El capitalismo, ¿es un hedonismo? ¿O un ascetismo? ¿O las dos cosas al mismo tiempo?
Una película reciente, rodada en forma de documental por la palestina israelí Ibtisem Mara'ana, nos cuenta una historia muy emocionante: la de una joven que sueña con llegar a ser modelo internacional. Como árabe atrapada en una sociedad tradicional, la joven sólo puede aspirar a convertirse en Miss Mundo Arabe (título del film), un concurso menor, despreciado por las agencias y las televisiones, que cierra todos los caminos hacia Hollywood. Pero nuestra ambiciosa muchacha no renuncia a su sueño; a los exigentes entrenamientos sobre zapatos de tacón y las duras sesiones de maquillaje, se añade la necesidad de enfrentarse a su familia, inicialmente poco comprensiva, y a su reaccionario medio musulmán, para tomar una valiente decisión: presentarse al concurso de Miss Israel, una puerta hacia Europa y los EEUU. Israel, es verdad, es el Estado que discrimina a los suyos y ocupa sus tierras, pero el problema ni se plantea en la película; la dificultad estriba más bien en que para participar en el certamen de belleza del enemigo nuestra heroína tiene que exhibir su cuerpo semidesnudo sobre un escenario y ante millones de telespectadores. Si ella está dispuesta a ese sacrificio, sus compatriotas palestinos no lo aceptan y algunos fanáticos puritanos llegan al extremo de amenazarla de muerte. En la última escena, la televisión israelí enfoca el asiento vacío en la sala del certamen para rendir homenaje a la ardorosa palestina que se ha enfrentado a su pueblo mientras fuera, deshechos en llanto, ella y su maquillador invocan el sueño roto de la adolescente y prometen seguir luchando. A los espectadores se les pide que lloren con ellos y los espectadores lloran; a los espectadores se les pide que admiren a una joven despolitizada, obsesionada con la ropa, fascinada por Angelina Jolie (cuyo nombre adopta), se les pide que admiren a una palestina que renuncia a su identidad para salir en las portadas de las revistas y los espectadores, naturalmente, la admiran.
El pasado 27 de abril, una crónica del diario El Mundo desde Jenin, símbolo de la resistencia palestina, nos hablaba a su vez del sueño de Marah Zajalka, joven de 18 años que quiere ser piloto de Fórmula-1. Marah, nos dice el periodista, “tiene este sueño desde los 11 años, cuando vio una carrera de coches en su destartalada televisión”. Contra los “prejuicios” sociales y la incomprensión de su medio, la valiente muchacha defiende su derecho a participar en competiciones automovilísticas y no renuncia a la posibilidad de conducir algún día un bólido en una pista de carreras: “No solo hay que participar en Intifadas y ser mártires". El periodista pide a los lectores que se indignen contra la injusticia sufrida por Marah y los lectores se indignan; el periodista pide que los lectores admiren a una joven que sueña con agravar la contaminación planetaria y la crisis petrolífera para manejar un carro de 46 millones de euros y los lectores, naturalmente, la admiran.
Espero que se me entienda. No es que yo reivindique sólo las Intifadas y los mártires ni que crea que, en las condiciones más adversas, los pueblos ocupados no pueden permitirse satisfacciones individuales sin traicionar su causa. Al contrario: los palestinos precisamente luchan por su “derecho a la normalidad”, del que están siendo privados por la ocupación. Lo que me preocupa, lo que me asusta, lo que a mis ojos da toda la medida del poder de un modelo de consumo globalizado, es que incluso en la Palestina ocupada la “normalidad” sea eso: las pasarelas de moda, Hollywood, la televisión, los grandes coches.
