16 julio 2025

‘Historia provincial de la infamia’, el gran libro… de 2021, por Juan Bonilla en Jot Down

 

Arte y Letras Libros Literatura
Detalle de portada de 'Historia provincial de la infamia', de David Monthiel. Imagen Editorial Algaida.
Detalle de portada de ‘Historia provincial de la infamia’, de David Monthiel. Imagen: Editorial Algaida.

Resulta que el libro se publicó en 2021 y ni me enteré. Mientras leía noticias sobre decenas de libros ya olvidados, y hasta me zambullía en algunos de ellos —no todos, por suerte, echados al camposanto del olvido—, el libro permanecía encerrado en cajas porque la editorial que lo publicaba quebró o estaba a punto de quebrar, o la distribuidora dejaba de atender las novedades de la editorial, o yo qué sé. Lo cierto es que ni me enteré, a pesar de haberse alzado con un premio prestigioso, el Ciudad de Irún. Y no me hubiera enterado de su existencia si el otro día, paseando Cádiz, a un amigo no se le hubiera ocurrido decir: vamos a llamar al David Monthiel, que él sabe dónde se come bien por aquí. Y ahí apareció el hombre, y traía de regalo un ejemplar del libro encerrado: Historia provincial de la infamia, editorial Algaida, q. e. p. d., 2021.

El guiño a Borges, que decía que se basaba en sus relecturas de Stevenson y Chesterton para componer los ejercicios narrativos de Historia universal de la infamia, y ocultaba la relación de su compilación con las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, contenía también un homenaje a Bolaño y su La literatura nazi en América, que sigue siendo —de los suyos— mi libro predilecto. Dado que el libro de David Monthiel se circunscribe a Cádiz y a biografías musicales, y comienza con una apertura apoteósica donde se retrata Cádiz como la meca del embuste y la coba, la paradoja de que la gente se desnude disfrazándose y la exageración más disparatada —no exenta a veces de sentimentalismo pernicioso—, me zambullí en el libro sin estar muy seguro de cómo iba el hombre a sortear sus propias imposiciones. A la segunda vez que me tiré al suelo de la risa, supe que aquel era el libro que más iba a regalar este año, aunque ya no estuviéramos en 2021.

Se las avía Monthiel para levantar vidas gaditanas y flamencas mezclando una erudición pirada y un estilo elegante que no comete el error de querer ser borgiano. En la primera de las biografías damos con un prodigio del cante que tiene la facultad extraordinaria de matar señoritos que, al escucharlo tan jondo y tan verdad, se dan de cabezazos contra una pared hasta que pierden el sentido. El muchacho utilizará su superpoder para la lucha sindical, de donde asome pronto la duda de si de verdad, como se cuenta en las calles de Cádiz, «el Sierra» ejecutaba un cante que llevaba al suicidio a quienes lo escuchaban o más bien juntaba a los que lo escuchaban para ejecutarlos en nombre del hambre y la lucha obrera.

El flamenco se presta al mito de forma muy elocuente; tenemos bibliografía suficiente, como el extraordinario libro de Ortiz Nuevo sobre Pericón de Cádiz, y hasta filmografía, como las entrevistas de Quintero al Beni. Yo tuve unos años de compañero de redacción a Amós Rodríguez Rey, gran flamencólogo que tenía dos tarifas para dar conferencias: una para conferencias sin ilustrar, donde explicaba cada palo, y otra para conferencias ilustradas, donde después de cada explicación entonaba un ejemplo. Naturalmente le decía: Amós, como te he escuchado cantar, supongo que las conferencias ilustradas son más baratas, ¿no? Naturalmente me decía: de Jerez tenías que ser.

Por mucho mito que rodee al cante, al baile, a lo jondo y lo mestizo, a los errores de la pureza que le afearon «Entre dos aguas» a Paco de Lucía, a la prosa enfática de los flamencólogos, Monthiel —y no es el menor de sus méritos— da con el tono exacto para que, por disparatadas que sean algunas de sus crónicas, las leamos hechizados de su capacidad de invención, extraída directamente del arte gaditano de la coba. Recorre todo el siglo XX, desde los precarios tiempos en que el flamenco vivía del señoritismo andaluz, a los años noventa y el comienzo del milenio, donde el flamenco se va de vanguardias y lo mismo se adelgaza en minimalismo que se anaboliza en óperas que ya me dirás tú la falta que nos hacen.

