David
Monthiel
No
solo no se duchan, no respetan el noble arte de los toreros,
sino que además son unos incívicos, con un falta grave de educación ciudadana: dejan
todo sucio, tiran pipas en el suelo, acotan y se apropian del espacio público
con sus sillitas, molestan con su cháchara la espera de los pasos, el
recogimiento, la serenidad. Molestan con un parloteo, trufado de gritos
ordinarios y risotadas. Interrumpen el recuerdo sobre un imaginero, la glosa
sobre la calidad de la banda que triunfa en la ciudad magna de la semana grande
o el consenso sobre los hechos tan lamentables que han acabado con unas pintadas
en una institución.
—Lamentable, la gentuza.
Son tan lerdos, tan incultos, tan ignorantes que nunca
han leído esos libros que afirman que sus creencias o su entelequia de
esperanzas y miedos es sólo antropología cultural, rito de primavera. Ay, el
rebaño descarriado de las buenas formas y de la Cultura, ese rebaño al que le
entra un sarpullío cuando ve una
biblioteca. Son esos: los que atesoran esa religiosidad ridícula que proyecta
sobre un trozo de madera sus anhelos, sus esperanzas, sus fatiguitas. Son esos
que no se afeitan por una promesa. Son esos, de los que la asociación de
ilustrados ateos, se ríen llamándolos tontos o pobres creyentes. ¡Qué coño
creyentes! Si pierden el tiempo y la vida charlando con los amigotes del Madrí o del Barsa, del Cádiz. ¡Y no de Voltaire, ni de Dickens!, mientras se
toman dos vasos —hasta fuman porritos, los degenerados— mientras pasa por delante la grandeza de las procesiones de Cádiz. Se ponen ciegos.
—La gentuza.
Son esos. Los que permitieron que un grupo de indocumentados
estén llevando a Cádiz cuesta abajo votando lo que no deben. Un Cádiz sucio. Que da pena. Esos
que votaron a la mala gente que les llenó las cabezas de pajaritos. Esos que
meten tantos patazos y que, con razón, los ponen de vuelta y media en la prensa y
en las columnas de opinión seria. No esos jueguecitos de juntaletras con ínfulas de
intelectuales. Patéticos. Son los que votaron a una ralea de hippies que
pretenden que yo vaya a los sitios a patita. Si andar es de tiesos. Esos
noveleros que creen que quitando los coches se va a vivir mejor. Y
luego no te dejan pasar con una mala educación bajuna. Porque se apropian del
espacio público. Por la cara. Y del Liceo.
Menos mal que también son los que no votan, los que se
quedan en su casa y prefieren pasar la tarde del sábado paseando sus burdas humanidades
por un centro comercial. Ahí es donde rellenan su vacío existencial con plasmas,
dulces, pamplinas. Menos mal que también son los se quedan siempre detrás, descolgados
de la larga marcha de lemas y gestos revolucionarios impuesta por la peligrosa
y antidemocrática vanguardia de siempre. Los pancartistas esos.
—Un pie en las instituciones y mil con chancletas en la
calle.
Eso sí. Si los mosqueas, porque envidian el saber estar y
tener la razón, te amenazan en público. Y te amedrentan en un pleno. Sí, son los
que te aconsejan con maneras de navajero que no tienes derecho a opinar sobre
asuntos de los que ellos ni tienen ni idea. Ni criterio. Ni potestad. Y nunca
la han tenido. Son esos que un día se ponen una camisetita verde y al día
siguiente el disfraz de mamarracho para cantar no sé qué de la pública, esa que
da cobijo a los moritos e impiden la libertad religiosa de celebrar la semana
santa. O están de acuerdo con la banderita esa cuando vino el autobús de los penes y las vulvas. Son esos que, gracias a Dios, nunca están en los fastuosos planes que manejan
los que ahora se dicen expertos, los todólogos esos. Porque desde el principio
nunca contaron con ellos para trazar esos planes. Claro, normal: es que nunca hay
que contar con la ignorancia supina de la masa.
—Borregos.
Son esos que se dejan envenenar por revanchistas pasados
de moda, los revisionistas que no entendieron lo que había que entender: que
son unos acomplejados que no saben valorar el arte y la sensibilidad de cantar
a voz en grito "soy el novio de la muerte" a unos niños al borde de
la muerte que lo que necesitan es valor, hombría, pundonor. Son esos mismos que
sólo se interesan por lo que ellos llaman memoria cuando colocan una banderita
en un palo en las Puertas de Tierra. O una placa. Los que se interesan por unos
huesos que dicen todavía quedan en las cunetas cuando dan subvenciones. Son a
los que quieren arreglarlo todo con la llamada "Tercera". ¡Arreglar! Y
lo único que ganan es una denuncia bien puesta.
—Hay cosas más importantes que la banderita de marras.
Hubo, hay y habrá que pararlos. Porque ya se asustan. Están
crecidos. Y me advierten, los que saben, que nos va a caer otra vez la negra. Porque
vaticinan otra victoria del Kichi. ¡Otra! Qué cruz.
Yo lo advierto. Hay que detener esta bajundad que toma la
calle. las playas, las plazas, las fiestas. Y lo ensucia todo. Hay que
reliarlos, comprarlos, hasta hacerlos oposición. Pero de la buena. De la
venezolana. Esa que dice cosas tan interesantes y tanto lucha por la libertad y
la democracia. O convencerlos de que sólo hay que repartir
hidratos de carbono a los españoles.
—Que para eso lo son.
Hay
que achucharles el airbnb para que
dejen sus casuchas en el centro y desaparezcan de los barrios hasta arrejuntarse
en pisos del extrarradio. Para que así venga el turismo a salvar nuestra
economía. Y no les molesten.
Qué coño se han creído.
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