—Tesquiyá.
Cuando todos se lanzan a usar la
nueva palabrita, una sólo piensa en cómo contrarrestar el novelerío de
doxólogos y opinantes para meter con calzador el neologismo que, según uno de
los diccionarios más arbitrarios de occidente (en el que no viene ni "soléa", ni "bulería"), es la palabra del año. Por
lo visto se ha usado mucho en artículos, redes sociales, en la campaña
electoral de Trump y en el Brexit. ¿Han contado con los tweets de
la población mundial que no tiene acceso a internet?
Pero, un momento: ¿es verdad la
verdad sobre la "reconquista", el "descubrimiento",
"la transición"? ¿era verdad la verdad del muro en la frontera
mejicana? ¿era verdad la verdad de la campaña de Bush Jr.? ¿Era verdad la verdad de las armas de destrucción masiva?
¿Era verdad la verdad sobre Cuba,
sobre Fidel? ¿Era verdad la verdad
sobre Venezuela? ¿Por qué se esconde
la verdad sobre las pensión alimenticia de un afamado periodista, la verdad
sobre las financiaciones de partidos y sus discos duros, la verdad sobre pisos
de VPO, la verdad sobre la corrupción, la verdad sobre la senadora fallecida?
¿Era verdad la verdad de las aguas contaminadas en Loreto, la verdad sobre el carril bici?
—¡Los iluminatti!
Ya una vez hablamos de
eso. Telerealidad. La posverdad es un guionista de Los Simpsons escribiendo para el
presidente de EEUU. Guy Debord usado y banalizado, sin
comprenderlo a fondo, por los gestores culturales.
Una de las razones que se arguye para
su creación y uso es que somos autistas informativos. Que los ciberciudadanos viven
en burbujas informativas, en pequeños guetos en los que sólo leemos lo que nos
gusta y que nos holgamos en la verdad cómoda y afín sin "los contrapesos tradicionales que funcionaban como árbitros".
—Y eso nos perjudica.
¿Ha mentido usted estratégicamente?
¿Nunca mintió en el currículum? ¿Dijo toda la verdad en las entrevistas de
trabajo? ¿Infló su inglés hablado y escrito?
Los "contrapesos" son un
gran eufemismo de las antiguas manipulaciones en la vieja opinión pública. Esa
que, en la larga y venerable senda de la prensa, se inventó el Maine (1898) o el estado cristiano. El frente armado de las
noticias-opinión, los cortas y pegas de las declaraciones, la "creación de
una realidad" o ficción periodística, la publicidad encubierta en
editoriales, son una perfecta máquina de fabricar verdad. Y es la misma , dicha
cientos de millones de veces, para que asumamos que debemos regalarles, en estas
fiestas tan señaladas, a los niños una pistola y a las niñas una muñeca. Porque
la realidad autoritaria es tan tramposa, chusca y cuartelera que uno de sus más
celebrados comentadores la tiene de mármol cuando es capaz de afirmar que es
mejor tener dos partidos únicos iguales en vez de uno, que la prensa en una
sola mano es mejor que esté en una sola mano, que está bien que los productos
que te comes sean todos de la misma empresa con diversas caretas.
—Disfrute: todo está bien.
Los que realmente viven en burbujas
autoinmunes de verdad son las elites,
las castas, los que mandan, los que redactan diccionarios, los que dicen hacer
ciencia universal desde un localismo imperialista. El que realmente vive en un
autismo informativo es Occidente,
rodeado de fronteras, atemorizado, encerrado en un nivel de vida insostenible
para el planeta tierra. Apenas conoce el cara a cara de la miseria y la crisis que
sufren las periferias gracias al expolio, la guerra, la epistemología que ha
convertido a occidente en occidente. Escamotea el daño.El
intercambio es de materias primas y womads por recetas económicas, deudas y
onegeismo ilustrado.
Ejemplos los hay a manojitos. Desde pagar
por zapatillas cosidas por pequeñas manos esclavas o argumentar que la empresa
que le cortó la luz a la abuela, que murió en un incendio por usar velas, no
tiene ninguna responsabilidad. Era problema suyo por no poder pagarla. La
casuística es nítida y cruel.
Otra verdad, a veces, se cuela por
las rendijas de la prensa comercial, los muros de la academia eurocéntrica y
las videocámaras de las elites bancarias: como el disidente cubano que no se
plegó al necio argumentario de los ciudadanos de primera.
—¡La libertad!
—Comemielda.
