28 diciembre 2016

Lista 2016





1. El mundo en los ojos de un ciego, Paco Ignacio Taibo II.

2. Tartessos, Adolf Schulten.

3. Ora marítima, Avieno.

4. Prótesis, Andreu Martín.

5. La promesa, Friedrich Dürrenmatt.

6. Días contados, Juan Madrid

7. Doña Ustolia blandió el cuchillo cebollero, Paco Ignacio Taibo, II.

8. Turismo y capitalismo en España, Iván Murray

9. Abrázame, oscuridad, Dennis Lehane

10. Bajarse al moro, José Luis Alonso de Santos

11. El poeta cautivo, Alfonso Mateo-Sagasta

12. Cómo escribir novelas policiacas, G.K. Chesterton.

13. Últimos días de la víctima, José Pablo Feinmann

14. Gente del abismo, Jack London

15. Cuatro manos, Paco Ignacio Taibo II

16. El cadáver imposible, Juan Pablo Feinnmann.

17. Lo que es sagrado, Dennis Lehane.

18. Marx y la Modernidad, Enrique Dussel

19. La muerte de Ulises, Petros Markaris

20. Sobre la escritura, Francis Scott Fitzgerald.

21. Adulterios, Woody Allen.

22. Rebelión y melancolía, Michel Löwy y Robert Sayre.

23. Los mares del sur, Manuel Vázquez Montalbán.

24. Asesinato en el Comité Central, Manuel Vázquez Montalbán

25. Con flores a María, Alfonso Grosso

26. Andalucía, un mundo colonial, Alfonso Grosso.

27. Entre dos banderas, Alfonso Grosso.

28. Epitafio para un señorito, Manuel Barrios.

29. Carmen, Prosper Merimeé

30. El Pisito, Rafael Azcona.

31. Cuarteto, Manuel Vázquez Montalbán

32. El blanco móvil, Ross Macdonald.

33. Huella jonda del héroe, Montero Glez.

34. Un beso de amigo, Juan Madrid

35. Las apariencias no engañan, Juan Madrid.

36. Regalo de la casa, Juan Madrid

37. Mujeres y mujeres, Juan Madrid

38. Cuentas pendientes, Juan Madrid.

39. Grupo de noche, Juan Madrid

40. El juez y su verdugo, Friedrich Dürrenmatt.

41. A navajazos, Andreu Martín.

42. La literatura nazi en América, Roberto Bolaño

43. La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares.

44. Allegro ma non troppo, Carlo M. Cipolla.

45. Amo y esclavo, Lev Tolstoi.

46. Estrella distante, Roberto Bolaño.

47. Historial universal de la infamia, Jorge Luis Borges.

48. Nocturno de Chile, Roberto Bolaño.

49. Los caminos del flamenco, Antonio Mandly

50. El Blocao, José Díaz-Fernández.

51. Caballería roja, Isaac Babel.

52. Vidas imaginarias, Marcel Schwob.

53. Sed de champán, Montero Glez.

54. El aprendizaje del escritor, Jorge Luis Borges

55. Ha muerto un hombre, Davodeau, Étienne y Kris.

56. La sinagoga de los iconoclastas, Juan Rodolfo Wilcock

57. Tres historias de amor, Manuel Vázquez Montalbán

58. Tatuaje, Manuel Vázquez Montalbán

59. Los judíos en la literatura española, Manuel Cansinos Assens.

60. Como acabar de una vez por todas con la cultura, Woody Allen.

61. Los papeles de Aspern, Henry James.

62. Me acuerdo, Georges Perec.

63. La evasión, José Giovanni.

64. Besos de fogueo, Montero Glez.

65. La venus mecánica, José Díaz-Fernández.

24 diciembre 2016

EL CASO DE LA MITAD DE UN BILLETE DE VEINTE DUROS



 David Monthiel


La Cabiria no iba a cumplir ya más ochenta. Y nunca sabría de donde le vino el mote porque la última película que recuerda haber visto fue una que salía, guapísimo, Burt Lancaster en bañador. Y chiflaba la platea del cine Gaditano con la única secuencia en  que la censura había respetado un beso con lengua. Ella era más de la copla: “En el café de Levante, entre palmas y alegrías, cantaba la zarzamora”. El Levante era ahora un local de moda en la calle Rosario, donde había más fotos de escritores que de vedettes. La Cabiria caía por allí casi todas las tardes y pedía un machaquito. Se lo tomaba de un trago, al coleto. Y pasaba las horas muertas viendo trasegar a erasmus y a perroflautas, a jipipijos y a bohemios de toda suerte, incluso algunos ya entrado en canas a los que recordaba haber desbravado en sus buenos tiempos de la Cueva del Pájaro Azul, del Salón Moderno o del Pay Pay.

