En el veintinueve había tal miseria
que nos comíamos la piel de las patatas
y los domingos sentados en los bancos de la plaza
mirábamos pasar el coche del conde.
Después abrieron, por fin, la frontera
y Gisto se fue a Francia
y derás de él se fueron la Marmota
yo en cambio fui más lejos, a Nueva York,
donde había colillas largas tiradas por las calles.
Diez años limpiando cristales de los rascacielos
veinte años cuidando a un anciano
hasta que sientes que se te echa encima la vejez
y hay una mañana en que te miras al espejo.
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