25 diciembre 2006

LOS VIEJOS FANTASMAS HAN MUERTO, PERO SIEMPRE NACEN NUEVOS


Por la añeja simiente de la pernada

en los toneles panzudos de las hijas,

por los hímenes destrozados,

y el vientre en barbecho de bastardos,

por el desgarro en las alacenas,

el grito afelpado por los tapices heráldicos.

Por las mejillas sajadas por el mañana mejor,

los diezmos ajados en el escaparate,

el polvo acumulado en los blasones,

por el contentarse con las migas que sobran

de la mesa/ por difamar la propia carne,

por los cuellos inclinados, la reverencias,

el puñado de tierra prestado,

la sangre robada, el sudor perdido,

por la sombra repetida de las cárceles,

el abrazo gélido de las fosas sin nombre,

los deseos hechos espigas quemadas

de un inmenso campo, por los vagones

hacia ninguna parte/ por el pan negro,

el hambre oscura y la larvada

miseria de nuestros rostros, por la luna

sobre los tejados de cartón,

por las trincheras embarazadas de niñas

presas de la muerte,

por los que se lavan las manos

en la sed del fugitivo,

por las madres serviles,

las madres con miedo,

por el linaje esclavo

que escupe en el espejo.

Por las madres sin ira.


Un beso a todos y a todas. Sobre todo a ti, almor. yaha.

18 diciembre 2006

Unas cositas verdes que saltan y hacen croa, croa, croa- MiguelÁngel García Argüez

Monseñor Leoneri, alto y narigudo, delgado y miope, suda porcinamente por sus episcopales sobacos, y se limpia cada doscientos treinta y nueve segundos sus gafitas pequeñitas con los faldones negros de la sotana. Anda a paso rápido sujetando nerviosamente un portafolios y por el gigantesco pasillo resuenan sus pisadas amplificadas por la quirúrgica blancura del mármol que todo lo cubre. tactoctactoc. El mármol limpio, lácteo y brillante, como perpetuamente húmedo. Y todo está lleno de ranas. Las paredes anchas, las grandes columnas y el techo largo estiran el incesante canto de los bichos. Ranas croando por todos lados, saltando por las escaleras, por los salones, por los claustros, como manchas verdes, negras y amarillas, blandas y limosas, brillantes, oscuras y gordas, saltando paso a paso y metro a metro. Fuera, en el patio exterior, Monseñor Leoneri ha tenido que esquivar una desaforada muchedumbre de periodistas febriles y de fieles aterrorizados, acosándolo los unos con preguntas, micrófonos y flashes, y los otros con ruegos, cilicios y rosarios. Ahora, dentro del palacio, hay que enfrentarse a patadas con millones de ranas ruidosas y blanduzcas. Camino del despacho de Su Santidad, da un violento puntapié a un bicho que le ha saltado sobre el pie. Tiene apenas tiempo el animal de hinchar el buche y croar desagradablemente antes de salir despedido y estrellarse contra una gruesa columna de mármol haciendo un ruido más o menos así: bflofshshsh.

Ante la puerta pulcramente barnizada del despacho, se quita una rana que se le ha encaramado sobre el hombro. Siente la mano húmeda y viscosa y, limpiándosela en los hábitos, pregunta:

—¿Permiso?

Su Santidad está sentado tras la mesa opulenta sobre la que saltan unas cositas verdes y babosas.

—Santidad, vengo a rogarle que salga Su Santidad. La junta lleva dos horas esperando a Su Santidad, hay medio millar de periodistas pidiendo a gritos un comunicado público de Su Santidad, cientos de miles de fieles vienen hacia aquí en peregrinación histéricos y asustados, somos portada en los periódicos de todo el mundo, Santidad, hay que hacer algo... y Su Santidad lleva aquí encerrado todo el día sin decir nada. Su Santidad debería salir ¿Me oye usted, Santidad?

Y Su Santidad sonríe levemente sin apartar los ojos adiposamente azules de una ranita que acaricia con parsimoniosa lentitud entre sus manos temblorosas. Luego mira dulcemente a Monseñor Leoneri y, sin desdibujar del rostro su rictus de idiota, suspira lentamente:

—Ay, Paolo... siempre te tomas todo tan a pecho... las ranas son bellas... Míralas... Son criaturas del Señor... hemos de tratarlas con amor y cariño...