Una vez vino un periodista a preguntarle por la Lirio. Ella le miró de arriba abajo y le espetó, con una cierta coquetería: “Yo ya no tengo edad, como canta María Dolores Pradera. Pero tampoco tengo siglo y medio. Cuando yo nací, la Bizcocha ya había cerrado el café, chufla”. Ni se había mordido jamás la lengua ni había estudiado en San Felipe. Cualquiera imaginaba la retahíla de insultos y maldiciones que podía ganarse a poco que se le torciera el gesto a aquella anciana de ojos claros, que guardaba un secreto y la mitad de un billete de cien pesetas en su  monedero.

La otra mitad se la puso aquella tarde encima de la mesa aquel vejestorio que trabajaba hace un mundo en el Diario y que, cuando todavía vivía Franco y no había frecuencia modulada, vino a preguntarle por la Zarzamora: “Cuéntame, Caribiria, la historia de aquella copla”. “Tú la conociste, me han dicho”. Ella se reviró y le espetó su frase favorita: “Yo no traigo ni llevo chismes. Ni soy una chivata”.

—Te pagaré veinte duros.

—Te los metes por donde meas.

Fue entonces cuando le puso el billete sobre la mesa del Café Español: “Cien pesetas. Ahí las tienes”. Ella, parsimoniosa como una estrella del Moulin Rouge, se limitó a partir a Julio Romero de Torres por la mitad. Guardó la suya y le pidió al recién llegado que hiciera lo mismo con la  otra.

—Prueba a buscarme dentro de treinta años con esa contraseña. Entonces te contaré todo lo que recuerde de mi madre.


Bechiarelli, detective de Cádiz —con todo lo que eso suponía—, había escuchado enfrascado en un silencio de psicoanalista lacaniano la literaria exposición de aquel patilludo con gafas. No esperaba que el encuentro con el autor de Asesinato en Playa Capricho, la novela negra del Carnaval, se fuera a producir así, en aquel local de humedades de la calle Bendición de Dios que llamaba oficina. Había imaginado que el encuentro sería fruto del azar de las calles de Cádiz. O propiciado por el difunto Pepe Fosotti.

—Eso es lo que me contó Fosotti antes de palmarla y de darme el billete.

—Era una enciclopedia de Cádiz, el pobre. ¿Qué quieres que haga?

—Tú le enseñas el billete y que te cuente. Luego me lo explicas y yo escribo un relato de pelotazo que va a ganar el concurso del Café de Levante. Cincuenta pavos. ¿Qué?

—O sea que me lo subcontratas.

—No, hombre, fomento la economía local.

—¿Los escritores no hacen trabajo de campo?

—Estoy hasta arriba escribiendo una novela romántica en el Cádiz fenicio.

Bechiarelli pensó que el escritor estaba fatal de la cabeza. Con la de cosas buenas que hay para escribir, se dijo. Como una mañana de un vendedor ilegal de pescao en una esquina.

—¿Me vas a dar la mitad de un billete de cincuenta euros ahora?

—Cuando tengas la historia. Se va a titular “La Rubus ulmifolius”.

—¿Eso-qué-carajo-é?

—La zarzamora, según la nombraba Columela.

Bechiarelli recibió el sobado trozo de papel moneda.

—Vente mañana.

Cuando el patilludo se encaminaba a la puerta de la oficina, Bechiarelli se animó.

—Me leí Asesinato en playa Capricho.

—¿Te gustó?

—Muchos personajes. Reconocibles todos.



Ya solo, se colocó un cigarro liado en los labios.

—Macafly.

Las volutas de humo preñado de THC le trajeron las historias sobre La Cabiria de su abuela, Angelita La Papona. Recordó con vaguedad que alguien del carnaval le había dedicado un pasodoble. Llamó a El Purri, negro del carnaval y dueño de una monstruosa colección de libretos.

—¿Qué pasa, Rafaé?

—Purri, picha, una pregunta.

—A ver: pones los burgaíllos en el agua fría, la sal y cuando hierva, siete minutos.

—Que no, picha, que no es eso.

—¿Son gambas? —dijo El Purri entusiasmado.

