La poesía no se resigna a un mundo injusto. Palabras para cuestionar, para hacer pensar y sentir, para transformar. Este Libro de la servidumbre, cuarto poemario de David Franco Monthiel, del que había ofrecido un breve pero intenso adelanto en un cuadernillo titulado Apuntes de la servidumbre (Cuadernos Caudales de Poesía, 2009; de libre acceso en la Red), nos trae, en versos certeros y punzantes, memoria, dignidad, afán de justicia.
El autor gaditano, continuando la línea de trabajo y de hallazgos de su excelente Las cenizas de Salvochea (Baile del Sol, 2008), escribe sobre este mundo y este tiempo, sobre los estragos del capitalismo y su poder, para compartir miradas y temblores, inquietudes y alertas, cantos de resistencia y compañía. “Apenas revelamos los cantares / que glosan el silencio de los siervos”, afrontando el riesgo de ser quizás solamente “verdad de ceniza en el viento”.
Los caídos en la lucha, los represaliados, los desposeídos, son recordados y homenajeados: su testimonio pervive, su ejemplo sigue dando luz. Así aparecen en este libro los espectros de Angela Davis, de Kobayahsi, de los asesinados en los campos de concentración nazis pero también en Palestina, en Abuh Ghraib, en España. “Nunca olvides la música de las trincheras”. Es importante no olvidar, se nos cuenta y canta, para no desistir, para no caer anestesiados, presos de la impotencia y la mansedumbre, de la vida sin vida. “Hay quienes viven bien en el cadalso / sin notarse la soga en torno al cuello”. Pero la poesía sabe ser
testigo, sabe seguir diciendo, sabe seguir respirando aunque nos dicten la asfixia. Si hay vida, hay esperanza: “Del sur al norte / sobre el campo minado / vuelan pájaros”. Versos que resisten, versos que construyen.
El autor gaditano, continuando la línea de trabajo y de hallazgos de su excelente Las cenizas de Salvochea (Baile del Sol, 2008), escribe sobre este mundo y este tiempo, sobre los estragos del capitalismo y su poder, para compartir miradas y temblores, inquietudes y alertas, cantos de resistencia y compañía. “Apenas revelamos los cantares / que glosan el silencio de los siervos”, afrontando el riesgo de ser quizás solamente “verdad de ceniza en el viento”.
Los caídos en la lucha, los represaliados, los desposeídos, son recordados y homenajeados: su testimonio pervive, su ejemplo sigue dando luz. Así aparecen en este libro los espectros de Angela Davis, de Kobayahsi, de los asesinados en los campos de concentración nazis pero también en Palestina, en Abuh Ghraib, en España. “Nunca olvides la música de las trincheras”. Es importante no olvidar, se nos cuenta y canta, para no desistir, para no caer anestesiados, presos de la impotencia y la mansedumbre, de la vida sin vida. “Hay quienes viven bien en el cadalso / sin notarse la soga en torno al cuello”. Pero la poesía sabe ser
testigo, sabe seguir diciendo, sabe seguir respirando aunque nos dicten la asfixia. Si hay vida, hay esperanza: “Del sur al norte / sobre el campo minado / vuelan pájaros”. Versos que resisten, versos que construyen.
David Eloy Rodríguez