David Monthiel
—Qué
levantazo, illo.
Mucho
se ha hablado de los estragos del viento de levante en este verano del estrés.
De sus inconvenientes, de sus rachas de ochenta kilómetros, de lo que ha afectado
a la psicología, a la pesca y a la sacrosanta hostelería. Salvadora de la
balanza de pagos provincial.
—Qué
ruinazo.
Nos
ha obligado a construir una ética del sufrimiento ventoso. A filosofar sobre el
cansancio al que somete al cuerpo, a analizar su hedor por los bajantes, a calcular
la cantidad de arena que deja en la saliva, a estudiar el grado de
acartonamiento de la ropa tendida. Ha inspirado novelas peores que su soplo
inclemente. Incluso algunos lo han visto como una maniobra de distracción ante
los cambios en la corporación municipal de nuestro
amado líder, tan criticados de la punta del Boquerón padentro.
—Esto
no es normá.
Pero
este año, dicen, la cosa ha sido dura. Ha obligado a cerrar el puerto de
Tarifa, ha echado a la gente de la playa sin tregua, ha cancelado el catamarán
de la Bahía, ha despeinado y mosqueado a los turistas, ha provocado pérdidas económicas
en los lateros y en los chiringuitos, ha invitado a la búsqueda en internet de
"playas donde no pegue el levante", ha dejado encerrada a la gente en
el piso por el que ha pagado una talegada, ha provocado discusiones tontas agravadas
por esa suerte de mosqueo infinito de sufrir la levantera.
—¿Ha
tenido algo que ver el levante con la de mierda que tiene mi Kichi en Cádi-Cádi?
Y, sobre todo, ha sido—según la prensa— un
agente del mal que ha afectado al "motor" económico de la provincia.
El turismo.
—Eso
ni tocarlo, ¿eh?
El
turismo. Esa actividad económica de la que nació la burbuja inmobiliaria, que tapizó
de cemento las costas, que ha transformado y destruido el paisaje costero, que ha
quebrantado la ley de costas para beneficio privado, que ha enriquecido la
corrupción sistémica de los ayuntamientos, que ha maquillado las altas en las
seguridad social con licenciados y ha convertido a Andalucía en un
"paraíso", en el que comprar una segunda vivienda, llena de gente
graciosa, amable y floja.
—¿Ya
empezamos?
El
turismo: ese que obliga a los licenciados con dos masters a trabajar por 5
euros la hora sirviendo raciones de sardinas sequeronas, tonino por caballa, pota
por choco frito y tortillitas de camarones congelás.
Ese que forma colas kilométricas de turismos a la entrada de la playa de
Bolonia. Ese que peta los aparcamientos de El Palmar. Ese que está creando su
propia burbuja, que pronto explotará.
—Tú
estás mu equivocao.
Ese
que peta los sitios, aumenta los precios, baja la calidad de los servicios,
paga mal, es desconsiderado, sucio, poco cívico, que exige siempre buen tiempo,
que demanda que TODO esté veinticuatro horas abierto. Ese Cayo Coco mental en
el que todos los indígenas somos servidores, informadores, animadores
socioculturales, camellos, cantaores, que formamos parte del decorado de la
historia.
—¿El
rincón gastronómico? Ni idea.
Ese
que es la pesadilla para el futuro de la Coordinadora de Profesionales del
Metal de Cádiz. Ese que convierte a la ciudad en un parque temático de la
historia. En el que los cruceristas la consumen como el que pasea por
Disneyland París. Pero ¿qué historia? ¿La mía? ¿La tuya?
—¿La
de las camareras de piso?
—¿La
de los chicucos malajes?
—¿La
de la gente de la calle Pasquín?
—¿La
de los negros del callejón?
—¿Las
de las niñas que venían a trabajar de internas desde Chiclana, Medina o Conil?
No,
señora. Se vende aquella tan aclamada y estudiada por los historiadores que
identifican "Cádiz" con los señores que llamaron a Haydn para que les
hiciera el pasodoble de medida de ese año. Aquellos que, gracias al pecado de
explotar a los iguales, se construyeron palacios donde todavía no puedes
entrar, querido turista. Porque son propiedad privada. Patrimonio privado. El
Hola de la historia. Esos que se enriquecieron con la invasión de un continente
y con la sangre de los pueblos originarios de lo que ahora llamamos América.
—Ya
estamos con el derrotismo.
Aquellos
a los que ni el levante de la historia, ni la humedad, ni los baños comunes, ni
las rajas en los tabiques (como sonrisas de un promotor inmobiliario) de los
barrios de los pobres antes del festín de FITUR, molestó.
—A
lo que vamos. Que se te va el coco.
El
levante y su insistencia es el que nos salva de la Gran Transformación
Definitiva de esta provincia en un destino turístico irreversible poblado de
ingleses borrachos, alemanes jubilados y españoles conquistadores. Es un arma
contra la colonización definitiva de las costas. Una defensa ante la
posibilidad de que muchos repitan, se vengan arriba y se compren una casa a pie
de playa. Es una muralla contra la gentrificación y el ladrillazo. Una defensa para
que la jet set playera no se instale definitivamente y seamos una Costa del Sol
II, o decorados aún más dramáticos.
—Sopla,
sopla fuerte, levante.
Sé
que sonará duro para muchos y muchas. Pero Cádiz no es una mujer. Nunca lo fue.
Ni mucho menos la pretenden dos novios, el levante y el poniente. Siento
contradecir el pasodoble y al maestro. Pero me suena demasiado a poesía
heteropatriarcal en la que la mujer es un objeto que piropear, que seducir. Un
objeto mensurable. Como ninfas, diosas, reinas, damas de honor y coquineras al
uso.
—Dió, tustá chalao.
Cádiz
no es una mujer, ni es la "señorita del mar", ni "la novia del
aire". Como mucho es la follamiga
de los cruceros, la salada caridad de
los hidratos de carbono de las colas frente a la parroquia. La criadita del
mar. La parienta de las crisis históricas. La sosia del levante.
—¡Pero
si ya es suroeste!
—Y
ha llovío.
Cádiz
es una ciudad que necesita el levante. Necesita a la gente que trabaja en el
metal, en los astilleros, en la cultura. Para salvarse. Para seguir.
No
sólo camareros.
Sopla.
Sopla fuerte, levante.
1 comentario:
A cerca del turismo:
http://culturayanarquismo.blogspot.com.es/2016/09/superando-el-turismo.html
De modo que, sí, ¡viva el levante!
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