­—Es sobre La Cabiria.

El Purri cantó al otro lado del teléfono.

Algo tendrá La Cabiria pa que un poeta la llore.

—¿Qué sabes de ella?

—Lo que sabe to el mundo. Cuentos. ¿Por?

—Tengo un chapú. Viejas historias.

—Aquí todas las historias son viejas, Rafaé.



Con la urgencia que da la necesidad de quitarse cuanto antes el marrón, salió de la oficina y enfiló la ratonera de calles del Casco Antiguo. La tarde era un rumor de estorninos. Llegó al Café de Levante. Se tomó una cerveza de merienda. Esperó.

Cuando fumaba en el callejón de San Andrés, apareció La Cabiria. Pidió un descafeinado y se puso a charlar con la camarera, que le colocó dos litros de leche en la barra. La Cabiria los guardó en un bolso sin fondo. Bechiarelli la abordó cuando salía.

—Señora. Soy Rafael, el nieto de la Papona.

—¿Angelita La Papona?

Los archivos de caras conocidas de La Cabiria se pusieron a funcionar. Bechiarelli le puso el billete sobre las manos.

—Cuénteme lo de La Zarzamora.

—Pepe se ha muerto —suspiró y observó el papel moneda —. Pídeme un machaquito, anda.

Cuando entró en el Levante de nuevo, Bechiarelli se lamentó por dejarle hueco a la vieja para que se guannajara. Adiós a los cincuenta pavos. Pero La Cabiria lo esperaba en la esquina con una sonrisa triste como si quisiera acabar la historia. El detective preparó su memoria para almacenar una historia del submundo de la copla.

—Mira, hijo: mi mare no fue la Zarzamora ni .

La perplejidad de Bechiarelli ocupó toda la calle Rosario. Ella se echó al coleto el anís.

—Le metí el trolazo a Fosotti pa que me dejara en paz.

—¿Todo es una trola?

—Todo-todo.

La Cabiria  hizo papelillos el billete.

—¿Y La Lirio? ¿Esa quién es?

Vete-ar-carajo.

Contrariado ante la desnuda verdad de los hechos y la malaje que la vieja fue despachando hasta llegar a los gritos y los insultos, se piró. ¿Un relato de pelotazo? Sólo tenía el cobazo que le habían dado a un periodista hacía treinta años. Pobre Fosotti. Adiós a los cincuenta pavos.



Al día siguiente, el patilludo apareció en la puerta de la oficina. Bechiarelli suspiró como si pretendiera apagar todos los cirios de un paso.

—¿Qué tiene la Zarzamora que a todas horas llora que llora por los rincones?

El escritor perdió tres puntos en la ficha que Bechiarelli llevaba mentalmente de la gente que se hacía el gracioso sin éxito. Colocó una grabadora frente al detective, que no lo dudó ni un segundo.

—La vieja vio el billete y lloró. Un dramón del quince. La Zarzamora fue una vicetiple de segunda de la crónica sentimental de España y toda aquella mitología: se estaba viva y no todas podían decir lo mismo. En Madrid tenía fama de pegarse pepitasos con las amigas, como decía Lola Flores. Por lo visto se enamoró de una niña bien: la mujer que la buscaba en el Levante. Pero no cuajó. Rafael de León la quería mucho y le escribió una letra cuando la vio destrozá. Todo está ahí. Lo del hielo: su frigidez, su burla de los hombres, el saber del querer desgraciado. ¿Qué tiene la Zarzamora? Pena, rechazo, lo que es vivir escondía. Cansada de su fama se casó con un tío desagradable que paraba por El Levante y que sí que le ponía los ojos como moras. Tuvo una niña al de casarse, La Cabiria. Una noche que el marío dormía la mona, se fue con la niña. Después de muchas vueltas acabó en Cádiz. Trabajó en los peores bares de Plocia buscando marineros. Bares que no eran como Los Delfines ahora, tú me entiendes. Se lió con La Lirio, una gallega con muchos cojones. Cuando se ponían ciegas formaban el escándalo y La Lirio le zurraba tela. Se llevaron mucho tiempo así. Cuando la gallega la dejó por La Bizcocha, la Zarzamora se hundió en el Savin. Perdió la cabeza y acabó en la calle tirá. Menos mal que la niña se quedó recogía con dos mariquitas del Pópulo. Un día se tiró al tren en San Severiano, la pobre mía. ¿Contento?

