Sabedoras del fuego que prende las cosas, las prácticas -poéticas y pictóricas- que hacen asomar ambos autores en esta investigación creativa se vuelven avistadoras, a partir de la indagación en el pleno asombro, porque son semilla y raíz y espiga y pan (“En lo oscuro hay peligro de luna”).
David Eloy Rodríguez se ha separado de la mucha poesía “afirmativa”, prácticamente “desalmada”, que se viene escribiendo en este país desde hace 25 años (poesía de la experiencia, paisajismo sentimental, banalidad creadora y mucho yo-yo-yo). En un tiempo como el nuestro –donde abunda lo previsible, que es (casi siempre) lo que ya ha sido previsto y programado por otros–, nos faltan libros como éste, donde las posibilidades del mundo y de la vida respiran como animales fabulosos.
(O), dicho de otro modo, falta nos hace desordenarnos, desbaratar los consensos, desajustar los horarios, restablecer la sed y el hambre de las cosas: atravesar cada frontera –lo sueña aquí un poema imprescindible– por el paso de los furtivos.
Como un viajero que observa el humo –lo sueña así Miki Leal, con la noche encima– para aprender de él. Demasiado tiempo programado, demasiada mirada dirigida, nos deja entretanto la rigidez compacta de los amos y de los perros del amo. En el otro lado de la cerca, el asombro nace de una continua, insobornable, interrogación.
(M)i primer encuentro con los poetas de “La Palabra Itinerante”, colectivo en el que participa David Eloy Rodríguez: el hallazgo de toparme, casi de sorpresa en aquella cantina de Moguer, con un vitalismo en carne viva –personal y colectivo–, como si estos poetas quisieran espantarle las patas a la muerte, como si todo momento les fuera precioso, propicio para no aplazar una celebración.
Vitalista, celebrante y significativamente hospitalaria, la poesía que este libro despliega (en palabras y en imágenes) lleva consigo el signo del abrazo y la honestidad de las heridas –y abrazos y heridas (no se nos olvide) sólo se muestran a la par en quienes, como en estas páginas, desean sin tregua más vida. Si queremos un vivir menos clausurado, al menos más abierto a lo que late imprevisible, no dejemos que nos roben las búsquedas apasionadas, las vocaciones de comunicación trascendente, decisiva, las apuestas –como la de este libro- que derivan por el misterio, por lo no nombrado, y tienden al descubrimiento y al encuentro.
(O), dicho de otro modo, falta nos hace desordenarnos, desbaratar los consensos, desajustar los horarios, restablecer la sed y el hambre de las cosas: atravesar cada frontera –lo sueña aquí un poema imprescindible– por el paso de los furtivos.
Como un viajero que observa el humo –lo sueña así Miki Leal, con la noche encima– para aprender de él. Demasiado tiempo programado, demasiada mirada dirigida, nos deja entretanto la rigidez compacta de los amos y de los perros del amo. En el otro lado de la cerca, el asombro nace de una continua, insobornable, interrogación.
(M)i primer encuentro con los poetas de “La Palabra Itinerante”, colectivo en el que participa David Eloy Rodríguez: el hallazgo de toparme, casi de sorpresa en aquella cantina de Moguer, con un vitalismo en carne viva –personal y colectivo–, como si estos poetas quisieran espantarle las patas a la muerte, como si todo momento les fuera precioso, propicio para no aplazar una celebración.
Vitalista, celebrante y significativamente hospitalaria, la poesía que este libro despliega (en palabras y en imágenes) lleva consigo el signo del abrazo y la honestidad de las heridas –y abrazos y heridas (no se nos olvide) sólo se muestran a la par en quienes, como en estas páginas, desean sin tregua más vida. Si queremos un vivir menos clausurado, al menos más abierto a lo que late imprevisible, no dejemos que nos roben las búsquedas apasionadas, las vocaciones de comunicación trascendente, decisiva, las apuestas –como la de este libro- que derivan por el misterio, por lo no nombrado, y tienden al descubrimiento y al encuentro.
R)esistir: el asombro como forma de resistencia. De la poesía de David Eloy Rodríguez ha dicho José María Gómez Valero que es «un mapa trazado desde el corazón común, un homenaje a los que se empeñan en celebrar la vida a pesar del persistente, tenaz, acoso de la muerte». Este torear así a la muerte, sin ahorrarse riesgo alguno y mediante la práctica desatada de la palabra –y en una lengua que resiste–, deja llagas en la boca. En estas palabras liberadas se pronuncia la extrañeza, la maravilla, el milagro, pero también una tormenta, una literatura del filo, del daño. Araña el cuerpo trepar a los árboles para avistar entre las ramas, para ver mejor, más claro, más lejos. Y la poesía de David Eloy Rodríguez, que parece seguir el consejo que nos diera Brecht (2), pertenece a la estirpe de la de los trepadores de árboles. Aunque no más sea por poder ver tras la maleza. En los versos del poeta y en las poderosísimas, seductoras, hermosas pinturas de Miki Leal, palpita la tensión del mundo, su vértigo relampagueante, cierto y, a la vez, casi indefinible (pero ahí el desafío, la aventura, de intentar intuir, mostrar, decir).
(O)xígeno: lo que un verso crucial en este poemario reclama desde el asombro. Respirando a pulmón abierto, este libro señala y amplía aquellas zonas liberadas que Imanol Zubero hiciera requerir para una sublevación: «(…) en la actualidad no existe posibilidad alguna de poner en marcha una práctica emancipatoria significativa si no es sobre la base de una previa transformación cultural. Tarea de transformación cultural que exige dos cosas: la primera, aprender a mirar de una forma nueva la realidad social, con claves nuevas y diferentes a las dominantes; la segunda, establecer, a partir de esas nuevas claves, un auténtico combate cultural, una confrontación de legitimaciones» (3).
(O)xígeno: lo que un verso crucial en este poemario reclama desde el asombro. Respirando a pulmón abierto, este libro señala y amplía aquellas zonas liberadas que Imanol Zubero hiciera requerir para una sublevación: «(…) en la actualidad no existe posibilidad alguna de poner en marcha una práctica emancipatoria significativa si no es sobre la base de una previa transformación cultural. Tarea de transformación cultural que exige dos cosas: la primera, aprender a mirar de una forma nueva la realidad social, con claves nuevas y diferentes a las dominantes; la segunda, establecer, a partir de esas nuevas claves, un auténtico combate cultural, una confrontación de legitimaciones» (3).
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