20 febrero 2006

Santiago Alba Rico



Creo sinceramente que la filosofía puede hacer muy poca cosa. La conocida frase de Marx según la cual la filosofía, que siempre se había dedicado a interpretar el mundo, tenía que dejar paso a las fuerzas que querían transformarlo, pertenece precisamente a una época, como lo demuestra la propia obra de Marx, en la que interpretar era ya transformar de algún modo el mundo. ¿Cómo transformar en cambio un mundo en el que todo ha sido ya interpretado, en el que el forro del mundo está impudorosamente a la vista? La característica del capitalismo hiperindustrial, de eso que llamamos “sociedad del conocimiento”, es la de que precisamente (lo decía el propio Berlusconi) “la verdad no cambia nada”. Una de las consignas de la postmodernidad, tomada de Nietzsche, era la que invitaba a “seguir soñando sabiendo que soñamos” y esa consigna fue finalmente interiorizada por unas clases intelectuales que en Occidente han sido perfectamente capaces de alinear, como en dos estantes contiguos, sin fricciones ni mala conciencia, el conocimiento del horror y la aceptación del horror mismo. Hace unos días escribía que el capitalismo, que ha sobrevivido a revoluciones y crisis, ha sobrevivido sobre todo al conocimiento, a la publicidad de sus crímenes: eso lo hace casi invulnerable, al menos en los grandes centros urbanos occidentales. Lo sabemos todo y consentimos a todo. En este contexto, ya no se trata, pues, de saber qué son las cosas o cómo funcionan, sino de hacer sentir que nos conciernen. Al final de su vida, el filósofo alemán Gunther Anders aseguraba hacer filosofía a partir de los periódicos, considerando sencillamente inmoral dedicarse en tiempos de guerra a leer y comentar a Aristóteles o Heidegger (a los que, en cualquier caso, hay que utilizar y él utilizaba): “un filósofo que solo escribe para filósofos”, decía, “es tan absurdo como un panadero que solo hace pan para otros panaderos”. La filosofía tiene que aliarse modestamente a la poesía, a la historia, a la novela, al panfleto, para contribuir a conseguir ese efecto del que depende ―y vuelvo a la primera pregunta― la salvación de todos y cada uno de nosotros al mismo tiempo: el efecto de hacernos sentir vulnerables. Ya hemos interpretado todas las cosas, ya está todo a la vista, ya ha subido todo a la superficie: ahora de lo que se trata es de que lo que sabemos nos haga daño. Y de que los dañados ―los damnificados― estemos unidos y seamos cada vez más.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Boh, qué pasada! Me quedo con dos cosas:

"Un poeta que sólo escribe para otras poetas es tan absurdo como un panadero que sólo hace pan para otros panaderos"

"Ahora de lo que se trata es de que lo que sabemos nos haga daño."

MaFo dijo...

Es muy triste que sea así, pero hay que aprovechar esa vulnerabilidad de las personas al sentirse "dañadas" para que actuen, antes de que sean tambien invulnerables a ese daño ocasionado. Cada vez las personas son más inmunes a ese daño porque tienen cosas que les hacen olvidarlo.

Anónimo dijo...

más vale saber y que te haga daño, que no saber nada de nada....

Anónimo dijo...

senior david, usted no para. y no pare, por todas las diosas. munchoh bejoh dezos de la luisa.

David Monthiel dijo...

bezoz y abrazos pa usted,luisa. es un placer verle por aquí.y por alli y por donde sea.