Monseñor vuelve a quitarse nerviosamente las gafas y contesta atropellándose sus propias palabras:

—Estoy preocupado, Santidad, muy preocupado... Todos estamos muy preocupados... Todos menos Su Santidad...

—Vamos, Paolo... dime qué te turba... ¿qué dicen fuera?

croa, croa, croa. Cantan las ranas con desesperada insistencia.

—Es terrible, Santidad. Muchos dicen que la invasión de ranas en la Ciudad Santa es una señal divina, como hablan las Sagradas Escrituras, Santidad, las plagas de Egipto, una señal, la Gran Señal... Muchos fieles dicen que es un aviso contra la corrupción de nuestra Santa Madre Iglesia. Los testigos afirman que es una prueba de que en la Santa Sede mora el Anticristo y se preparan, mientras asustan a la gente, para la llegada del Juicio; hay manifestaciones y revueltas en muchas parroquias, muchos templos están siendo saqueados, el ejército se ha apostado en la plaza para defendernos de la muchedumbre, Santidad, Lefebvre ha saltado a los medios y exhorta a las masas católicas, estamos ante un nuevo cisma, quizás el más terrible de todos, Santidad. Nuestra Madre Iglesia peligra, Santidad, tiene Su Santidad que hacer algo.

Y Su Santidad, sin dejar de sonreír como un bobo y acariciando su ranita con mórbida ternura, habla torpemente:

—¿Habéis oído, ranitas?.. Sois un castigo del Señor... como en el Éxodo... ¿no os hace gracia, ranitas?.. Ay, Paolo... siempre fuiste un hombre pusilánime y eso va a ser tu perdición... Nunca llegarás a nada, hermano Paolo... ¿Cómo pueden todos esos idiotas creer que las ranas sean algo maligno? ¿Es que son tan imbéciles que se creen todo lo que dicen las Escrituras?... Ay, Paolo, la Iglesia va mal, en eso llevan razón... Dirigimos un rebaño de borregos ignorantes y cobardes. Corderitos con miedo que esperan la muerte como el que espera un prado florido. Pobres infelices. Si por lo menos, en lugar de borregos, fueran ranas, Paolo. Una Iglesia formada de ranas ¿imaginas, Paolo? Dile a todos, Paolo, que Dios Nuestro Señor es una rana. Ni más ni menos que una enorme rana verde. Anda, corre, transmíteles mis palabras y luego diles que no tengo nada más que decir...

Baja desconcertado Monseñor la cabeza. La luz de la tarde, tamizada por la cristalera, traza extrañas sombras en la pared del fondo. Una mosca verdinegra revolotea por la habitación. Su Santidad, quieto y recostado sobre el sillón, acariciando con lujuria a su ranita, deja de sonreír y sigue con los ojos al insecto. La mosca se posa sobre el crucifijo que hay en la mesa y comienza a frotarse la cabeza graciosamente con las patitas, como si tratase de hacer cosquillas al oscuro cristo de bronce. Su Santidad la mira con los ojos muy quietos. Alarga en un segundo una lengua fina, roja y elástica y la caza.

Sonríe feliz.

Luego eructa.

17 diciembre 2006

PALACIO DE CNOSSOS

El laberinto etéreo que habita en tu cuerpo:

un dédalo de dedales, agujas del agua

que remiendan la lluvia sobre este minotauro

en tus charcos desnudo.

El laberinto en tu cuerpo descrito,

de pétalos, labios, una bestia encrucijada,

de enredado aroma en las galerías de almizcle,

de puertas de una ciudad de almendras y mandalas,

El laberinto secreto de tu cuerpo,

cedazos de un profundo hilo, maraña

de rocío y bramante del perdido,

un ovillo de sangre,

la sinuosa grafía de lunar.

El laberinto encontrado en tu cuerpo

espiga tronchada como misterio,

sinuosa danza diluida en tus ojos.

El laberinto de tu cuerpo

en el mapa vacío de mis manos.

13 diciembre 2006

Café de noche- Luís Rogelio Nogueras

Jean Nicolas Arthur Rimbaud

y Karl Heinrich Marx

se han vuelto a encontrar este verano en Londres,

en el mismo café donde una noche de 1873

se cruzaron,

acaso tropezaron y siguieron de largo,

demasiado ocupados como iban.