El patilludo no dijo nada.

—Venga, arría la carná.

21 diciembre 2016

Carne de Carnaval

PRÓXIMAMENTE EN LIBRERÍAS
(23 de enero de 2017)

Sinopsis

Rafael Bechiarelli, un gaditano buscavidas, recibe un encargo que le sacará de apuros para el próximo Carnaval, pero que intuye está cargadode mierda. El aparente suicidio de un talentoso guitarrista integrante de una comparsa le mete de lleno en el mundillo carnavalero, repleto de personajes, intrigas, polémicas, dinero y mafias. Bechiarelli sabe que será difícil llegar a saber la verdad en medio del ambiente cargado y variopinto de la fiesta, única tabla de salvación -o de perdición- de la ciudad. Esta novela de intriga de David Monthiel presenta un retrato ambiental del Carnaval de Cádiz. Pocas veces se ha contado con tanta fidelidad y rigor esta fiesta única. Un contexto inédito para algunos, muy conocido para otros, y en todo caso, con todos los elementos para crear una gran historia. 


19 diciembre 2016

Querido Kichi Mago:


David Monthiel

 

Yo me he portado muy bien este año, Kichi. Te lo juro. No he dicho nada del Brexit, del Trumpazo o el gusanazodíaz. Nada del no es no ni del no es sí, ni del no ni . He estao callao con lo del Matadero, lo del Loreto, lo de los liazos en los plenos. Callaíto con lo del Fran, con lo de los encierros en el ayuntamiento y con muchas cosas más. Ni pío sobre los durses de las monjas de Diputación, de las posibilidades de moción. de de las supuestas broncas entre tú y ese periodista que tanta grasia tiene, que luego te pidió perdón en público. Ni de la misma bronca del ínclito con un supermédico (¿Qué?). Ni del inicio de las obras en el Colegio Mayor, y del debate del nombre.

            —Que le pongan Tanit.

            —Mercedes Fórmica.

            —Paca Plebo, home.

            —Que le pongan el tuyo, joé.

            Tan bien me he portado, que este año no voy a entrar en el Falla, como siempre, por la misma cara, por culpa de no sé quién. Y no pasa . Aquí está el tío. Pero, Kichi, dime tú: ¿y esas pobres criaturitas que se han acostumbrao a entrar y salir con la de mármol? ¿Esa gente que tenía ya su rollo montao para echar el rato, divertirse y socializarse todas las noches? ¿Ahora qué van hacer dios-mío-de-miarma? ¿Irse a correr hasta Cortadura? ¿Verlo en Onda Cádiz? ¿Echar raíces en el Ducal? Eso es un problemón social, Kichi. ¿Qué será de esas personas humanas allí afuera esperando un cuelo que nunca llegará?

            Yo sé que debería pedirte en esta carta por la paz mundial, la desaparición de los comeorejas, los todólogos y los que dicen defender valores democráticos y critican a las cajeras de supermercado. Pero voy a pedirte por los pobres conductores de coches, que cada día los veo más achantaos con tanto rollo de la bicicletita y el carril ese. Con lo de la peatonalización o como se diga. Eso sería un disparate. ¿Tú no has pensao en lo felices que se sienten cuando, después de media hora de buscar aparcamiento entre La Caleta y La Alameda, encuentran a uno de la universidad que se va? ¿Qué va a pasar con ese subidón de venir a Cádi a comprar un polito en Tinoco y encontrar, a la primera, un sitio en El Campo del Sur? ¿Tú sabes lo que es quitarle la ilusión a un tío que cuando pilla sitio dice:

            —¡Por Esparta!

            Y se pasa a la semana cinco, seis o siete horas aparcando? ¿Nunca has sentido lo que es la libertad al darle puño de la moto a tope por la calle San Rafaé y que el viento te agite el pelito? ¿Tú no has sentido esa cosa de gran premio que es pasar follao por Sagasta esquina los Callejones? ¿Qué van a hacer esta gente montada en una bicicleta? ¿Repartir periódicos? ¿Caballitos?

            —Qué penita, joé.

            Debería pedirte en esta carta por la gente que va a pasar la Navidad en la calle al raso, con el frío que está cayendo. Qué peletazo, illo. Pero, ¿y esa pobre gente que tiene tantas casas que no sabe qué hacer con ellas y las tiene vacías porque no se les ocurre alquilarlas? ¿Qué van a hacer cuando les metas a esa gente pobre por doscientos pavos? ¿Qué culpa tienen ellos de tener tantas casas vacías y casi en ruinas? ¿No te das cuenta de que son suyas y hacen lo que quieren con ellas? ¿Es que nadie piensa en que a lo mejor no saben que pueden alquilarlas o arreglarlas? ¿No es mejor que se las alquilen por setecientos cincuenta pavos a tres guiris?

