14 septiembre 2008

MIGUEL MIHURA PREPARA EL DISCURSO DE INGRESO EN LA ACADEMIA EN 1972

La vida, ese juego tan serio,
se me fue sin hacer nada.
Si acaso, lo justo para seguir jugando.
Perseguí, eso sí,

los goces pasajeros —otros no conozco—
con ahínco y con tristeza

—pompas de jabón, pasiones

de porcelana y de llovizna—,

y, en fin, alguno que otro obtuve

y puse cuanto pude en disfrutarlos.

Por lo demás,

el mundo me falló como acostumbra.

Fui, como todos,

un funambulista por el filo,

un merodeador de tantas cosas,

una nota a pie de página

de un libro incomprensible.

Me agoté caminando y, al cabo,

poco útil aprendí por el camino:

tres o cuatro fruslerías

en este siglo feo de chatarra y crimen.

Quizás, por ejemplo

—y disculpen las molestias—

que sólo el humor permanece,

que sólo la ternura se aproxima a la verdad,

que sólo el amor podría salvarnos.

Respetable auditorio:

en este juego se pierde siempre,

la banca arrastra con todo aquello que apostamos

indiferente a nuestros rostros

de ilusión o de esperanza.

Esta ridícula partida,

esta aventura pequeña,

se pasa casi sin tiempo de contarla

o de entenderla.

Poco más tenía que decirles.

Poco más.


Qué vida más extraña

y qué torpes jugadores.


de "Los huídos" (Ediciones del 4 de agosto, 2008) de David Eloy Rodríguez

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