16 junio 2015

El principio de esperanza




David Franco Monthiel

            Fui a San Juan de Dios con nuestro humilde comité de bienvenida. Me emocioné. Los editorialistas dicen que le dimos un baño de masas al alcalde. Quizá fuera porque salió al balcón del ayuntamiento apestando al apulgarado sillón en el que se sentó. Luego, horas más tarde, escuché con detenimiento el discurso de investidura. Me gustó cuando citó a Ernst Bloch, un marxista de la línea cálida que estudió en tres tomazos los mitos de la humanidad, los liberadores y los opresores, El principio de esperanza. Los mitos, el sueño despierto de la humanidad. No sé si Kichi, o la redactora del discurso, ha leído a Bloch. Si la cita fue cita de manual de citas o de búsqueda en el argumentario mítico de la teoría marxista para darse rollo o tinte intelectual. Le quedó bien el detalle aunque pasó desapercibido. Pero a mí me da juego para pensar que un alcalde de Cádiz, viñero y comparsista, profesor de secundaria y sindicalista, citara a Bloch y luego hablara de resolver graves necesidades de la ciudad. Necesidades tan materialistas y viejas como el hambre, el techo, la cultura, el trabajo.
            —Inaudito, picha.
            Porque lo bueno nuevo no es tan nuevo como parece. El discurso de Kichi comenzó aprisionado en el nerviosismo, fue irregular en las propuestas, pero mantenido con pulso en el argumento de las personas corrientes. Entronca con uno de los mitos éticos más antiguos de la humanidad, más que el Cádiz que envejece en la cabeza de muchos y exige con prisa y con mucho editorialismo lo que nunca exigió a Teófila. Osiris le preguntaba al muerto qué hizo de bien. Y uno, para resucitar su carne, dijo: “Di pan al hambriento, di de beber al sediento, di vestido al desnudo y di una barca al peregrino”. Cuatro necesidades como criterio ético de la resurrección. Metáfora de lo que el zombismo gaditano necesita. Siglos después, el fundador del Cristianismo repitió lo mismo. Diecinueve siglos después, Marx –el fundador del socialismo– escribió "¿cuáles son las cuatro necesidades humanas? Comer, vestido, casa y calefacción”. El sábado, Kichi —y Martín—, nombró las mismas cuestiones en el salón de plenos del ayuntamiento de Cádiz. Dos discursos éticos cercados de pataleos sobre la falta de experiencia, las advertencias de salón de los "cheques en blanco" y la narrativa fantástica y de ciencia ficción que afirmó la "magnífica herencia" de desarrollo, progreso y demás vacuidades y publicidad.
            El alcalde también habló de gobernar obedeciendo, cita zapatista que, hace unos años, se coaguló de forma institucional cuando un indio boliviano, quinientos años después de la invasión de su tierra, fue investido presidente. "El que manda es el representante que debe cumplir una función de la potestas. Es elegido para ejercer delegadamente el poder de la comunidad; debe hacerlo en función de las exigencias, reivindicaciones, necesidades de la comunidad. Cuando desde Chiapas se nos enseña que "los que mandan deben mandar obedeciendo" se indica con extrema precisión esta función de servicio del funcionario (el que cumple una "función") político, que ejerce como delegado el poder obediencial". Dice Enrique Dussel en sus 20 tesis de política.
            El poder obediencial es una vieja-nueva forma de hacer política que a muchos, por miedos atávicos y falta de higiene democrática en los baños de masas, costumbres palaciegas y empacho de televisión, da miedo. O no se la creen. O esperan pacientemente a que los errores —necesarios e inevitables—, los tweets antiguos, las fotos de cargos electos borrachos, florezcan para decir:
            —¿Ves? Lo sabía. Iba a quitar la Semana Santa.
            Sólo hubo que leer las columnas de opinión de la prensa local para oler el miedo. La peste. Porque ellos, los del miedo, la exigencia, los cheques en blanco, los comentarios sobre la ropa del alcalde, no van a parar de intentar destruir simbólicamente y cerrarle la puerta al aire nuevo del ayuntamiento. Tanto que celebrarán el regalito de premiar a tres golpistas venezolanos, tres personas que nadie debería premiar.
            Como decía Bloch, necesitamos soñar despiertos. Soñar que el proceso está en marcha y creerlo. Verlo marchar y que responda a la defensa de los más y los más necesitados. A sus necesidades materiales. El mito del alcalde del pueblo para esta ciudad con alma de pueblo, liberal de boquilla, cateta y moderna a la vez, debe abrirse a la fe que crece en la gente que no le votó pero cree en lo que dice y piensa que puede ser útil desde sus posibilidades y tiempos. Porque el nuevo criterio que sustituirá a la injusta ley del bipartidismo y sus voceros a sueldo —ley que mata, silencia y representa intereses económicos de los privilegiados—, es la fe. ¿Qué fe? No se me asusten los jacobinos de salón ni los laicos de extremo centro. La fe es cuando el pueblo cree en el pueblo.
            Los mitos son narrativas racionales en base a símbolos. El mito de Kichi debe hacerse fuerte, enriquecerse con la convergencia a construir por todos y todas. Debe ir más allá de las vanguardias leninistas, de los cotos privados, de los mismos vientos del sur de siempre, de las dobles asambleas, de las direcciones políticas miopes, de la toxicidad, de las mismas rigideces presentadas de forma pública como principios éticos insobornables. Hay que plantear la cuestión del liderazgo para evitar el tradicional vanguardismo o las dictaduras carismáticas. Así como el espontaneismo populista.
            Por eso creo que debemos responder a la llamada como el muezín llama a rezar. Debemos participar, hablar, defender a los que nos deben obediencia. Debemos insistir en la participación ciudadana, en la creación y mantenimiento y resistencia de redes y movimientos, hacer real eso de los pies en la calle.
            Volvemos a aquello de que la crítica de la política es la crítica de la religión. Pero el enano debajo del tablero de ajedrez del que hablaba Walter Benjamin vuelve a ser feo, está rallao y enfadado por viejas rencillas de la izquierda local, es sabihondo y resabiao, con mala leche. Es San Pablo, o la teología, o la participación ciudadana. El  poder obediencial debe comenzar en el acompañamiento popular de dos listas que necesitan de la experiencia, de las ideas, de la gente que defienda este proceso que comienza. ¿Subrayar BOJAS y BOES? ¿Agendas de nombres de jefes de prensa? Lo que sea. La democracia real se liga a la organización efectiva de la participación político-popular.
           
            Porque si pierde él perdemos todos. No va a ser fácil es el adagio que se repite y se repetirá hasta la saciedad cuando aparezcan los fantasmas del cerrojazo patronal, las zancadillas del sentido común gaditano que pregunta si "está preparao" (algo que no se le preguntó a Romaní ni a Jorge Moreno), las dimisiones, el grupo Joly en bloque acechando desde su morenobonillismo de manual. El cálculo: gobiernos en minoría más basura de twitter y fotos del Kichi haciendo nudismo en las dunas de Cortadura más tocarle el bolsillo al clientelismo larvado de la ciudad. Resultado: un gran mojonazo de legislatura.
            Por eso. Tener cada mañana oído de discípulo. Ser guionistas de la realidad, recordando a Azcona, que se suben en el autobús. Ser como Quiñones poniendo la oreja en la plaza de abastos: "Aquí, trabajando", decía al que le preguntaba qué hacía allí.
            Porque comienza el tiempo del peligro, el kairós, y el tiempo del tós por iguá. O el vámono que nos vamo. El principio de esperanza.