La combinación de calle y biblioteca es precisa y eficaz, la prosa limpia y delicada. El resultado es extraordinario. Difícil será que un lector olvide al negro Buscagliolo, talento desorbitado que compuso las piezas más sensacionales de Manuel de Falla y, a falta de piano, inventaba melodías en un tablón sobre el que pintó teclas blancas y negras, mientras en su cabeza iban sonando los compases de La Atlántida —obra de Falla que quedó sin terminar no porque el maestro no la terminara, sino porque se le murió el negro de la mala vida que se daba callejeando—. ¿Y qué decir del Beatle de Cádiz y de las semejanzas más que sospechosas de algunas piezas de Miles Davis con composiciones flamencas que todo el mundo se sabía mucho antes en Cádiz porque las habían compuesto dos músicos cofrades?

Historia provincial de la infamia es una fiesta. De la imaginación y del lenguaje. No creo que haga falta ser gaditano para quedar hechizado por el libro, ni siquiera ser flamenquista. No sé cuánto se perderá si te falta alguna de esas condiciones —quiero decir, que si fuera un libro sobre jugadores cubanos de béisbol, a lo mejor no me hubiera atrapado tanto, aunque lo dudo—. Lo que sé es que el libro no se merece estar muerto —eso sí, muerto de risa— en cajas perdidas en un almacén. Hay libros que tienen esa negra suerte de salir en mala hora o en peor sitio, pero una de las ventajas de los libros, con su aspecto de sepultura, es que la vida que guardan dentro puede resucitarse en cualquier momento. El modo en que llegamos a los libros es siempre misterioso. Ya digo, yo llegué a este Monthiel por pasar un domingo en Cádiz. Ojalá alguno de ustedes llegue a él por estas líneas que escribo, ya recuperado el tórax de la jartá de risas con que me han castigado las biografías de flamencos que componen Historia provincial de la infamia.


13 febrero 2025

Historias del Carnaval de Cádiz que nunca te contaron

  

Una caja de sorpresas sobre el Carnaval de Cádiz, llena de descubrimientos y curiosidades sobre formaciones, músicas, épocas, protagonistas pasados y actuales...

Las investigaciones aquí narradas son muchos más que capítulos anecdóticos del Carnaval de Cádiz. Atienden a la riqueza oculta de esta gran fiesta escénica, a los orígenes de sus formaciones, a su puente con la cultura atlántica, a sus protagonistas, sus músicas y sus modas... De todo ello resulta una apasionante historia oculta que abre caminos y descubre aspectos nada visitados, desde el origen de la murga o el pito de caña a cómo pasó el carnaval sus tiempos más sombríos, la genialidad ante la represión, la creatividad más profunda de sus protagonistas (desde Perico, El Colorao, Cañamaque hasta el Gome o Emilio Rosado), las conexiones americanas, las mujeres que han alimentado la fiesta en las calles, si hubo un mayo del 68, hippies o beatniks en el carnaval...

Como intermedios David Monthiel introduce capítulos donde cuenta cómo se iniciaron en el carnaval grandes nombres actuales del mismo: desde Antonio Martín, Pedro Romero, Adela del Moral, Julio Pardo, Enrique Villegas, El Peña hasta Manolo Santander, el Lobe, Juan Carlos Aragón o Antonio Martínez Ares, el Sheriff o los Carapapas, el Yuyu o el Selu, Bienvenido o Tino Tovar, el Gago o el Morera...

