27 julio 2005

Los retos del naufragio

Un náufrago arriba a la orilla de una minúscula isla, un atolón de tres metros cuadrados en mitad del océano, que ostenta, como dos paréntesis, dos palmeras como única vegetación.
Junto a su cuerpo aparece, traído por las olas, un serrucho enredado en algas como único recuerdo del naufragio. Aturdido, todo hecho jirones y mojado, se incorpora y mira a su alrededor. Está perdido. De repente, precedido de un burbujeo, un cofre prorrumpe desde el fondo del mar.
El cofre flota a unos metros de la orilla. El náufrago imagina un interior repleto de víveres como una despensa milagrosa que le abastecerá, así que se dispone a lanzarse al mar. Pero justo antes del chapuzón, emerge la desafiante aleta dorsal de un tiburón. No puede arriesgarse. El náufrago se agarra la barbilla y piensa. Al dar unos pasos para encontrar la solución, le da una patada al serrucho. Ya lo tiene. Talará una de las palmeras con el serrucho de forma que pueda utilizar su tronco como un puente hasta el cofre, evitando así las culinarias intenciones del escualo. Como un equilibrista de un circo pobre, atraviesa el tronco de la palmera. Remolca el cofre por la superficie y lo deja caer a la sombra de la única palmera que queda en pie.

Cuando lo abre, encuentra en su interior una hamaca.

(le robo vilmente el título a Lolo Ortega, ego confesare)

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