22 febrero 2006

Santiago Alba Rico II


En las lenguas que conozco, todas mal, “traducir” (tradurre, traduire, traduzir, translate, itzuli, übersetzen) evoca la operación muy física de recolocar una carga, de acarrear un paquete, de transportar y alzar y apoyar en otro sitio un gran piano. También en árabe, donde el verbo “tarjama”, del que se derivan nuestro castellano “trujimán” o “truchimán” o “dragomán”, comparte el campo semántico con “naqala”, literalmente “transportar”, cuya gutural “qaf” central materializa la imagen muy robusta de un camión lleno de naranjas. Creo que los miembros del colectivo Tlaxcala no se sentirán incómodos si me los imagino como fornidos camioneros o mozos de carga (ellas y ellos) que aceptan y se enorgullecen del carácter social tanto de su medio de transporte como del material explosivo que transportan.
El viento que traslada la semilla y poliniza el campo estéril por encima de la valla, ¡es el traductor del trigo!
El río que traslada agua, barcos y limo de un país a otro sin secarse en las fronteras, ¡es el traductor de la vida!
El labio impetuoso que traslada saliva al labio del amante, ¡es el traductor del fuego!
El albañil que traslada ladrillos para construir una casa, ¡es el traductor del empeño!
El estibador que carga fardos en el puerto, el minero que empuja la vagoneta, la maquiladora que transforma trabajosamente el tejido, ¡son los traductores de la potencia cautiva!
El militante que pasa un mensaje, el resistente que transmite una información clandestina, el estudiante que reparte un periódico colérico, ¡son los traductores del límite!
El campesino que transporta armas a las Sierras Maestras del planeta, ¡es el traductor de su pueblo!
El poeta que traslada los nombres comunes de una posibilidad no entrevista, ¡es el traductor del futuro!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El corazón resistente que traslada sus latidos por numerosos días de tristeza ¡es el traductor de la supervivencia!

Anónimo dijo...

Anota, anota...