Es verdad, pero no toda la verdad, que las sociedades occidentales se reproducen a través de la “facilidad” del consumo generalizado de mercancías tecnológicas. La disciplina, el esfuerzo, la austeridad, la voluntad, el tesón, el afán de superación, la renuncia, la lucha contra el medio, están presentes no sólo en las invisibles clases trabajadoras, sobre todo inmigrantes, que conspiran en silencio para levantar nuestras casas y barrer nuestras calles. También en las revistas del corazón y en los desfiles de moda, en los reality shows y en los grandes eventos deportivos. Consumir es fácil, pero ser consumido requiere mucho trabajo. Ser visible requiere algunas virtudes heroicas. Para ser el más frívolo, el más indiferente, el menos comprometido, el más insolidario, el más alienado, el más rico, el más guapo, hace falta muchas veces la paciencia de un científico, la austeridad de un sacerdote, el tesón de un revolucionario.
Hace algún tiempo, por ejemplo, la portada de un periódico nos daba la siguiente noticia: "Un ejemplo de superación: el piloto Alex Zanardi vuelve a conducir un coche dos años después de perder las dos piernas en un accidente".
Hace unos meses la Rai, por su parte, nos daba un ejemplo de ascetismo casi místico, como el de San Antonio en el desierto: para mantenerse siempre delgadas, las grandes modelos se dedican al “cake sniffing”; es decir, desayunan sólo con la nariz, husmeando distintos dulces y pasteles que se hacen traer en grandes cantidades, multiplicando así las tentaciones, pero que mantienen a la distancia heroica de la vista y del olfato.
El famoso libro Guinness de los record, por lo demás, está lleno de ejemplos de disciplina y afán de sacrificio. ¿Cuánto entrenamiento y cuanta paciencia son necesarias para poder comerse, como Michel Lotito, 18 bicicletas, 1 carrito de supermercado, 7 televisores, 6 lámparas de techo y un avión? ¿O para meterse 82 chicles en la boca, besar 52 veces a una cobra venenosa o dejarse crecer uñas de 80 cm.?
El esquema de Hollywood, que es el de la película de Ibtisem Mara'ana, no sólo nos cautiva por intoxicación ideológica: es que contiene, digamos, el fantasma de todas las virtudes universales. La fuerza de voluntad, el afán de superación, el sacrificio, el tesón, el esfuerzo tienen algo así como un “espectro de moral o de eticidad” que no podemos dejar de admirar. Admiramos, sí, la fuerza de voluntad, aunque esté al servicio del asesinato; admiramos el afán de superación, aunque se trate de superar el record de bombas lanzadas sobre Iraq; admiramos el sacrificio, aunque uno se sacrifique para poder violar más niños; admiramos el esfuerzo y el tesón, aunque el objetivo sea dirigir una mafia, derrocar un gobierno legítimo o acabar con todos los elefantes del planeta.
El problema, por tanto, no es que bajo el capitalismo falten virtudes sino que, como decía Chesterton, están mal colocadas.
Tan mal colocadas que a nadie puede sorprenderle que 500 millones de personas se registrasen en internet para asistir al funeral de Michael Jackson mientras sólo 500 se manifestaban en Madrid contra el golpe de Estado en Honduras;, ni que 40.000 personas acudieran a la presentación del esclavo Kaká y casi 100.000 a la del esclavo Ronaldo en el estadio del Real Madrid mientras apenas 300 se acordaban, en esos mismos días, de la trágica situación en Palestina.
3 comentarios:
Excelente entrada para reflexionar sobre el lugar hacia dónde van dirigidos nuestros más personales e íntimos esfuerzos. Para mí no tiene el mismo valor querer ser miss que escultora por ejemplo.
Salu2
Muy buena tu entrada. Muy necesarias las reflexiones que haces, también.
La cultura de alabar el esfuerzo y cualquier clase de éxito a cualquier precio, omitiendo las imprescindibles consideraciones sobre la dimensión ética de la ambición es uno de los mayores desastres de cualquier civilización.
El error no es nuevo. Atenas y Roma ya lo conocieron.
gracias.
A las dos.
Santiago da en el clavo, again.
Muy recomendables su "Leer con niños" y "Capitalismo y nihilismo"
salud
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