 AQUÍ EN PREVENTA

30 mayo 2024

CARTAGO SERÁ DESTRUIDA

 

[Próxima aparición] 24/4/24

MONTHIEL, DAVID

El último caso del detective Rafael Bechiarelli, "el Carvalho gaditano", aúna el caso de un bebé robado y la memoria menos feliz de la Transición española

 

En Cartago será destruida, el detective Rafael Bechiarelli recibe el encargo de buscar a un bebé robado. Un espinoso caso sobre el pasado reciente que se convertirá en un viaje memorialístico en el que, más arqueólogo que detective, Bechiarelli se enfrentará al mismo tiempo con la Transición, sus mitos y personajes, las memorias supuestamente impolutas de los héroes del 78, y con una arqueología de su propio pasado familiar. Una novela negrísima sobre la memoria destruida piedra sobre piedra, sobre los fantasmas y muertos de una ciudad que, desde tiempos inmemoriales, es una necrópolis que guarda los secretos de la antigüedad y de la historia reciente.

  

La aventura de este Carvalho gaditano comenzó con Carne de Carnaval, y siguió con Las niñas de Cádiz, ambas en 3ª edición, y la tercera entrega, Nuestra señora de la esperanza, fue merecedora del prestigioso premio de novela negra L'H Confidencial 2019. Cartago será destruida culmina una saga concebida como las cuatro estaciones de una ciudad. 


"El detective Pepe Carvalho vive, es gaditano y se llama Rafael Bechiarelli." (Montero Glez).

"Bechiarelli es la gran esperanza del noir ibérico sureño. Si no conocen a Bechiareli, ya están tardando en leer a David Monthiel." (Daniel Ruiz).

"David Monthiel escribe como un diablo y el cóctel diversión-intriga está garantizado. Un crack." (Antonio Manuel).

"Durante buena parte de la novela tenía la impresión de leer uno de los mejores Carvalho de la primera época." (Jordi Canal).

 

06 junio 2023

CAD Z SIG O X I



Imagen del documental ganador del certamen.

“Por ser artísticamente transgresora; por la fuerza visual con la que denuncia la destrucción de empleo y la crisis como una realidad asumida; por el protagonismo del sonido que aporta un planteamiento dramático desde el humor y la extrañeza; por ofrecer un relato que se va descubriendo conforme avanza la historia; y por la integración del título en el concepto del cortometraje”.

 https://www.youtube.com/watch?v=O352PrD6zNI


 

14 septiembre 2021

David Monthiel gana el Ciudad de Irún de Novela

  • El escritor gaditano se hace con el galardón por su obra 'Historia provincial de la infamia'

El escritor gaditano David Monthiel.

El escritor gaditano David Monthiel. / Jesús Marín

El escritor gaditano David Monthiel ha ganado el premio Ciudad de Irún en su categoría de novela en castellano. El jurado otorgó el máximo galardón a la obra titulada Historia provincial de la infamia. También resultaron ganadores en este certamen Pablo Luque Pinilla, de Majadahonda, con su obra Greenwich, en poesía en castellano; Alaine Agirre Garmendia, de Astigarraga, con su obra Karena, en novela en euskera, y Leire Vargas Nieto, de Durango, con su obra Dena ametsa den irudipena, en poesía en euskera.

A la 44 edición de los Premios Literarios Kutxa Ciudad de Irún se han presentado un total de 1.675 obras, distribuidas así para cada una de las modalidades: novela en castellano: 971; poesía en castellano: 643; novela en euskera: 25; poesía en euskera: 36. El apartado en el que se ha impuesto Monthiel ha sido, por tanto, el que más originales ha recibido.

Respecto a la edición de 2019, y en relación al total de obras, se han recibido 1.103 obras más, lo que supone un incremento del 193% respecto a la edición anterior. En la modalidad de novela en castellano, el incremento ha sido del 230%, 677 trabajos más, y en euskera del 25% con 5 obras más. En poesía, en castellano, el incremento ha sido del 169%, 404 trabajos más, y en euskera del 90%, 17 trabajos más.

Los jurados han estado integrado por Fernando Marías Amondo, Luisa Etxenike Urbistondo, Manuel Vilas, Patricia Esteban Erlés y|Jon Bilbao Lopategui (narrativa en castellano); Felipe Juaristi Galdós, Jon Martín Etxebeste, Joxe Mari Iturralde Uría, Arantza Urretavizcaya Bejarano y Jon Kortazar Uriarte (novela en euskera); Manuel Rico Rego, Antonio Colinas Lobato y Raquel Lanseros (poesía en castellano), y Lourdes Otaegi Imaz, Iñaki Aldekoa Beitia e Itxaro Borda Charritton (poesía en euskera).

