02 septiembre 2005

Recordando a Needleman



Cuatro semanas han pasado, pero aún me resisto a cree que Sandor Needleman haya muerto. Estuve presente en la incineración y, por expreso deseo de su hijo, llevé ostras y caviar, pero unos pocos de nosostros pensábamos sólo en el dolor que nos embargaba.
Needleman vivía obsesionado con su funeral, y en cierta ocasión dijo:
-Prefiero que me incineren a que me sepulten, y ambas cosas a un fin de semana con la señora Neddleman.
Decidió, por último que lo incineraran y donó sus cenizas a la Universidad de Heidelberg, que las esparció a a los cuatro vientos y obtuvo un depósito a cuenta de la urna.
Aún le estoy viendo con su traje arrugado y su jersey gris. Profundas meditaciones absorbían su atención, y con frecuencia, al ponerse la chaqueta, se le olvidaba quitar el colgador. Se lo recordé una vez, durante la ceremonia de graduación en Princeton, y sonriendo, beatíficamente, comentó:
-Bueno, quienes discrepan de mis teorías, al menos creerán que soy ancho de hombros.
Dos días más tarde fue internado en el hospital Bellvue por dar un salto mortal hacia atrás en mitad de una conversación con Stravinsky.
Needleman no era un hombre fácil de comprender. Su reticencia era tenida por frialdad, pero poseía una gran capacidad de compasión: testigo causal de una horrible catástrofe minera, no pudo concluir una segunda ración de tarta de manzana. Su silencio, por otra parte, enervaba a la gente, pero es que Needleman consideraba el lenguaje oral como un medio de comunicación defectuoso y prefería sostener sus conversaciones, hasta las más íntimas, mediante banderas de señales.
Perfiles, Woody Allen

1 comentario:

Anónimo dijo...

si señor; uno de mis relatos favoritos, uno de mis directores de cine favoritos. no conozco a mucha gente a la que woody allen le deje indiferente: o te gusta o no.
(disculpemos sus ultimas peliculas, la edad no perdona a nadie...)
enhorabuena por el blogg