Ahora los dos recuerdan con asombro

cómo llovía esa tarde sobre Europa,

cómo la vieja ciudad temblaba bajo el agua,

qué solas se veían las torres de todos los campanarios,

y se ríen.

Hace ya tanto tiempo

y sin embargo están cien años más jóvenes,

Marx,

con su saco un poco estrujado para siempre,

sus zapatos invencibles,

su irremediable sonrisa de filósofo,

y Rimbaud fumando desvergonzadamente,

ruidoso y destartalado como un viejo gramófono,

con sus pantalones demasiado ceñidos,

su eterna mirada soñadora

de oveja degollada.

Bajo la lenta luz de las bombillas

de Kenington Park,

pasean en el atardecer de Londres,

siguiendo el lento vuelo de un alcatraz

color de plomo

que pasa hacia la bahía,

mirando la frágil agonía de una nube

que se desgarra contra el fondo

ocre y triste de un paisaje de Van Gogh.

Luego bajan hasta el puente,

fumando en las viejas pipas,

y se asoman al río que se rompe, gira,

corre sin fin, ciego,

y se preguntan qué lo mueve hacia el mar,

eternamente.

La noche llega en la cubierta del vapor The Hell

y un pescador saluda desde la orilla.

Una estrella enorme tiembla en el agua

velada ahora por la niebla.

Lentos bajo el peso de la lluvia,

Marx y Rimbaud

regresan al mismo café de Bull Street

donde una noche de 1873,

por la prisa,

el imperativo de una cita,

el tren que no llegaba a tiempo y se hacía tarde,

no pudieron conocerse.

Cuando se despiden,

un perro solitario le ladra a su propia sombra

en una esquina,

y por el fondo del poema

pasa cojeando el fantasma de Verlaine.

Comienza a dormirse la ciudad.



Pa la luisa.

05 diciembre 2006

El Mito Bukowskiano de Apostrophes



David González dijo de todo esto:

Leí por primera vez a Bukowski cuando estaba en la cárcel, en una de Galicia. Alguien me pasó un ejemplar muy manoseado (que todavía conservo) de la novela "Factotum". Ni que decir tiene que la leí tantas veces que casi me la sé de memoria. Entonces pensaba esto: Si un bolingas de mierda como este es capaz de plantarle cara a la estupidez de la sociedad de esa manera, ¿cómo yo, que además soy super joven, no voy a poder superar toda esta mierda en la que estoy metido? Es decir: me daba fuerzas para continuar o al menos para intentar continuar. Pero, por desgracia, los referentes que uno tiene son tachados, una y otra vez, por la realidad objetiva. Me explico. Yo no hablo de lo que no sé, escribí hace tiempo en un poema. Por eso nunca había hablado del legendario episodio de Bukowski en la televisión francesa, en el programa de Bernard Pivot. Pero ayer, rabilando en el emule, encontré un archivo que contenía un programa de Apostrophes, el programa de letras de la televisón francesa por excelencia, el programa que conducía Bernard Pivot. Encontré el archivo del programa en que según decía la leyenda Bukowski la había liado bien liada. Descargué el archivo y vi el programa, dispuesto ya desde el principio a gritarle cuatro verdades al tal Pivot en cuanto se intentara pasar un pelo con el viejo Buk. En vez de eso, a medida que el programa pasaba empecé a sentir pena, una inmensa pena por el viejo Buk, empecé a sentir lástima por él, verguenza ajena. Fue, para mí, algo realmente patético. Lo único que no lo hace terminar en una decepción total es que Bukowski siempre que ha escrito sobre este tema ha dicho que él no se acordaba de nada de lo que había pasado y que solo sabía lo que le había contado Linda o lo que había visto al día siguiente en los medios de comunicación galos. No me extraña que no lo recordara, con la tajada que tenía. Me jode reconocerlo, pero Pivot, el presentador, hizo gala de una sangre fría digna de admiración. En la biografía "Hank. La vida de Charles Bukowski", el autor, Neeli Cherkowski, escribe: "Pivot pasó inmediatamente de Hank a otro invitado. Y luego a otro..." Esto, por ejemplo, es mentira. Al programa acudían como invitados 5 escritores, contando a Hank, que estaban allí para presentar sus últimos libros editados y no para chuparle la polla a Buk, como él, quizá equivocadamente había pensado o le habían hecho pensar. Así y todo, Pivot, el presentador, sentó a Bukowski justo a su lado, en un lugar, digamos, de preferencia. Y empezó a entrevistarle a él en primer lugar. Bukowski se extendió bastante tiempo en sus respuestas. Después de un tiempo considerable y de que Bukowski hiciera el numerito con los cables del traductor simultáneo, y digo numerito porque resultaba evidente que le ocurría lo que a tantos de nosotros nos sucede cuando estamos borrachos: la mitad de las cosas que nos dicen, aunque nos las digan al oído, ni las oímos, y eso, era, a mi juicio, lo que le sucedía a Buk, por lo que entonces hacía como que eran los cables...Luego, Pivot, como es lógico, pasó al siguiente invitado, que, por cierto, empezó elogiando sobremanera a Bukowski, para luego hablar de su propio libro...Después fue pasando de invitado a invitado...Bukowski, que seguía bebiendo a todo trapo, como cualquier borracho en su situación: el calor de un plató, unas conversaciones aburridas de las que además no entendía gran cosa, empezó a sentirse agobiado y empezó a interrumpir de cuando en cuando, pero siempre en un tono de voz educado, y para nada como dice Neeli: "Comenzo a hablar entre dientes y en voz cada vez más alta". A mí me parecía que hablaba entre susurros y en un tono de voz normal, entre otras cosas porque arrastraba tal melocotón que no tenía energías para hablar más alto...A todo esto, Bukowski aguantó en el plató casi todo el programa, prácticamente hasta el final...Y pasamos a la versión de su biógrafo: "Después, sin poder soportar más, se levantó de la silla, se arrancó el auricular de la oreja y se marchó del estudio(...)Cuando pasó entre los guardias de seguridad, cogió a uno de ellos por el cuello de la camisa, sacó una navaja que suele llevar en el bolsillo y amenazó a todo el grupo. No muy convencidos de si estaba bromeando o no, le quitaron el cuchillo y le sacaron del estudio". Bien, por desgracia, no fue así. Bukowski se incorporó a duras penas, tambaleándose de mala manera, de su silla y le dijo en un tono de voz más bien bajo a Pivot que se piraba; Pivot le dijo que vale y no le prestó más atención. Bukowski no se arrancó el auricular, sino que se lo quitó con gran dificultad dada su borrachera. Finalmente, vinieron a ayudarle gente del estudio y Pivot, siempre sonriendo, y él se estrecharon la mano y luego sacaron tranquilamente a Buk del estudio pasando por detrás de las filas de butacas donde estaban los espectadores del programa. En ningún momento se vio a Bukowski sacar ninguna navaja ni nada de todo eso. Tengo miedo de que si llega a sacar una navaja, el solo peso de la misma le hubiera hecho caer al suelo...Lo que a mi entender demostró Bukowski es que no aguantaba muy bien la priva o como decimos por aquí: que no sabía mear...Su aspecto y su borrachera lo único que producían, al menos a mí, era pena, lástima, eso: verguenza ajena...Y en último término: Decepción...Bukowski, en este caso, y siento decirlo, arrojó la toalla antes de empezar la pelea. De todos modos, si alguno se baja ese episodio del emule y lo ve, me gustaría conocer su punto de vista, porque, y lo digo de verdad: me gustaría estar equivocado en mis apreciaciones al respecto.

03 diciembre 2006

LOS HAIKUS DE JUAN EL CHARCUTERO


Hago mis economías.
Pero mis pocas palabras,
aunque de todos, son mías.

Juan Panadero

1.

Un cuarto kilo

de vergüenza me pides.

Muerdes mi carne.

2.

Las mandíbulas.

La carne de mi carne.

Esta es la herida.

3.

La crisis pasa.

Queda un rastro de broza.

Hojas de despido.

4.

En el alambre.

El corazón sin dueño.

En equilibrio.

5.

Lo más profundo

en la gran superficie.

Hipermercados.

6.

Los ojos. Mira

los ojos de las madres

de los poetas.

01 diciembre 2006

DIDÁCTICA


Perder es cuestión de método

dicen

los mismos que diseñaron el método.