Durante el acto en el que se anunció el fallo del jurado, celebrado el sábado, el escritor Antonio Colinas recibió un homenaje por su trayectoria literaria y por su vinculación a los premios de Irún como jurado, desde que en 1970 ganara el Premio de Poesía.

Los premios que reparte este concurso son de trofeo y 25.000 euros para los ganadores en novela y de trofeo y 15.000 euros para los ganadores en poesía.


01 agosto 2020

JULIOS DIAMANTES PARA LA DICTADURA DEL CINE COMERCIAL 50 años del Festival Alcances

David Monthiel

 

1. Una alfombra roja para Julio Diamante

            El cineasta Julio Diamante aparece en el escenario del Teatro del Títere, el antiguo cine Cómico, ese refugio en sesión doble, para entregar el premio que lleva su nombre en la gala de clausura del Festival de cine documental Alcances 2018. Viene lento, pero viene. Con su muleta y su magnánima vejez, Julio siempre viene, nunca falta a Alcances. Y el día que no venga lamentaremos que muchos no recuerden sus películas ni que escribió Blues Jondo y que fue uno de los fundadores del Hot Club de Madrid, que le dio coba a la censura, que aparecía en informes de la policía como alguien a detener, que dio clases de cine, que lo echaron de esa misma escuela de cine y que mantuvo con el torturador Conesa una charla de cine sueco durante un interrogatorio en la DGS, que cantó ante el féretro de Luis García Berlanga:

            Cuando se muere algún pobre,

            qué triste va el entierro.

            Y cuando se muere un rico

            va la música y el clero.

            Julio se planta en mitad del escenario y recibe el aplauso del público, de las documentalistas premiadas, de las autoridades. Ahí sigue. Y esperemos que por muchos años. Porque la aparición de Julio es, quizá, el fundamento de una ceremonia de clausura en el que no hay apariencias. Es un acto sin alharacas, sin mamoneitos y sin croqueteo. Como si la alfombra roja se pusiera para que gente como Julio, bastante rojo, pueda venir.

            Y se premia y se agradece. Y se acabó. ¿Qué más queréis?

 

2. Alcanzando lo inalcanzable

            Ahora llega el parágrafo del artículo en la que hago un resumen de la historia del festival para que, ustedes, desocupados lectores, reflexionen y valoren la importancia del mismo dentro de los festivales de cine de Andalucía. Podría empezar hablando de su fundación de la mano de Fernando Quiñones, una suerte de protogestor cultural que se adelantó en concepto al "II Festival internacional de...", a las "Semanas de proyecciones de..." y a las "Muestras de cine...". Porque Fernando se inventó una marca y un logo: una caracola que escondía, dándole coba a la censura y la autoridad competente, el ojo de Ernesto Guevara. Fernando ingenió algo que ahora se llama branding o naming y que todos los eventos culturales buscan como marca dentro del mercado de sensibilidades culturales.

            Podría seguir contando que es uno de los pocos festivales que tiene a gala no haber celebrado su primera edición. La Autoridad Competente de 1968 la prohibió con todo programado. Podría describir un Cádiz pobre culturalmente para resaltar la aparición de la semana cultural como algo fundamental para la ciudad. Pero no les quiero mentir. Cultura en la ciudad, madre del flamenco, había a espuertas desde aquel día fechado como ochenta años después de la guerra de Troya y en el que había leyes en verso de seis mil años de antigüedad, según Estrabón.

            Lo que sí parecía faltar en el ambiente asfixiante del franquismo para la progresía cultureta gaditana era la vanguardia de las producciones artísticas del año revolucionario por excelencia. Alcances quería alcanzar la nueva música, el cine del momento, quería sesiones golfas, conversaciones eternas hasta el alba. Podría asegurar, con orgullo, que era una semana multidisciplinar, un espacio de encuentro en el que se veían películas, se ponían discos y se hacían esas cosas que ahora se llaman actividades paralelas y que trufan los festivales buscando nuevos públicos, nuevos espacios, nuevos diálogos entre arte, cine y hostelería. Y eso mucho antes de que los hermanitos pequeños de Alcances crecieran y se tematizaran.

