-No es por azar que a pronto de entrar en la sicosis
del fin del milenio se ponga de moda un libro como 1984 de Orwell y renazca el
interés por las otras dos propuestas de literatura utópica más consistentes del
siglo XX: Un mundo feliz, de Huxley, y Nosotros, de Zamiatin. No es que el fin
del siglo confirme las premoniciones utopistas de estos tres autores, pero en
una época de crisis, los sectores más críticos de la cultura viven la pesadilla
del hundimiento de todos los modelos y cuando no hay modelos avalados ni
avalables no queda otra salida que la utopía o el cinismo, a veces disfrazado
de un pragmatismo disfrazado de eficacia histórica disfrazada de la virtud de
la prudencia. No quisiera hacer sarcasmos en presencia del cuerpo sin vida de
un hombre que me mereció todos los respetos y que hoy me merece sólo el respeto
de los que creyeron en él como portavoz del proyecto revolucionario. Pero en
presencia del cuerpo sin vida de Fernando Garrido me planteo qué se hizo de la
prudencia revolucionaria que tanto reclamó en sus últimos tiempos para
disimular que había perdido toda posibilidad de imprudencia. He dudado entre
respetar la convocatoria de este acto, planteada previamente al asesinato, o
anularla y sumarme al dolor que todo buen revolucionario debe sentir, aunque no
considere a Fernando Garrido un revolucionario. Yo tampoco le considero un
revolucionario y, sin embargo, quisiera que me creyerais cuando os digo que
estoy triste, como sólo se puede estar triste cuando se pierde algo que afecta
a la propia identidad. Y si he aceptado finalmente venir es porque este
asesinato es por sí mismo un aparente aval de la utopía negativista. Sometidos
a la pesadilla, los críticos de la realidad pueden reaccionar apostando por una
utopía positiva o negativa. Una apuesta por la utopía positiva conlleva
obedecer el mandato de Lenin formulado en un momento en que la crisis se cernía
sobre el movimiento socialista ruso y europeo y, carente de todo modelo que no
fuera un fracaso, Lenin hizo suya la propuesta de Liebknecht: estudiar, hacer
propaganda, organizarse para mejor aprehender una realidad ya no aprehensible
por una mecánica política progresivamente devaluada por su obcecación con su
propia lógica y por su renuncia a entrar en un forcejeo dialéctico con la
realidad. Una apuesta por la utopía negativa, en cambio, conlleva precisamente
en estos momentos ver en el asesinato de Fernando Garrido una prueba de que el
Mundo Feliz de Huxley está cerca, o que está cerca la Oceanía de Orwell o ese
cosmos deshumanizado de Zamiatin. Y que ese mundo no es otra cosa que el
sistema mundial de dominación que se traga a sus hijos, los integra en la
fatalidad de las reglas del juego de la supervivencia y del equilibrio. Bajo
este prisma, el teléfono rojo ni siquiera une. Ata. El asesinato de Garrido es
una peripecia engullible que no va a desenterrar las picas de los sans-culottes
ni va a sacar los tanques a la calle. Es un pedazo de carne ofrecido a la
lógica del sistema y cuestionar este hecho significa cuestionar el sistema y
poner en peligro la celebración de actos como éste o que se pueda reunir el
Comité Central en la legalidad o que haya cursos universitarios para mayores de
veinticinco años o que escritores como Vázquez Montalbán puedan ganar el
Planeta. Ni Orwell, ni Huxley, ni Zamiatin pudieron prever que la confabulación
para conseguir el mundo horroroso que profetizan pudiera resultar de un pacto
implícito y explícito entre los dos sistemas antagónicos. Zamiatin era un
narozni, un populista ruso que creía en una revolución campesina y en la
implantación de un modo de producción asiático, frente al sistema de
acumulación capitalista de estado que significó la NEP impulsada por Lenin y
acuñada por Stalin. Huxley frivolizaba irónicamente sobre los excesos a que
podía llevar el comunismo ruso, no comprendido en directo, sino interpretado a
partir de la apasionada chachara de los jóvenes comunistas ingleses de
entreguerras, entre regata de Oxford y regata de Oxford. De hecho la obra de
Huxley es un chiste que trata de alertar, mínima y liberalmente, a la supuesta
conciencia liberal británica. Y en cuanto a Orwell, como muy bien dice
Deutscher en Herejes y renegados: «Aunque su sátira está más claramente
dirigida contra la
Unión Soviética que la de Zamiatin, Orwell veía también
elementos de su Oceanía en Inglaterra de su propio tiempo, para no hablar de
los Estados Unidos. En realidad, la sociedad de 1984 encarna todo lo que él
odiaba, todo lo que le disgustaba en su propia circunstancia: la gris monotonía
del suburbio industrial inglés, la mugrienta, tiznada y hedionda fealdad de lo
que trataba de recoger en su estilo naturalista, reiterativo, opresivo: el
racionamiento de la comida y los controles gubernativos que conoció en la Gran Bretaña en
guerra…»
Manuel Vázquez Montalbán, Asesinato en el Comité Central.