Wu Ming 6
Embriagado de vida, Hölderlin demandaba a las parcas un verano y un otoño más para que su canto pudiera madurar y así, saciado de tan dulce juego, su corazón se llegue hasta morir. Hundidas en las más oscuras profundidades del trabajo, las poderosas parcas salariales no parecen ignorar nuestros cantos de supervivencia viviendo bajo el imperio fugaz de un contrato temporal. Incluso instan a compartir el índice que apunta a los inmigrantes como chivo expiatorio del robo de trabajo, de la delincuencia, de la bajada del euro. Cada día es un arbeitmatch frei. Como frutas maduras por la dureza de ganarse el pan se despeñan los albañiles de los andamios. Verdaderos esqueletos rotos del estado.
Como bien sabía Brecth y los mil ciento cuatro (1104) trabajadores muertos el año pasado, hay muchas maneras de matar. Pueden meterte un cuchillo en el vientre. Quitarte el pan. No curarte de una enfermedad. Meterte en una mala vivienda. Y una de ellas, pero en su versión de muerteviviente o zombismo, es de paro. Una variante más de la cultura del miedo: miedo a perder el fugaz trabajo, miedo de no encontrar otro, miedo de las condiciones laborales, miedo de no llegar a fin de mes.
El 91,24% de los 12.242.759 contratos laborales formalizados en España hasta octubre de 2003 han sido de carácter temporal, según un estudio de Javier Ramos-Díaz, profesor de Ciencias Políticas de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, elaborado a partir de los datos del INEM. Por edades, la temporalidad superaba al 80% de los contratos de los jóvenes de 16 y 19 años, llegaba al 60% en los trabajadores de 20 a 24 años de edad, y a la mitad de los empleados de 25 a 29 años, cifras que, a su juicio, son un síntoma de precariedad laboral, "un fenómeno complejo en el que confluyen la inseguridad y la pobreza. "Quien siembra miseria, recoge rabia", dirán algunos, pero otros optan democráticamente por la cólera del ciudadano (que por no contradecir al gobierno y autocalificarse de radical) que es desfogada en gradas, mandos de videojuegos y altas dosis de autodestrucción complaciente en las afueras ajardinadas del weekend.
Debajo de los contratos basura y demás adoquines de cifras y publicidad de “estabilidad” hay Arenas, que ha advertido de que España debería acostumbrarse a una elevada tasa de temporalidad en el empleo porque la Economía depende fundamentalmente del sector servicios. Según ha explicado el ministro, al dueño de una empresa de "catering" "no se le puede obligar" a contratar como fijos a los camareros que trabajan puntualmente los fines de semana. Como siempre, nuestro aliento se sirve en bandeja de cáterin en las ampulosas fiestas en las que servimos. Y si no: “que formen los camareros una empresa”.
Alternativas y demandas de los parados felices, los manifiestos contra el trabajo, el derecho a la pereza, los panfletos de Bob Black, parecen no cuajar en la precaria población activa ante la perspectiva laboral. Las grandes empresas regresan a las expoliadas tierras donde la mano de obra es más barata, más dócil y con más capacidad de ser reprimida con ataques preventivos para incentivar la subida del dow jones. En las multinacionales que se quedan en el hemisferio, donde las largas luchas obreras acabaron en monstruosos y podridos sindicatos mayoritarios, se anuncian expedientes de regulación de empleos, eufemismo al uso del despido masivo. El ejercito de reserva, diplomado, licenciado, titulado, bosteza de tedio en mitad del corazón de la abundancia.
Muchos de los que (a pesar del grado de asfixia y deuda que produce una propiedad inmobiliaria) desean comprar un piso, afirman que sin estabilidad económica es una aventura imposible, un lance en el que hay visos de carcajada implícita en la negativa de los bancos (como decían alguien “En Nueva York los pisos por los suelos y aquí los pisos por los aires”). La burbuja inmobiliaria parece no tener aire para nuestros ateridos pulmones ansiosos por un techo, pulmones hartos del aire viciado de las malas condiciones laborables y en riesgo de la silicosis de la precariedad. La noticia al uso de incrédulos fue que eran necesarios 10 años de sueldo íntegro para adquirir un archivador de protección oficial, rodeado de parquecito (que tan bien reflejó Lichis de la Cabra mecánica) donde los jubilados pasean en soleada soledad. Una prueba más de un apretar sin llegar a asfixiar, de que la fugacidad del empleo estable es directamente proporcional al desequilibrio económico de la cuenta corriente.
Arenas dice que hay que acostumbrarse a lo que hay para no molestar a la economía como nos acostumbramos a escuchar “regulación de empleo” en vez de “despidos”, “Chaves depuesto por la oposición” en vez de “golpe de estado”, como nos acostumbramos a la paz por la guerra, a tantos meses del vacío legal de Guantánamo; como nos acostumbramos a las lágrimas de Aznar, a los filtros de libros en las bibliotecas norteamericanas, a las muertes en el estrecho y a tantas cosas. Acostumbrarnos a este mundo injusto, a los grandes medios de comunicación, a los deletreadores, a las mentiras de las guerras. Menos mal que el ministro (según él mismo, protagonista de unos “de los periodos de más prosperidad de este país”) no entonó el bolero al uso para embellecer las declaraciones; canción que tanto hubieran agradado a los oídos de la CEOE con un febril y entregado “Tú me acostumbraste a todas esas cosas, y tú me enseñaste que son maravillosas”.¿Por qué no iniciar una campaña de desacostumbramiento que incida en lo tristemente plácido y terrible de la costumbre malsana de tragar? ¿Por qué no acostumbrarse a descreer a los ministros y sus filípicas contra los derechos laborales, entre los que se debería incluir el de soñar? En 1967, el grupo surrealista L'Ekart de Lyon defendía que "toda persona tiene el derecho de soñar a la luz del día, durante el trabajo, en la fábrica o en la oficina, desnudo o vestido". Soñar, aunque sea dentro de la mandíbula que cada día nos mastica y el domingo escupe pedazos.
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