            Podría evocar el anecdotario: la tumultuosa proyección del Decameron de Pier Paolo Pasolini en la que se arrolló a los extintos acomodadores, la picaresca y tangazos (otra vez) cuando se prohibió (esta vez por la autoridad democrática) la proyección de "El imperio de los sentidos". Podría recordar la multiplicación de los carnés de periodistas como milagro en la cola del pase de prensa de la película japonesa. Podría recordar el affaire de la bandera de la URSS y su confección, a última hora, ante la petición protocolaria del embajador. Porque Alcances tiene el honor y la gloria de ser el primer festival que dedicó una semana al cine de la Unión Soviética.

            1992. A Alcances le ponen el sobrenombre de Muestra Cinematográfica del Atlántico. Cambian los gestores. Vinieron los cortometrajes y los que luego fueron apellidos grandes del cine. En 2006, el festival, como Quevedo, le preguntó al vacío y la respuesta fue: cine documental. Hace falta un festival de cine documental, se dijo en algunas administraciones que financian. La apuesta se adelantó tres años a la explosión del género. El documental de creación fue la apuesta. Y el trabajo de Manuel Jiménez, Sergio Oksman, por decir dos. Y hasta hoy. Y, por favor vean "Hombres de sal", Premio RTVA al mejor corto andaluz al Mejor Documental Andaluz en el Festival.

 

3. Diecisiete instantes para la primavera documental

            Alcances cumple años y tiene una seña de identidad clarísima a pesar de las nostalgias paralizadoras de muchos. Es un festival honesto. Pequeño. De riesgo. Familiar, de eso que se llama familia grande. Que se viene arriba cada vez que puede y sigue rechazando, como siempre, las alfombras rojas. Que apuesta por lo que ha hecho siempre: resistir los embates del mercado y sus embaucadores con líneas y decisiones claras. La diáspora digital obliga al criterio selectivo y a ofrecer lo mejor de la producción actual del cine documental. Y ahí: lo clava.

            El año de su quincuagésima edición vino con nuevo logo de la caracola y una pieza que ha funcionado como instalación audiovisual, como imagen y cartel del festival. Vino con un espacio nuevo, desechando las salas de cines comerciales y el Teatro Falla. Ha concentrado toda su actividad en el ECCO, el espacio de cultura contemporánea, un edificio en el que se han desarrollado todas las actividades para regusto de los asistentes. Conciertos, charlas, desayunos con directores, proyecciones, cerveceo, charloteo. ¿Qué mas queréis?

            ¿Cosas buenas? A patás. Un público no habitual petó (llenó) el patio del ECCO en la apertura y clausura. Y el habitual pasó de una actividad a otra con la suavidad de las cosas fáciles y sencillas. Alcances sigue palante. Con sesión retrospectiva del cine mítico, ese que algunos echan de menos sin necesidad. Con mayoría de mujeres documentalistas y premiadas. "Mikele" de Ekhiñe Etxeberria y "Wan Xia, la última luz del atardecer" de Silvia Rey, consiguieron los premios de Mejor Mediometraje y Mejor Cortometraje. "Todas las mulleres que coñezo" de Xiana do Teixeiro, consiguió el Premio del Público y un debate posterior a la proyección de cincuenta minutos. El resultado, a mi entender, es un acierto. A pesar de las dificultades, los ajustes al nuevo entorno y los problemas a resolver sobre el sonido y la comodidad de las salas.

            Y ya. La primera novela de la serie Stirlitz, mal llamado por publicistas como el James Bond soviético, escrita por Yulian Semionov, se titulaba "Diamantes para la dictadura del proletariado". Acaban de reeditarla. Y me sirve para reclamar un, dos, tres, cien Julios Diamantes para la dictadura del cine comercial. Larga vida a Alcances.