Un típico latiguillo de algunos
critibas*, del que se hace eco más de un buen crítico, consiste en decir que la
novela social llegó a ser inútil cuando los temas que trataba empezaron a ser
aireados por la prensa y por los libros de sociología. Por este mismo
argumento, en todos los países donde la prensa sensacionalista airee y hasta
huracanee las crónicas de sucesos y donde se publiquen estudios de
criminología, se hacen inútiles las novelas policíacas, de crónica negra y de
aventuras; donde se publiquen revistas eróticas y, por ejemplo, los libros de
Freud y de Reich, sobran las novelas amorosas y eróticas; y donde se publiquen
las obras de los grandes psicólogos, sobran las novelas basadas en la creación
de caracteres complejos; y donde se publiquen las obras de Aristóteles,
Espinoza, Kant, Hegel y Heidegger, están de más las llamadas novelas
metafísicas; y donde proliferen la ciencia y su divulgación deben desaparecer
los cuentos y relatos de ciencia ficción; etcétera.
Suele ocurrir, sin embargo, precisamente
lo contrario, y no sería difícil descubrir por qué y a quién conviene que sea
así. Pero, además, la falacia del argumento queda aún más patente si se tiene
en cuenta que la prensa y los medios de difusión, en los países donde se supone
que hay libertad de palabra, casi siempre están controlados por monopolios y
semimonopolios o grandes compañías que más que informar, desinforman: la prensa
libre sólo es libre para el que tiene una, como dijo no sé quién. Los tratados
de sociología y la información periodística sobre la sociedad, en una sociedad
clasista, no invalidan, en modo alguno, la literatura de intenciones sociales;
lo que sí puede hacer la llamada libertad de información, y con tanta o mayor
eficacia que la censura, es crear una sensación de libertad que adormezca o
desvíe el deseo de libertad, tanto en la literatura como en la vida. Es muy
fácil descubrir por qué y a quién conviene que sea así.
Un último criterio de los
critibas y de algunos críticos que quiero discutir es el de la supuesta
ineficacia de la literatura social. Atribuyendo a los escritores “sociales”,
con razón en general, un deseo de cambiar la sociedad, realizan el malabarismo
sofístico de atribuirles la suficiente ceguera mental como para confundir los
libros con las armas. Para cambiar la sociedad, le dicen al autor “social”, son
infinitamente más eficaces las armas o la acción política que las novelas o los
poemas; y se quedan calvos al decirlo. Chistes fáciles, citas de Octavio Paz o
Carlos Fuentes y algún adjetivo o adverbio que exprese ingenuidad combinados
con alusiones al “arte comprometido” suelen acompañar las invitaciones, no
siempre veladas, a abandonar la pluma y coger el fusil. De mí puedo decirles, y
creo que esto vale para muchos escritores, y no sólo de mi generación, que
jamás he tenido la ilusión de que una obra literaria pueda cambiar la sociedad;
pero también que, puesto que mi principal vocación ha sido, desde muy temprano,
la de escritor, he aspirado a que mis obras literarias puedan contribuir, repito
contribuir, a cambiar la sociedad. Contribución indirecta y mínima, en todo
caso, y siempre difícil de medir, pero que no por ello deja de ser
contribución.
El sofisma empieza cuando se
compara la posible eficacia literaria con la eficacia política o bélica. Ni
siquiera el Canto General de Neruda, con sus millones de lectores (pero
no olvidemos que uno de ellos fue el Che Guevara), puede ser comparado en
eficacia política o bélica con una huelga general o una guerrilla bien
planeadas. Pero mientras el mundo siga siendo, para la mayoría de sus
habitantes, ancho y ajeno, en el mundo tendrá que haber huelgas generales y
guerrillas, pero también —probablemente— novelas y poemas. La literatura realista
lo que ofrece a sus lectores es un conocimiento de la realidad, y su
contribución a los cambios sociales y políticos, si existe, pasa a través de
ese conocimiento.
Sucede, sin embargo, que a los
critibas e ideólogos próximos o dependientes de la ideología dominante les
molesta que la literatura proponga un conocimiento profundo y total de la
realidad o de algunos de sus aspectos que la clase en el poder se esfuerza por
mantener desconocidos o mal conocidos. Prefieren y preconizan una literatura que
proponga un enturbiamiento total de la vida mediante la superposición de
esquemas ideológicos de confirmada eficacia mitificadora. Una clase ascendente
ataca siempre con la realidad, una clase descendente se defiende siempre con la
irrealidad, con mitificaciones e idealismos, en buena parte readaptados de la
vieja clase a la que ella misma derrotó. En el fondo de esta cuestión de la
eficacia creo que hay un cierto error de planteamiento de la teoría y la
práctica del llamado “arte comprometido”. Y el error arranca desde el
principio, quizá desde Sartre. Pienso que habría que invertir los términos:
“arte comprometido” es el que está comprometido con la clase dominante, que es
algo real y concreto que continuamente está exigiendo e imponiendo el
compromiso a escritores y artistas; el arte que, dentro de su campo específico,
afronta la realidad, con frecuencia enfrentándose con la clase dominante y su
ideología, es una arte libre —y casi siempre arriesgado y poco “brillante”—, un
arte que preconiza el cambio, el cual es siempre algo sin concretar, todavía no
real, algo que exige verdadera libertad de imaginación.
Sólo dos cosas, pues, pueden
hacer que la literatura realista sea ineficaz: su propia falta de calidad
literaria y/o, aunque tenga ésta, la falta de lectores; si aquélla es
atribuible al autor o a cada obra en particular, la falta de lectores para las
obras de calidad no se puede explicar sin tener en cuenta también la acción
interesada y poderosa de los que, por uno u otro medio, logran controlar la cultura
y su difusión.
"Cuatro notas a
manera de epílogo", para la reedición en 1982 de Central eléctrica, de Jesús López Pacheco
*Para López Pacheco critiba es a crítico lo que escriba a escritor:
Entre los críticos tiene que haber, y creo que hay, critibas, criticanos, criticantes y criticadores. No creo necesario, ahora, intentar la caracterización de todas estas categorías. Baste insistir en que todas ellas implican un cierto grado de proximidad y dependencia, consciente o inconsciente, respecto a la ideología dominante. Hace falta aún precisar que, como suele ocurrir con las clasificaciones, ésta que propongo no es en modo alguno tajante, pues en muchos críticos, y hasta buenos críticos, se dan, mezcladas en diversas proporciones, las características de dos o más categorías.
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