David Monthiel
Recuerdo imágenes deslavazadas. La
expectación, los repertorios-trámite, el ambigú de los comeorejas y de las
huídas frente a repertorios apolillados, las miradas desde el palco, los de
arriba mirando a los de abajo, la platea atenta a los tornavoces, las
autoridades mirando el móvil, los reporteros charlando entre ellos, el paraíso
con su maquinaria de diversión, peticiones de
saltos de masai para famosetes o presentadores de los palcos. Y luego
invitaciones:
—Que se tire, que se tire.
Algo me va a pasar, cantaba el grupo Flamenco de los hermanos Garrido. Y pasó.
La voz atombolada anuncia la
comparsa. Hay hambre de repertorio. Se trufan palmas a seis por ocho con un ole
en el acento. Las luces de sala se apagan. Sólo se ve la delgada línea de
portátiles del foso. El telón se alza. Una luz desde el fondo del escenario,
esa luz que aseguran que se ve cuando llega la muerte, el último aliento. Pero
es una muerte que, en su tránsito, va a cruzar la puerta de la Caleta, una de
las entradas a ese paraíso metafórico llamado Cádiz. El comienzo se demora hasta
que el chorreo escalonado de frases de ánimo, motes y nombres de conocidos,
gritos y pamplinas se apaga con paciencia de siseos e imperativos.
—Callarse ya, carajo.
En cuanto los guitarristas
encuentra un hueco de tres segundos, suenan los golpes del compás. Las
guitarras, la caja y el bombo se ponen en marcha con el afán introductor de una
máquina comparsista. Las voces truenan.
Tacita,
Cádiz tenemos toda la eternidad.
El verso posee esa capacidad de continuar
un discurso, como si no sólo se debieran engarzar los cuplés sino que hay que
enchampelar las comparsas, las músicas en un todo que desciende en espiral. El
carnaval no es una rueda que gira, no es el eterno retorno. Porque lo que se
canta se repite, pero de otra manera, en otro plano. Lo que se canta está en la
memoria pero también en el aquí-ahora, sucediendo. El teatro encaja el golpe y
parece impulsado por una fuerza telúrica, un guiño, unos pasos atrás en la
espiral del concurso. Es el final del año pasado. Y ruge, aplaude, se emociona
con un final que es un principio.
Sobreviene un silencio de cinco
segundos. Cinco segundos. La vida es eterna en cinco segundos. No pasa nada y
pasa la muerte, la muerte en cinco segundos La armonía vocal mece al público,
que ya se ve en la barca entre las olas, que ya está entrando en esta eternidad
que los Carontes presentan. Se atropella la letra en la percepción, una acumulación
digna del estilo de Ares. Cambia la tonalidad, las voces que empiezan a tañer
con una fuerza desoladora y exacta. Abre
tu puerta al barquero. El bombo llamando a la puerta. Ya se acerca al final
de la presentación.
Cada
vez que te canto, me resucito.
Tras la primera ola, empezamos a
asimilar toda la información, el tipo, el Caronte, el sombrero, el maquillaje,
el forillo bajo el sino de los jaleos, los ánimos. Y los ojos siguen
enumerando: las monedas, los collares. El Falla, que es el mundo ahora, espera
ansioso el primer pasodoble. Aguarda a que la vieja música de Cádiz regrese,
vuelva a sonar una vez más, vuelva a espolvorearse sobre los recuerdos y las
melodías conocidas. Las guitarras comienzan a sonar y es un murmullo, una melodía
sin letra. No hay pitos. El punteao se dobla, adquiere compás de metrónomo del tiempo que
pasa, de la carne que se ahoga en el tiempo.
La
procesión que va por dentro, la memoria de los pasos, los vivos y los
muertos. Es el martillo del levante. Primera parada, y una bajada que es pianto. El trío, en mayores. Una lunita cambemba arañando la bahía. La
comparsa parece cantar al límite del tono. Cambio a menores. Aparecen los coros
que acompañan los severos versos de los
ojitos desahuciados. El público se aturrulla con la multitarea. La comparsa
toma aire, fuerza. Y suenan los pitos, al final, en tres voces. Y la orquesta
canta. Una fuerza inusitada, la pena y la alegría, el cante que viene del
dolor. Aplausos. Gritos. Vellodepuntódromo defcon 2.
—Dio,
colega.
Muchos han perdido la letra,
asimilan la música que es compleja, pero saben de las tres partes del pasodoble, que
los pitos están al final, como la muerte. Primeros oles y palmas. El Falla anhela
que el segundo crezca dentro de sí para asimilar, para degustar otra vez esa música
que acaban de conocer.
El segundo se pasea por caminitos
hollados. El empaque de lo conocido, de lo visto. Pero aún inaprensible. Aunque se puede apreciar mejor la aspiración de
reloj de la caja y el punteao. El barquero nos cuenta una historia. Un
muchacho, un regreso. Se reconoce el estilo, las formas, los recovecos de la
música que describe la derrota. La historia se va terminando, un drama, vuelvo pero derrotado.
Aplausos. La comparsa respira hondo.
Se les ve tensos, extenuados. Pero bebe, se refresca la garganta. Sonríe.
Pitos de cuplé. La solemnidad de la
derrota, de la crisis, de la muerte, da paso al cachondeito. Curiosidades,
derrotismos sobre el regreso del autor. Metacarnaval. El forillo, el coreao. Diálogos y epítetos en la forma.
