26 septiembre 2008

FRANCESC COMELLAS COLOCA UNA PIEDRA EN UN MONUMENTO DE MAUTHAUSEN

“cada piedra de Mauthausen
representa la vida de un resistente”

Para que el hilo de voz quemada
por el frío de la cantera no sea su eco terrible.

Para que el vaho que expele

sea un aire caliente que hienda el olvido

que extenúa la lenta posesión del invierno.

Para que esta voz sea aún esperanza

de poschacher, voz imberbe de Grado III.

Para que esta débil voz

bruñida por el paso de las nieves y los vagones,

una voz de vía oxidada camino de los barracones,

preñada de hijos muertos, de hijos nunca vistos,

de hijos del frío, de roncos lobos muertos.

Para que nombre a los siete mil sin voz

que se aglomeran en el pavés de la ciudad de Viena.

Para que su nombre sean 7000 triángulos

en la geometría de los ojos apátridas

de la señora Pointner.

Para que esta mano que tiembla

y de la que no es el frío su gobierno,

se apoye en el largo escalón de muerte.

Para que su nombre sea 186.

Para que sea el último pedazo de granito,

para que sea la piedra y la palabra

en la voz rota de niño, para que anide

en este frío monumento sin mecenas ni honores.

Para que esta voz susurre: Una victoria más.

Para que Francecs Comellas[1] se aleje,

sin mirar atrás, de vuelta a ningún país.



[1] Los campos de Mauthausen y Gusen fueron los dos únicos de toda Europa etiquetados como campos de "Grado III", lo que significaba que eran para los "Enemigos Políticos Incorregibles del Reich". En agosto de 1940 llegaron al campo de concentración 927 presos españoles, primera tanda de los 7.300 inscritos en el campo hasta 1945. Los españoles que llegaron a Mauthausen procedían de Francia. Formaban parte del medio millón de republicanos que cruzaron la frontera en los últimos meses de la guerra civil, tras la caída de Cataluña. El eje de la vida en Mauthausen era la cantera de granito, en la cual trabajaban los prisioneros hasta su muerte por extenuación. Una escalera de ciento ochenta y seis peldaños separaba la cantera de los barracones. El recuerdo más vivo en la memoria de los supervivientes franceses es la fe de que tenían los republicanos en la derrota del nazismo, incluso en los peores momentos de la guerra. Quizá porque llevaban luchando contra el fascismo desde 1936. “Una victoria más” era la frase que pronunciaban los presos españoles cada vez que llegaban al último de los ciento ochenta y seis peldaños de la escalera de la cantera. La señora Pointner, vecina de Mauthausen, colaboró con los Poschacher (grupo de trabajo que podía salir del campo) al guardar los negativos de las fotografías que Francisco Boix robó y que fueron fundamentales para los Juicios de Núremberg.

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