Heredamos la máscara más útil.
La del respeto.
Y un furor enquistado en la entraña más oculta
para el asentimiento.
por el hambre, el pan del hambriento, el pan negro
y un puñado de latidos
con el sabor del cimarrón.
Heredamos la sombra repetida
de las cárceles
y el abrazo más frío de las fosas sin nombre.
la sangre
de los que la pusieron sobre las fechas.
Heredamos los fantasmas
que recorren las manos agrietadas,
las manos muertas, los dedos perdidos,
las listas negras y los folletos
que la lluvia deslía en los talleres.
y los traidores
que aquilataron la renuncia.
Los hijos en las zanjas de un apellido,
las madres que se rinden vendiéndolos
al saber.
acechada de sudores y lobos,
el coraje de lo suficiente, el vestido del desnudo.
Aquellas canciones que compartían
tantas pérdidas.
un hogar en ninguna parte.
La servidumbre del paso,
los caminos vedados,
el consuelo de andar juntos.
jaspeada de cansancio,
una respuesta desvalida
ante la furtiva verdad
de la historia.
Una vejez
que hallamos un día cualquiera
en el espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario