06 enero 2013

NORIO Y D.E:.R.

De la poesía, de T.S. Norio: 500 páginas para acercarnos a la poesía y los poetas a lo largo de las épocas y en las diferentes culturas. Coeditan este libro dos editoriales: la sevillana Libros de la Herida, centrada en la poesía (ha publicado a autores como Alberto Porlan, Juan Antonio Bermúdez, Pedro del Pozo o Manuel Fernando Macías), y la ovetense Cambalache, de intereses diversos (ecología, feminismo, inmigración, historia, literatura infantil…), dos proyectos colectivos que quieren pensar nuestro tiempo y aportar prácticas de transformación social con una trayectoria repleta de obras que desean ser útiles a las gentes, tender puentes y pervivir.
Charlamos sobre De la poesía con su autor, el poeta y narrador asturiano T. S. Norio, autor de poemarios como Un mensaje a García (Krk, 1989), Academia Rilke (Lf Ediciones, 2003) y Tres poemas (Baile del Sol, 2009), del libro de relatos El tesoro de los cuentos (Krk, 2003) y de novelas como Vida del Gates (Baile del Sol, 2003) y Variaciones Nuria (Baile del Sol, 2011). Norio es además uno de los responsables de una aventura artística y editorial apasionante, La última Canana de Pancho Villa, cuyo catálogo está compuesto por más de seiscientas publicaciones, y sigue sumando.
En De la poesía, T.S. Norio ha compilado, organizado y prologado textos de diversa procedencia, todos ellos de alguna manera relacionados con una aproximación al hacer poético: sus orígenes y herramientas, su diversidad, sus misterios… Hablamos aquí del fruto de sus investigaciones.

David Eloy Rodríguez: De la poesía es un libro que contiene muchos libros… Una ventana abierta a muchas realidades. Es un libro acumulativo, lleno de pistas. ¿Estaba en el plan inicial?
T.S. Norio: No exactamente. El libro nació de una curiosidad más bien nebulosa. Siempre me ha gustado la poesía, leerla y escribirla, pero en los últimos tiempos me parecía que la poesía se había convertido en un mero género literario minoritario y exquisito. De las personas que leen libros, nueve de cada diez nunca leen poesía. Ni se acercan a ella, como quien decide que no le gusta la comida turca o la tortilla sin cebolla. Y sin embargo me pareció que eso no podía haber ocurrido siempre, que la palabra poética tenía que haber tenido otros usos y otras manifestaciones a lo largo de los siglos. Y no sólo en nuestra cultura, sino en todas, igual en las civilizaciones milenarias que en las tribus errantes de Mongolia. Así que empecé a buscar rastros de la poesía en todo lo que leía y miraba y escuchaba. Y me encontré que había muchos más de esos rastros de los que yo podía sospechar. Cada persona a quien le comentaba mi curiosidad me ponía detrás de unas huellas. Hablaba con una psicóloga y me explicaba que, claro, que había profesionales de la psicología que utilizaban la poesía en las sesiones de terapia o en los cuidados paliativos a enfermos terminales. Ayudaba, más que al terapeuta a afinar su diagnóstico, a que el paciente se contase de una manera más apiadada, más jubilosa, el relato de su vida. Y entonces alguien me comentaba acerca de los rapsodas errantes que han venido viviendo de recitar epopeyas de pueblo en pueblo por las montañas del norte de Albania desde los tiempos de Homero. O sobre los encantamientos protectores para promover la buena magia y evitar la mala de los isleños de dos islas de Micronesia de las que juro que nunca había oído hablar. Me acuerdo de los nombres: Gilbert y Ellice. Me lo contó una pareja que había trabajado de biólogos allí. Y así todo. Así que me centré en acopiar todo lo que iba descubriendo, con la idea de que me sirviese de material para un ensayo. Me di un plazo para recopilarlo y me puse a ordenarlo.
Y entonces me di cuenta de que cualquier intento de crear un hilo de pensamiento que las engarzase era como intentar entender un arrecife de corales vendiendo collares de coral, lo mismo hasta de cuentas falsas. Intenté estructurarlos por milenios o siglos, por continentes, por las distintas “utilidades” que ha venido teniendo la poesía. Pero no funcionaba, y al final lo que hice fue lo que me pareció que revelaría mejor a la propia poesía, así que seleccioné alrededor de medio millar de fragmentos de los que había manejado y los reproduje literalmente mencionando la fuente exacta para que quien quiera seguir un rastro tenga la referencia. Cada fragmento tiene entre dos líneas y cuatro o cinco páginas y recoge igual un poema de los marineros vikingos antes de salir a la mar, que una reflexión sobre la relación entre el poder y la palabra en muchos pueblos africanos o de Mesoamérica, o un conjuro hindú para conseguir el amor de una mujer de hace lo mismo tres mil años.

D. E. R: Has huido de las definiciones en este libro. La apuesta parece más por la complejidad de lo vivo: la poesía no es fácilmente reducible, apresable, domesticable. “Definir es cenizar”, que decía Lezama Lima. Hay una atención a lo pequeño, a su capacidad de sugerir.

Norio: Sí, tiene gracia lo que dices. Hace quince días estuve presentando el libro en una maravillosa librería del Mercado de San Miguel, en Madrid, en Lavapiés. Se llama La Casquería, porque está en el puesto donde vendían la casquería. Vende libros al peso. Tiene unas balanzas por los mostradores, escoges los libros, los pesas, y pagas. A 10 euros el kilo. Y tienen un material extraordinario. Bueno, pues fui allí a presentar el libro y los editores habían liado al antropólogo y poeta Ernesto García López para que me presentase. Y se largó una charla preparadísima, brillante, que a mi me dejó noqueado. Habló de las lógicas abductivas y deductivas, de la mirada pragmática, de Foucault y la genealogía del presente y la inconmensurabilidad de lo real a base de microdatos. Daban ganas de tomar notas, de verdad, como me comentó luego un amigo que estaba allí: le tenía que haber dicho que hasta a mí me habían dado ganas de comprar el libro. Bueno, pues una de las cosas de que habló fue del método morelliano y de un libro, El paradigma indiciario. Por lo que entendí, es la misma idea que me comentas, y, sí, el libro es un poco así: un saco de coordenadas y un mapa mudo para que cada lector se haga sus propias rutas.
 D. E. R.: Lo que, generalizando, llamaremos poesía, ¿lo podemos considerar un universal? ¿Has percibido en tu investigación que exista en todas las culturas, en todas las épocas?
Norio: Pues doctores tiene la iglesia, pero yo al menos no he encontrado ninguna cultura, por grande o pequeña que fuese, que no haya de alguna manera hecho poesía, cantado y bailado.

D. E. R.: La poesía ha servido para muchas cosas…

Norio: Sí, es sorprendente, porque ese tópico de que la poesía no sirve para nada práctico se deshace en cuanto te fijas un poco. El libro está plagado de utilidades en el sentido más convencional de la palabra, de lo más variopinto. Te diré sólo tres ejemplos: hay muchas culturas de climas hostiles, como los pueblos del desierto del Sáhara o los de la tundra de Siberia, que transmiten a los niños en poemas todo lo que necesitan saber para subsistir si se pierden en desierto o se encuentran un oso o han de atravesar un lago de hielo quebradizo. De manera que a los 10 años los niños se saben unas cuantas docenas de poemas que les salvan literalmente la vida. Pero es que, sin irse tan lejos, en cualquier sierra española puedes encontrarte lo mismo. En el libro aparece un poema de Os Ozcos, entre León, Galicia y Asturias, que es en realidad una receta farmacéutica con su propia composición y posología contra la erisipe —el percebún, en asturiano— , una enfermedad congénita de la zona. Te dice qué hierbas coger del monte y como prepararlas exactamente igual que un prospecto. Y un último ejemplo, entre cientos: las nanas. Unos poemas hechos para dormir bebés. Lorca dio una vez una conferencia sobre las nanas de la literatura española a lo largo de toda su historia y explicaba que las nanas, como poemas, eran monótonos y un algo quejumbrosos, como si las madres que los decían sintieran demasiado la carga de los hijos y la secular pobreza. Pero luego, en una antología de nanas que salió hace tres o cuatro años, Carme Riera, que era quien la había preparado, decía que Lorca no había pillado lo fundamental: las nanas estaban hechas para que el niño o la niña se durmiese enseguida, no para bailar una samba ni batir palmas. Lo explica muy bien, está en el libro.

D. E. R.: Hay no pocas referencias a la relación de las prácticas poéticas con la agricultura, la ganadería… La poesía pegada a la tierra, a su cotidianidad, y a la pervivencia de la especie.

Norio: Sí, una de las cosas que más me asombró al elaborar el libro fue la cantidad de espacio que ocupa o ha ocupado el ganado en la poesía de todos los pueblos. Pueblos que componen poemas a cada una de sus vacas, que declaman himnos a la mantequilla y al dios de la mantequilla… Hay una lengua africana que tiene 2000 palabras para distinguir las vacas. O, para no ser pesado, sólo otro ejemplo. Esta versión que hizo Bertolt Brecht de una canción campesina egipcia del siglo XV antes de Cristo. Son las palabras que le dirige un campesino a su buey:
¡Oh gran buey! ¡Oh divino tiro del arado! ¡Descansa para volver a arar! ¡No revuelvas jovialmente los surcos! Tú que vas adelante, conductor, ¡arre! Curvados trabajamos para cortar tu pienso; descansa ahora y cómelo, tú que nos alimentas. Olvídate, comiendo, de los surcos. ¡Come! Para tu establo, oh protector de la familia, jadeantes, las vigas arrastramos. Nosotros dormimos en lo húmedo, tú en seco. Ayer tosiste, oh guía querido. Estábamos desesperados. ¿No irás a diñarla antes de la sementera, perro sarnoso?‎

D. E. R: ¿Qué relaciones ha tenido la poesía con el poder?

Norio: Uh, eso es una pregunta para hacer varias tesis doctorales. Es uno de los hilos que más presente está en el libro. Por un lado está la posición social que ocupaban y ocupan los hacedores de versos en cada tribu y en cada cultura y en cada civilización; y por el otro la incidencia o las intenciones de los poemas en sí. Ha habido poetas a sueldo de un rey, o de una familia, o de una comunidad, poetas encargados por ejemplo de componer sólo los días infaustos, cuando había un terremoto o una inundación. Era un puesto que había en la corte de mandarines de la China medieval. O poetas como Hesíodo, que pasa por ser el primero de nuestra cultura que tuvo conciencia de un conflicto social y se posicionó con los más sufrientes. Y luego, está la otra parte, cómo ha visto en cada momento y lugar el poder a la poesía. El libro cuenta una historia del emperador romano Calígula muy aleccionadora: propugnó durante varios años un concurso de recitadores, unos juegos florales, en Lyon, y entre los premios que daba estaba al peor recitador de todos: al que le tocaba tenía que borrar con la lengua su manuscrito y luego le arrojaban al río.

D. E. R.: ¿De quién son los poemas: de quien los escribe o de quien los lee?

Norio: Supongo que son de todos y para todos. Al final te puedes ir haciendo la pregunta por parcelas: ¿De quién son las oraciones? ¿Y los himnos nacionales? ¿Y los refranes? Hay una historia que ilustra esta tensión muy bien: hace un par de años, Carlos Mejía Godoy, el cantante que puso la banda sonora a la revolución sandinista en Nicaragua, exigió públicamente que el actual gobierno de Nicaragua, que muchos consideran una excrecencia del espíritu sandinista, dejara de utilizar sus canciones en los actos oficiales. Pues resulta que una asociación de las víctimas de la revolución difundió un escrito en el que explican que gran parte de las canciones de Godoy hablan de los muertos en la lucha y de su sangre, y que esos muertos y esa sangre son de sus padres y sus mujeres y sus hombres y sus hijos y sus hermanos, de los que murieron, y que más derecho tienen por tanto ellos a usar esas canciones que su autor. En el libro incluyo el manifiesto entero, y es una auténtica delicia, no tanto en el sentido literario, sino por su enorme fuerza.

D. E. R.: Has comentado en alguna de las presentaciones de De la poesía que se podría hacer un libro apasionante sólo con la historia de la creación de los himnos nacionales de los diferentes países del mundo… Los poetas como cantores de la gloria, razón y límites de la patria…

Norio: La vedad es que alguna vez he pensado en ello. Un libro que reprodujese las letras de los doscientos y pico países y territorios del mundo, y explicase de cada uno la historia. En el libro salen tres o cuatro, como la noticia del día en que en Nueva Zelanda quedó abolida la obligación de cantar su himno nacional en todos los cines del país antes de empezar la sesión. Pero también se incluye una lista de los poetas nacionales de cada país del mundo y, por ejemplo, una reflexión muy aguda de Slavoj Žižek, el filósofo esloveno, que habla de que hay una poesía que actúa como fundamento de las patrias y sin la cual no podríamos entender el odio, en el sentido de exaltar la raza propia, o la etnia o el país o la lengua o la religión, pero siempre con un sentido de confrontación con otras realidades. Y concluye con una provocación: necesitamos controlar a la poesía, porque tras cada limpieza étnica hay un poeta. Da que pensar.

D. E. R.: La poesía, ¿puede curar?

Norio: Sí, definitivamente, pero yo diría que más que curar puede sanar o sanear, mucha de la poesía del mundo se hecho con una motivación sanadora o purificante. Fíjate sólo en cómo recitan los budistas sus mantras o los católicos sus rosarios o los yoguis sus sutras. O la cantidad de sortilegios, oraciones, himnos y de todo que te encuentras en cualquier tribu y en cualquier cultura.

D. E. R.: La palabra poética crea comunidad, da cuenta de lo significativo, cuestiona el discurso imperativo de La Realidad, abre posibilidades de otros mundos posibles… Dice Nicanor Parra, así lo recoges en De la poesía: “todo lo que nos une es poesía”.

Norio: Sí, de hecho esa creo que es una de las enseñanzas que aprendí preparando el libro. Estamos en una época en que la realidad que nos crean es estrecha y con una espesa capa de mugre. Y esa realidad se basa en incidir sobre el miedo, que es la emoción más devastadora del ser humano. Cuando ves que medio mundo vive (vivimos) rodeados de palabras como “prima de riesgo” o “necesidad de aumentar nuestra productividad y eficiencia” y toda la pesca, y luego descubres que en cualquier comunidad de humanos a lo largo de los siglos y los continentes se ha recurrido a la poesía para hablar de lo que realmente nos conforma: la vida, la muerte, el amor y el desamor, la enfermedad, el trabajo, la espiritualidad… y que, en esa poesía, se utilizan otras palabras que crean otra realidad más amplia, más cooperante, más confiada, más generosa. Esa realidad nos resulta a la mayoría de las personas más auténtica, más entrañada con nosotros, hasta más cómoda. El actual estabulamiento de la poesía como un exquisito género literario es una trampa, no sé si tramada o surgida sin más, que nos empobrece como individuos, como comunidad y hasta como especie. La poesía es un arma poderosísima para ayudarnos a construir otro mundo.

D. E. R.: Las oraciones, y la gran mayoría de textos sagrados, están escritos en verso…

Norio: Sí, una de cosas que vi claras haciendo el libro es que la poesía, en cuanto que palabra sagrada o elevada, digo sagrada en el sentido de incorruptible (tú no puedes cambiarle ni una coma a los padrenuestros), ha sido un terreno muy apetecido. Quiero decir que las distintas religiones, sus iglesias, se han otorgado la exclusiva de la palabra sagrada. En realidad, es una práctica intrínseca a cualquier poder: apropiarse de una potestad del lenguaje y negarle el pan y el agua a cualquiera que les pretenda mear en su prao, sea el lenguaje científico, el jurídico, el religioso o, ahora, el economicista. La palabra económica ahora mismo funciona como una verdad revelada. No está en verso, pero yo creo que es porque ni siquiera les da para ello.

D. E. R.: La poesía aparece relacionada, unida, muchas veces con la experiencia de la ebriedad.

Norio: Sí, son numerosísimos los ejemplos: desde una ceremonia de ingesta de ayahuasca, hasta los concursos de beber y componer versos de los poetas taoístas de hace mil años, o un texto delicioso que explica cómo empezaron a fumar hachís los artistas y poetas amigos de Theophile Gautier en París, hacia 1850. Se iban a un hotel, el Pimodán, una vez a la semana, y se dedicaban a fumar ritualmente tumbados sobre cojines y medio disfrazados de beduinos del desierto, y luego apuntaban sus visiones. Una de las cosas mejores del libro es el amplio índice analítico que incluye, con no sólo los nombres propios y de lugares, sino también conceptos transversales, como recitación, guerras y batallas, o alcohol y tabernas. Eso permite que el interesado, por ejemplo, en el hilo de la ebriedad pueda localizar las docenas de textos que tratan de ella.

D. E. R.: La poesía, ¿puede transformarnos? ¿Puede cambiar la sociedad?

Norio: Sí, la poesía puede cambiar la vida. Y en mi opinión en las dos direcciones: la poesía puede ayudar a desvelar las mentiras de esta realidad y apuntar otras realidades posibles, y al tiempo, la mirada poética nos transforma y crea ya, aunque sea a jirones, esa otra realidad.

D. E. R.: El capitalismo, ¿devora la poesía? ¿La desactiva por completo, o queda aún vida viva en la poesía?

Norio: No, yo creo que el capitalismo funciona como Monsanto, la multinacional de la semilla patentada. Sacan un producto que acaba con cualquier bicho y semilla viviente de un lentejal. Luego te venden unas semillas de lenteja que están tratadas para que sea la única cosa viva que pueda prender en aquella tierra y para que se reproduzca y haya que comprar semillas todos los años. El capitalismo, como cualquier poder hegemónico a lo largo de la historia, está haciendo lo mismo con el lenguaje, con las palabras: ha hecho un solar donde no crezca nada que no sea miedo y ocio y confusión y ruido, y ahí han plantado la semilla de su supuesta ciencia económica como única realidad que puede crecer en ese fermento. Y no es que nos vendan las semillas cada año. Es que nos venden la azada, nos subarriendan la tierra y nos convencen para que miremos de pignorarnos en posiciones a corto en el mercado de futuros de nuestro propio botijo.

D. E. R.: La poesía (nos referimos ahora al género literario), ha dejado mayoritariamente al margen la palabra de las mujeres que tenían cosas que decir, y querían decir…

Norio: Te cuento algunas de las cosas que salen en el libro, que pueden ser esclarecedoras: se cuenta, por ejemplo, la historia de Berta Singerman, una actriz argentina que se pasó cuarenta o cincuenta años dando giras por todo el mundo como recitadora. O los poemas clandestinos de las mujeres pastún, en Afganistán. O el lenguaje secreto que tenían en Escocia las mujeres que se reunían en los lavaderos: estaba vedado a los hombres y mediante él se transmitían de generación en generación leyendas y noticias de la vida local. Y aparece varias veces la figura de las brujas, en el sentido de mujeres con unos poderes especiales para ver el futuro o el más allá o el mundo de los muertos. O un poema dialogado entre hombres y mujeres de un pueblo mexicano que marca los prolegómenos de una orgía colectiva que se celebra cada año.

D. E. R.: El libro es también, a su manera, una antología de poemas de todo tiempo y lugar…

Norio: Sí, en el libro recojo poemas, a modo de muestrario de un inmenso tesoro. Hay poemas polinesios, cheyenes, kirguises, húngaros, de la grecia clásica, infantiles, de hace 5000 años y de ahora mismo. Un poema del Tao-Te-King y uno de Las Hurdes, un epitafio de un monje zen, el primer poema conocido de Cuba o uno sobre la tempestad de la Biblia. O, este, mira, para no dar la vara, un poema yoruba, una etnia del oeste de África:

Tú no puedes disputarte la sabana con el búfalo.
Tú no puedes disputarte la selva con la rata.
Un niñito no puede golpear a su madre.
Un viejo no puede enojarse con su mierda.
¿Por qué tendría alguien que estar enojado conmigo?
¿Puede acaso una mujer ver un pene sin alegrarse?
¿Por qué no estás contento cuando me ves?
Los niños se divierten con los pájaros.
Niños de la casa, mayores de la casa,
hombres, mujeres, jóvenes y viejos,
Cualquiera que vea un bebé recién nacido debe estar contento.
Yo soy ahora un bebé recién nacido:
vengan y bailen conmigo.‎



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De la poesía, T. S. Norio
Cambalache / Libros de la Herida, 2012
498 páginas.
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