Esa verdad exterior, fuera de la
verdad del círculo de opiniones dominantes. Algo que podríamos llamar la
transverdad.
—¿Qué carajo es eso dios-mío-demiarma?
La transverdad es ir más allá de la
verdad de la modernidad, de esa que afirma que el aumento de la tasa de la
ganancia, a pesar de que puede acabar con el planeta, es racional. Se trata de
pensar lo posible desde la perspectiva de aquellos a los que la modernidad
siempre ha negado su verdad.
—Nosotros.
O se ha reído de ella. O la ha
considerado folklore. O se ha burlado de sus creencias. O las ha falsificado,
escondido, derruido, metido en una urna de un museo de antropología. O las ha
robado para convertir en rey del rock, del funk, del house, del dub, a un
hombre blanco de mediana edad que las clases medias puedan tolerar y consumir.
No se trata de realizar la utopía
moderna ni de regresar a un falso primitivismo pre-moderno. Sino de entender que
la miseria (económica, social, ecológica) que nos rodea es fruto de la verdad
de la "modernización". Entendida, por ejemplo en Andalucía, como la
reconversión industrial, deslocalización, crisis endémica, exilio laboral,
movilidad exterior, fuga de cerebros, la conversión en mito barato. Ese rollo de
adaptarnos a los estándares de la banca privada de la Unión Europea. La perenne
crisis de 1.161.000 parados y paradas.
Se trata pensar en el otro, la otra,
en la dominada, el dominado. En los zombis culturales, desde el cariño. En el
reverso sangriento de "La reconquista", las víctimas del
"descubrimiento" y el timazo de "La transición". En los
300.000 gitanos que viven en Andalucía y han resistido culturalmente.
Se trata de atacar como irracional a
la violencia, pasivo-agresiva en nuestra posición geoestratégica de sur subdesarsur, de la Modernidad. De ir más
allá de la verdad del partido único regional, del aparato político de los
enchufes y un largo etcétera de ruido, mierda y mamoneos. Negar la negación de su
mito, ese que sale en los anuncios de Barbie, en los promocionales del turismo,
en las utopías de las colonias para hombres y en la que nosotros actuamos de
graciosas o palmeros. Ese que hace invisible la barbarie moderna desde su
palafito construido con palabras como "civilizada, buena, universal,
racional, superior, científica y verdadera".
Partir de la verdad negada, excluida
y condenada al olvido por la modernidad y su rodillo académico-periodístico.
Porque partir de la eterna verdad, o la nueva posverdad, para los declarados
periféricos, acaba siendo lo mismo: afirmar nuestro supuesto carácter de
inferioridad innata histórica y cultural. Porque si se cree que la única forma
de "desarrollarnos" o "salir de este estado de inferioridad y
subdesarrollo" "o tener Kants o Heideggers o Foucaults o Bourdieus"
es modernizar nuestra forma de hablar, nuestras relaciones, despersonalizar lo
que se ha llegado a llamar la revolución
de la hierbabuena, nuestra música, nuestras ideas sobre los
musulmanes, sobre los refugiados, sobre la unidad del estado, sobre la
monarquía, sobre el 4 de diciembre, es cagarla a base de bien.
Y es aquí mismo donde se esconde el
misterio de nuestro subdesarrollo. Cuando,
queriendo ser lo que no somos (desarrollados), al final terminamos negando lo
que éramos para poder ser lo que no somos, que dice Juan José Bautista.
—¿Nos pagan los madrileños la
sanidad?
—¿Nos pagan los catalanes el PER?
—¿Nos van a enseñar a pescar al
curricán?
—¿Hay que tocar como un grupo de
Chicago o de Finlandia?
—¿Hay que hablar fino para ser
actriz y salir en películas?
No podemos seguir negando como cateta,
antigua, obsoleta e inferior nuestra propia memoria histórica y cultural. No
podemos seguir afirmando que no tiene sentido desarrollar nuestra propia
cultura, nuestra propia narrativa, nuestros propios saberes y nuestra propia
tecnología ancestral, sino importar e implantar en nuestra realidad el
conocimiento, la ciencia, la cultura el desarrollo explícito y exclusivo de la
forma de vida localista del Occidente masculinno, blanco y sajón. Y que eso nos dé igual. O
nos de vergüenza.
—Poé-verdá.
Porque
como decía José María Castaño: cada
vez hay más flamenco y menos cante. O
como decía el escritor periférico y costumbrista: Los conquistadores nunca se sacian. Ellos lo llaman vino, las uvas,
¿cómo?
Arriquitaun.
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