Un remate y al estribillo. Sencillo. Una nota al pie del trabalengüismo. Una moneda en el aire. Cara o cruz. Muy
dentro del estilo Ares, en el que hay una acción, tirar una moneda y la
determinación de un trabalenguas que acaba en la tierra de la luz, en la luz
del principio y del final. El segundo cuplé, para Trump.
Cambio de luces. El popurrí es aún
una masa de letra y música por deshacer. Una melodía nos va llevando. La
construcción armónica de la primera cuarteta posee esa densidad del teclado, de
un uso consciente de lo coral, del colectivo, de una comunidad que canta, y
bien. Es una constante en todo el popurrí: los coros de la orquesta. Con
destellos uruguayos. Sígueme.
Presentación del personaje para el
que todavía no se haya dado cuenta de que son Carontes, para aquellos a los que
aún no se han percatado de lo de la luz, de las monedas, de los collares, de
las calaveras y un largo etcétera. Cruza,
si tienes dudas, siempre a la izquierda. La metáfora del carnaval como
paraíso y fiesta. Aquí la música es más accesible, más amable a los oídos. Y
cuando uno está disfrutando llega la cuarteta en la que se canta BAJITO. Como
un matiz de elegancia que siempre se olvida en los repertorios chillones o
aparentemente enérgicos. Y recordamos qué significa ese matiz, ese pianísimo,
ese susurro. Su fuerza frente a los que pisotean por nada la publicidad de un
banco. Y es el vals que se baila con un Cádiz personificado, que se inventa,
que se pierde, que se busca, que se canta, que se encuentra. Para qué sepas quién eres tú. El
múltiplo de la arena. La piedra que se verá horadada por los vientos de la vida. Y se hace lista de los que fueron, de aquellos que nos dejaron su nombre. Y
las mujeres. Ese eres tú, en una
esquinita del sur. No lo olvides.
La cuarteta de despedida no es una
despedida. Es una invitación a la Cádiz eterna. Un recitado (con lemas o mitos
del teatro) sostiene un canto a cerrar las heridas. Regresa la memoria, y la
consciencia de estar en la gloria. El carnaval, ese que tira los muros de
Jericó, que troca las penas en alegría, que hace revivir, resucitar al que pena
y nos hace inmortales durante media hora, unos minutos, una madrugada frente a
dos personajazos que cantan un cuplé. Una inmortalidad que canta sus fatigas y
las amedrenta. Que invoca aquello que se quedó en los estratos de la historia para llegar a la roja tierra de aquellos dos islotes que por
tercera vez visitaron los semitas. Ese que habita bajo el adoquinado.
El pase se acaba. Puntúan los del
tornavoz. Comentan los que salen del teatro.
Pocas veces me he acostado con esa
sensación de viaje, pero en su acepción inglesa de tripping. Como si la foto estuviera movida, el eje de la tierra
estuviera impregnado de un alucinógeno y las cosas tuvieran una capa de
irrealidad. Si tiro de recuerdos: Carmen
Linares en los Jueves Flamencos,
The Posies en el Campus Rock, Galiana en el Festival de
Música Española, Caetano en el Castillo de San Sebastián, Rocío Molina en el Falla y un puñado de experiencias psicotrópicas. Conmociones que se
quedan como las pisadas en el fango de un brazo de mar entrando en la tierra.
Y llegan los comentarios, la glosa,
el jurado eterno que dicen diario. Aparecen
los señaladores, los que esgrimen su "abajo la inteligencia" cuando alguien
se atreve a analizar con herramientas no habituales, los que intentamos ir más
allá del "pellizco", "el tresporcuatro",
"la octavillita", "letra de pelo" de los comentadores del
Concurso. Recurren a la acusación de pedantería cuando una decide investigar
una obra carnavalesca. Pero a la vez, purita contradicción, le otorgan a la
comparsa el premio del "otro nivel", del "síndrome de Sthendal", de "la otra
liga". Acusan de que es de una complejidad que la aleja del acervo
popular. Que no se puede cantar en la ducha.Ni en la barbacoas, que ya no existen. Como las ninfas.
—Paridas.
Quizá para no saber, por no querer
ver qué hay detrás de la propuesta escénica y musical milimétrica. Todos
coinciden en la necesidad de la revisión para poder disfrutar todos los matices. Como se leen textos trufados de detalles o de referencias. Escuchan el pase tres, cuatro, cinco
veces. El youtube contabiliza la investigación.
—Esto está a otro nivel.
Luego vendrá la receta del carpe diem del barquero en esa
competición secreta de letras que "hablan desde el sentimentalismo":
la madre, la niña que da sus primeros pasos, la vida que se va y mañana el
barquero puede venir a por ti. Pero es
la alusión directa a un nosotros grande, ese "pueblo" (metonimia de "participantes
de un concurso") que no se calla cuando canta las verdades, cuando critica
con arte y compás, cuando se lanza a la calle (esta vez del escenario-pantalla)
para señalar a los ladrones, a los explotadores, a los que quieren que la
eternidad de una ciudad empobrecida continúe, es ese pasodoble el que da un paso hacia lo que pudieramos intuir. A ese sunami que ninguna vírgen podrá parar. Eso sí: es una variación del tema, en clave
política, del mismo que cantó la comparsa Los
Millonarios, con respecto a la responsabilidad ética de los músicos locales mainstreaming con el
estado de cosas que sufrimos.
Y yo me pongo a escribir. "Que lo mismo es mañana tu último día, tu último día".
No sé qué va a pasar este viernes.
Pero muchas gracias Antonio.
Arsa.