La vida, ese juego tan serio,
se me fue sin hacer nada.
Si acaso, lo justo para seguir jugando.
Perseguí, eso sí,
los goces pasajeros —otros no conozco—
con ahínco y con tristeza
—pompas de jabón, pasiones
de porcelana y de llovizna—,
y, en fin, alguno que otro obtuve
y puse cuanto pude en disfrutarlos.
Por lo demás,
el mundo me falló como acostumbra.
Fui, como todos,
un funambulista por el filo,
un merodeador de tantas cosas,
una nota a pie de página
de un libro incomprensible.
Me agoté caminando y, al cabo,
poco útil aprendí por el camino:
tres o cuatro fruslerías
en este siglo feo de chatarra y crimen.
Quizás, por ejemplo
—y disculpen las molestias—
que sólo el humor permanece,
que sólo la ternura se aproxima a la verdad,
que sólo el amor podría salvarnos.
Respetable auditorio:
en este juego se pierde siempre,
la banca arrastra con todo aquello que apostamos
indiferente a nuestros rostros
de ilusión o de esperanza.
Esta ridícula partida,
esta aventura pequeña,
se pasa casi sin tiempo de contarla
o de entenderla.
Poco más tenía que decirles.
Poco más.
Qué vida más extraña
y qué torpes jugadores.
se me fue sin hacer nada.
Si acaso, lo justo para seguir jugando.
Perseguí, eso sí,
los goces pasajeros —otros no conozco—
con ahínco y con tristeza
—pompas de jabón, pasiones
de porcelana y de llovizna—,
y, en fin, alguno que otro obtuve
y puse cuanto pude en disfrutarlos.
Por lo demás,
el mundo me falló como acostumbra.
Fui, como todos,
un funambulista por el filo,
un merodeador de tantas cosas,
una nota a pie de página
de un libro incomprensible.
Me agoté caminando y, al cabo,
poco útil aprendí por el camino:
tres o cuatro fruslerías
en este siglo feo de chatarra y crimen.
Quizás, por ejemplo
—y disculpen las molestias—
que sólo el humor permanece,
que sólo la ternura se aproxima a la verdad,
que sólo el amor podría salvarnos.
Respetable auditorio:
en este juego se pierde siempre,
la banca arrastra con todo aquello que apostamos
indiferente a nuestros rostros
de ilusión o de esperanza.
Esta ridícula partida,
esta aventura pequeña,
se pasa casi sin tiempo de contarla
o de entenderla.
Poco más tenía que decirles.
Poco más.
Qué vida más extraña
y qué torpes jugadores.
de "Los huídos" (Ediciones del 4 de agosto, 2008) de David Eloy Rodríguez
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