06 agosto 2014

Recordando a Silverio



Uno de estos días, acabábamos de tomar café en el Pasaje Eritaña; nos salimos allí a la puerta y llega una criada: 
—Oiga ustá, don Antonio, de parte de Antonio Fuentes que haga usté el favor de venir. 
—Pues dígle usted a Antonio fuentes, de mi parte, que no voy porque no me da la gana. 
(Era una época en que Antonio Fuentes estaba en to su apogeo; hacía unos años que había muerto Espartero y en esos momentos era él y Mazantini y Guerrita os que mandaban) 
Y yo, claro, me quedé…

—Hombre, Antonio, perdone usté, ¿pero Antonio Fuentes?

—Si eso es un mascapuros, si no interesa nada, nada; y usted, señora, le dice todo esto que yo he dicho, y tenga usted cuidado de decírselo todo tal y como yo lo he dicho.

Se va esta señora y a cabo de un rato vuelve otra vez.

—Oiga usté, don Antonio, de parte de don José García el Argabeño —por el padre, el viejo—, que haga usté el favor de venir.

—Ahora sí, diga usted que voy para allá inmediatamente.


Me quedé así, mirándole…, y me dice:

—¿Qué miras? Ahora voy porque este señor lo merece, pero el otro no, el otro no paga nada, es un mascapuros, no hace más que decir que se llama Fuentes, pero cuando él va a torear siempre pone la mano y pide lo suyo, y luego hay que pagarle el vino que se bebe; y cuando llama a un artista…; en fin, Joselito, anda vente.

—Yo no, ¿cómo voy a ir?, mire usté, Antonio…

—Que te vengas he dicho. ¿Quién está allí señora?

—Pues allí están Fernando el Herrero y Carne Membrillo tocando la guitarra, porque como no se le encontraba a usté, pues mientras a usté se le encontraba han llamao a estos señores.

Llegamos a la casa donde estaban, en la calle Abades; se sentó y empezaron a pedirse explicaciones.

—Tocayo, le he mandao llamar…

—No me hable usté de eso; ya sabe que usted que entre nosotros no cabe el que yo tenga que cantarle a usted, fuera aparte de las juergas en que estemos como amigos; ¿pero mandarme cantar ¡A mí, cuando se me manda cantar hay que pagarme y como me merezco!

—Bueno, hombre …—le dice a Chacón el Argabeño—, pelillos a la mar; vamos a dejar eso Antonio, su tocayo de usté es buen amigo y le quiere mucho a usté mucho.

—Sí, sí, y yo a él, pero en otro sentido del ambiente de juerga.

—Ea, pues vamos a tomar una copa de vino.

Empezamos a beber; mandaron por la cena al Pasaje del Duque y ya luego estuvimos cantando Fernando el Herrero y yo bastante rato. Fernando cantaba mejor que yo, en aquella época, porque me llevaba años y tenía más conocimientos, de manera que yo hacía las cosas de muchacho.

Y allá a las tres de la noche, porque tó este tiempo Chacón no estuvo más que en conversación, bebiendo y alternando, pues va y dice:

—Bueno, pues voy a cantar.

Y a esa hora, y como era verano, no había un balcón en la calle Abades que no estuviera abierto, y la gente escuchando, como si estuvieran escuchando a los ángeles. Era entonces cuando Chacón estaba en tó su apogeo. Y se le ocurrió al Argabeño decir:

—Oiga usté, Antonio, ¿por qué no canta usté un cante de Silverio?

—Con mucho gusto.

Y me acuerdo que cantó un cante de Silverio que tó el mundo llorando por la cara abajo. Se levantó Fernando el Herrero y le dijo:

—Oiga usté, Antonio, le voy a pedir un favor, dígamelo usté de corazón, ¿es que ese hombre podía cantar eso mejor que usté acaba de hacerlo?

Y tenía Chacón el sombrero en una percha, se levantó y cogió el sombrero, se cuadró, se puso los pies firmes y dijo:

—Señores: para hablar de ese señor hay que descubrirse ¡mucho mejor que yo!

Y claro, tos nos quedamos asombraos del respeto que le tenía Chacón a Silverio, y de quién sería ese hombre en su época.

Aquí, en esta fiesta, tendría yo de dieciséis a diecisiete años, que a raíz de esto fue cuando yo estuve de juerga con un torero de Córdoba…

Pepe el de la Matrona, Recuerdos de un cantao sevillano, recogidos y ordenados por José Luis Ortiz Nuevo. Ediciones Demófilo, 1975.