, la desproporción económica y el valor inflado de los lienzos, carne de Sothebys. En los 70 inicia se colaboración con el director suizo Alain Tanner como guionista. Su primera película conjunta es La salamandra (1971), a la que seguirán “La milie du monde” (1974) y “Jonás que cumplirás 25 años en el 2000” (1976).
En 1971 recibe el máximo galardón de la literatura inglesa por su novela G. En G. sostiene la tesis de que de no haber vivido en el siglo XVII, Don Juan hubiese sido un revolucionario. Pretendía actualizar un mito poderoso que se desarrolló gracias a dos condiciones históricas, las que se derivan de la pertenencia femenina a los hombres y la de estar inmersos en una sociedad nada dinámica. La novela enlaza la transposición de la posición revolucionaria del amor de Don Giovanni y también de la revolución de Garibaldi. G es Giovanni y Garibaldi.
Berger descubre que la empresa que concede el premio, el Broker prix, se había convertido en una multinacional y escondía una historia abominable de explotación, de plantaciones de azúcar y esclavitud. Decidió que donaría la mitad del dinero a los Panteras Negras. En la cena de entrega del premio, rodeado de culturetas elegantes, colados, agregados culturales, socias de algún club de campo y ministros varios, Berger declaró sus intenciones donativas. Los ricos de la cultura patearon y gritaron.
En 1976 decide instalarse en la Alta Saboya para escribir su trilogía “De sus fatigas” que consta de tres novelas: “Puerca tierra”, “Una vez en Europa” y “Lila y Flag” en las que ha estado trabajando durante quince años. Su propósito, después de empaparse de libros de sociología y ficciones, fue el de que el libro estuviera escrito desde un punto de vista no premeditado, casi en estado de inconsciencia.
Puerca Tierra” se sitúa entre el principio de los años cincuenta y finales de los sesenta y es el testimonio de la destrucción radical de la vida rural a consecuencia de la economía contemporánea. El libro fue visto como un documento sociológico. Incluye un epílogo histórico en el que Berger aclara bastantes aspectos de su visión del campesinado. “Una vez en Europa” abarca desde los años sesenta y alcanza hasta los noventa. Es un volumen de historias de amor. En el tercer volumen, “Lila y Flag”, los campesinos han abandonado el pueblo y se han instalado en la metrópoli, más concretamente en las afueras.
Berger pasó mucho tiempo entre trabajadores inmigrantes y campesinos, escuchándoles hablar, que venían de sus pueblos y conoció el desarraigo, la desesperación pero era relativamente ignorante de su verdadera vida rural. “Si alguien quiere acercarse a los campesinos, hacer amistad con ellos, no basta tomar copas o jugar a las cartas (...) hay que trabajar a su lado”.
Cultivando su versatilidad, rompiendo géneros, en 1974 escribe un hermosísimo libro de crítica de arte y literaria, “Modos de Ver”, en el que como crítico intenta demostrar las funciones sociales del arte, la manera en que el artista responde a las condiciones históricas y sociales. “Yo creo que uno mira las pinturas en la esperanza de descubrir un secreto. No un secreto sobre el arte, sino sobre la vida. Y si lo descubre, seguirá siendo un secreto, porque, después de todo, no se puede traducir a palabras. Con las palabras lo único que se puede hacer es trazar, a mano, un tosco mapa para llegar al secreto”. “Mirar” y “El sentido de la vista” completan su prestigio como crítico de arte. "Un juicio sobre una obra depende de que ésta ayude o no a los hombres a reivindicar sus derechos sociales en el mundo moderno".
Su producción literaria en los últimos años engloba novelas como “Hacia la boda” (1995) King, una historia de la calle, (2000), la obra de teatro “El último retrato de Goya” (1998), la recopilación de artículos, Fotocopias (2000), La forma de un bolsillo (2002), libros compartidos con el fotógrafo Jean Morh (“Otra forma de contar”, “A Fortunate Man: The Story of a Country Doctor” y At the edge of the world”)

2. John Berger que tendrás 100 años en el 2026

John Berger se sirve de la deliciosa y detallada visión de un ser sensible, de un alma impresionada por todo lo visible desde las pautas de la racionalidad y del pensamiento que desatan su libertad para la denuncia, el placer, los sentimientos y el amor y el arte. Intenta acercar la experiencia sensible a la condensación de la idea y la palabra con una poética clarificadora. Su preciso lenguaje reconoce, da cobijo a la experiencia que lo necesita, que lo pide a gritos. Las novelas de Berger hablan de esa dialéctica moderna implacable entre memoria y pérdida, progreso y nueva barbarie. "El acto de aproximarse a un momento dado de la experiencia, escribe Berger en Puerca Tierra, implica escrutinio (cercanía) y capacidad de conectar (distancia). El movimiento de la escritura se parece al de lanzadera en los telares: se acerca y se aleja una y otra vez, viene y se va."
Por eso "un libro no puede cambiar el mundo. Pero tal vez nos ayude a preguntarnos cosas sobre nosotros mismos". Cuando en muchos contextos las palabras se han convertido en mentiras, Berger afirma que el sólo hecho de darle nombre a lo intolerable constituye en sí mismo toda la esperanza. Esta, sin embargo, es un acto de fe y tiene que estar sostenido por otras acciones concretas. Por ejemplo, la acción de acercarse, medir distancias y caminar hacia. Esto conducirá a colaboraciones que nieguen la discontinuidad. El acto de resistencia no significa sólo negarse a aceptar el absurdo de la imagen del mundo que se nos ofrece, sino denunciarlo. Y cuando el infierno es denunciado desde adentro, deja de ser infierno”.

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