19 octubre 2017

El apocalipsis íntimo



David Monthiel



No vengo armado de verdades decisivas. Ni baratas. Ni pasadas de rosca. Ni resabiadas. Mi carne y mi sangre carecen de los resplandores esenciales del analista de los acontecimientos en pleno desarrollo. Carecen del distanciamiento del cínico, ese que en su chalecito ontológico (que pasa por tinaja de Diógenes), escucha los ecos de su propio argumento. Sin embargo, pienso que sería bueno decir unas cuantas cositas que vale la pena que sean bien dichas. Estas cosas no voy a gritarlas, ni a etiquetártelas. Porque hace tiempo, bastante tiempo, que el grito y las etiquetas salieron de mi vida.

Para el mayestático sin comunidad y sus recetas será difícil entender la confesionalidad de mi testimonio. Para la vanguardia de la opinión y los cien mil editorialistas que se leen entre ellos, también. El creyente dirá que soy pesimista, informado, pero pesimista, y algo miedoso. Y qué decir de los optimistas de la grosería y los pesimistas de la voluntad. Todos dicen que hay mucho ruido. Haciendo ruido. Es general. A veces es hasta generalísimo.

El ruido me genera miedo. Intranquilidad. Sinvivir. Un miedo que me atenaza y paraliza tras leer cada meme del unionismo esquizoide, ese de "vete" pero "quédate, hijo de puta", cada correlación de debilidades, cada video de palos, cada agresión de las hordas impunes, cada mentira, cada a por ellos, cada eufemismo de fascismo, cada fotografía de robots armados ironizando con el diálogo, cada discurso escrito en un fusilamiento, tras escuchar eso de "enfrentamiento entre radicales y defensores", entre golpistas y golpeados. Me agarra tras ver los trailers de proyectos nacionales fallidos, tras ver trapos sobre saludos romanos, sobre discos duros, sobre fachadas financiadas por lo negro. Me inquieta ver a Piolín, que Amnistía Internacional se haya pronunciado por los presos políticos, esos que no existen.

Sé que mi miedo es de raíz plantada en cunetas. Un miedo transformado en silencio. Un miedo fagocitado en cuarenta años de paz, consumo y algodones.

Ya no es el deseo de ser piel roja. Sino el deseo de ser cíclope para facilitar la ceguera. Porque ya no es el miedo a que vendrán más años y nos harán más ciegos. Todo lo vemos. Flotan nuestros ojos en el cloroformo de lo todo-visto. Y proyecto: las imágenes del exilio, del periplo por las embajadas, los pasaportes imaginarios que tamponan los funcionarios de la despedida.

Y somatizo: me levanto cansado, me acuesto sin poder dormir, sueño cosas raras, me quedo mirando al vacío, evito mirar la floración de balcones de las embajadas tras la lluvia nacionalista, prescindo de ponerme camisetas sensibles al estado de polarización generalísima, me escapo de los comentarios de ascensor sobre la situación.

Y todo se complica: temo sufrir y ya sufro. El futuro del que habla el coaching, los planes de pensiones, los bancos y la educación privada se borra así: pin, en una desbandada simbólica de mi alegría.

Podría trazar, con astucia para venirme arriba, darme ánimos y resistir, hilos rojos como la sangre derramada hasta otras voces, otros ámbitos. Pero no encuentro consuelo en la memoria. No encuentro valentía, ni arrojo. Seré yo. Lo sé. Se me conectan los tiempos en un hilo negro de terror y muerte, de tensión callejera y alzamientos. Se me llena el día de visitas y paseos, de rapadas y de ricinos. De preámbulos balcánicos. De bombardeos en dibujos infantiles, rayitas que caen del cielo. Beso el pan que tiro a la basura. Se me cruza por la calle el tipo que delató a la familia de Ana Frank, con una sonrisa satisfecha, desenmascarado, escucho los golpes en la puerta de madrugada del Cuarteto nº 8de Dmitri Shostakovich. Pienso en la banalidad del mal, en el cambio de la rueda, en los coletazos de un monstruo que se sabe moribundo pero letal y en todos los Eichmann que se han ido a desayunar señalando a mis amigos en una lista.

Este miedo me cansa, me achara y me derrota. Me hace balbucear. Y escribir a destiempo. Sé que no se entiende nada. ¿Quién carajo es Diógenes? ¿Qué significa "el mayestático sin comunidad"? ¿Y "chalecito ontológico"? Siento usar el lenguaje de los perseguidos, o los que podrán serlo. Es más seguro usar el soniquete del Apocalipsis, ese texto encriptado para que los perseguidores no se enteraran de .

 Os pido disculpas.

Así que, cuando deje de nevar y la nieve se derrita, aparecerá de nuevo el barro de las cunetas. Sabremos que la nieve, con su blancura y silencio, escondía el cieno.

Y quizá la esperanza.  
Aro que sí, pisha mía.