 —Que eso fomenta la economía, picha.

 Y por las pobres Eléctricas que, con esos cursos que tú promocionas para ahorrar, se están quedando las pobres sin dineritos para pagarle los sueldos a esa gente tan importante que contratan. Y eso que yo, por no encender, ni enciendo la luz del frigorífico. Pero lo de las calles... Ahí hay que gastar taco y no ser sarna. Seremos pobres, pero queremos gastarlo todo comprando, que esa es la tradición, picha. Por eso te pido que pongas más luces para que la gente pueda ver mejor los precios en los escaparates.

            —¡Que es que no se ve de lo que uno le compra al cuñao!

            Debería pedirte por los ENDUSSI esos, ya que a mí me hacen mucha falta fondos, porque los perdí desde que dejé de entrenar en el Panamá. Pero, ¿no has pensado en qué va a decir esa gente a la que se le puede acabar la posibilidad de ser solidarios y caritativos si tu pones a Cádiz con buena hechura con los dineros, las deudas, el trabajo y las cosas? ¿Qué va a ser de lo distraías que son las cosas de la caridad? ¿Qué va a pasar con el turismo laboral y los viajes de los que se van a trabajar fuera? Con lo que enriquece eso. ¿A qué se le va a escribir un pasodoble guerrillero?

            —¿Al peaje de la autopista? Qué tristeza, joé.

            ¿A qué se van a dedicar los que hacían y hacen fotitos sobre el mal estado de las calles, la dejadez en lo del mobiliario urbano y demás reportajes del Beirut en el que Cádiz se ha convertido? Porque yo ya te veo repellando paredes en domingos rojos para que la cosa esté bonita cuando llegue El carnaval o la Semana Santa, sin ninguna consideración para las aficiones fotográficas de parte de tus conciudadanos. Ni con su inspiración poética.

            —¿Es que nadie piensa en la fotografía?

            Debería pedirte en esta carta por esos que tantas cosas te recomiendan, que tantos consejos te dan. Y por la patilla. Esos que te escriben cartitas cada día y tantas cosas bonitas te dicen. Si tú dejas de hacer las cosas malamente, o se te va la pelota y un día te pones chaqueta y corbata, te peinas o se te ocurre gritar VIVA ESPAÑA antes que el tío que está deseando de decirlo, ¿qué va a pasar con los temas para escribir? ¿Qué será de las columnas de opinión? ¿A qué se dedicarán? ¿A hablar del Cádi, de Ortuño? ¿Del esquilmado del carajo de mar para el mercado asiático? Dime tú: ¿de qué carajo van a hablar los pobrecitos? ¿Del cambio del subdelegado y lo de ser el marido de? ¿De que los reyes magos son los padres de la Constitución?

            —¿No te da pena, hijo?

            Porque dime tú: ¿Qué van a hacer los derrotistas cuando puedan decir a la cara las cosas? ¿Se extinguirá el derrotismo con eso del nuevo reglamento de participación?

            —Se está perdiendo y es una pena.

            Por eso mi carta este año es para pedir por todos ellos, esa gente tan necesitada, que tantas injusticias sufren. Y por favor: ni se te ocurra cambiarles lo de la navidad con pamplinas de Reinas Magas ni porque, ¿tú quieres que se llene urgencias de gente atragantá por las uvas, hijo? ¿No sabes que están los hospitales nique para llenarlos de gente?

            Sé que, en verdá, debería pedirte en esta carta por Alepo, por el futuro de esas criaturitas, de los refugiados, pero, ahora mismo, me importan más el Alepo que tenemos encima desde hace veinte años, que es como un bombardeo a cámara lenta. Y que tantos refugiados han dejado en Camposoto, Puerto Real, Chiclana, Jerez, Sevilla, Madrid, Suiza. Y en muchos sitios más. Refugiados que ahora van a volver de vacaciones y van a pedirte cosas, como a los Reyes Magos.

            —Un trabajito.

            —Un pisito.

            Me despido ya, Kichi, eso sí, pidiéndote —ya para mí— paz, una paguita, amor y gamba blanca. Arsa.