20 abril 2017

¿Qué viento es este?*







David Monthiel






Estoy seguro que el edil ese del norte, ese que vino el otro día, es el culpable de que haya saltado este levante de seis palos. No es normá. La verdad. ¿Digo mentira? Así como estoy seguro, uno, de que en las últimas décadas la música indie se llenó de pijos, dos, las reliquias sin paragón salen a la calle y con pancarta, tres, la ciudad de Cádiz (en su genealogía y nomenclatura más profunda) es un recinto amurallado, tengo la pretensión de verdad de que este viento da para escribir dos comedias humanas y sai artículos polémicos, de esos que dan para reflexionar sobre la incidencia de la meteorología en la psique humana, o lo que es lo mismo: cómo afecta al coco este levantazo gordo.

            —Yo me voy a cagá en tó-tus-muerto.

            Las cosas: la levantera invita al lenguaje de los malhablados. Pero también a hacer chistes y hasta cuartetos enteros sobre la alerta kas naranja. Se escucha por los patios espolvoreados de calichas, como si fuera un plato grande o performance culinaria para El Peña (según contaba de sus años del hambre), que es como un novio pesao que no deja a la follamiga del aire en paz, que se tiene el peinado de Goku.

            —¿Qué viento es este? —dice Paco Mesa.

            Apestan los bajantes y váteres a garganta llena de basura de los bajos de Cádiz. Tiemblan las ventanitas de los cierros, da manotazos a las puertas distraídas, se caen las ramas de los árboles, se descascarillan las fachadas, tira a trozos las cornisas. Rompe y desgarra las banderitas oficiales. Hace movible el mobiliario urbano. Arrastra los macetones, las papeleras, como si el levante jugara una partida de ajedrez contra sí mismo en las calles. El viento que agita los sauces, las palmeras, descarga de ramitas a las araucarias cual peluquero antiguo. Pone borreguito en las olas de la bahía. Traslada las vallas de obra como si quisiera ampliar y levantar el adoquinao como en épocas pasadas de obras y obras y obras.

            Hasta los contenedores colaboran con la entelequia mental del levantazo y se acercan unos metros para que, al tirar la basura y el reciclaje, no tengas que andar tanto. Ni como si estuvieras en un video a cámara lenta de zombis. Nuestra ropa sequerona, apergaminada (olvidada en la azotea) aparece en Rota, en un vuelo que los radares de la base detectan ante la perplejidad del radarista, que está acostumbrado a los vuelos en sentido contrario y que no tienen como objetivo vestir al desnudo, como el viejo adagio del Libro de los muertos egipcio, sino bombardear al pobre. A los colgaos los deja serenos y a los serenos los vuelve loquitos. Sólo hay que pensar en los ventiladores que plantaron cerca de Tarifa. Eso sí que es energía, picha, y darle vueltas a las cosas.

            Está claro que el Kichi, como líder supremo de las masas bajo el levante, debe entender la guasa general y "cerrar la ventanita, la puerta, apagar el ventilador, recordarnos, en la radio municipal, el pasodoble de los novios y el viento". Y debe advertirnos, desde su vaticano virtual, que tengamos cuidaíto:

            —Mira a tu alrededor y estate atento cuando estés en la calle y, cuando estés en casa, cuida de tus puertas, ventanas, persianas, macetas, bidones y elementos que puedan ser vulnerables al fuerte viento. Para que no se caigan.           

            Hoy (jueves 20 de abril) va a superar los cien kilómetros por hora. Y estoy conmocionada y esperando información, como la Condesa sobre las imputaciones, a ver si los desastres y accidentes del viento se pueden relacionar con la apocalíptica percepción de ciudad que describen algunos en sus crónicas y noticias-opinión. Pero el alcalde sabe que los vientos de cambio son así. Furibundos o no. Las brisas nunca fueron buenas para navegar en los procelosos estanques de la política: en los que algunos botan sus barquitos para Arabia Saudí, sus yates de eslora oro, muchos ahogarían a las voces discordantes y otros hacen la mezcla de unos zapatitos de cemento para algún juez que lo imputa por los volquetes de imputados. La mayoría se solaza en sus albercas, charquitas o piscinitas mientras un grupo de siervos respira bajo el agua para que parezca un jacuzzi.

            —Haz pompitas, hijo.

            Muchos esperan que el levante trastorne a Martín y al Kichi y se mosqueen de verdá, en público, así, perdiendo los papeles, en esas típicas llamaradas de mal genio que proporciona el estado mental del levante. Porque ¿no están mosqueados como han aventado algunos? La grietita en la fachada está: rellenémosla con el pegolán de la insidia, del malrollo. Que pegue fuerte el viento para que se tiren las macetas del cierro entre ellos. Que se griten en los despachos mientras algunos se frotan las manos. Y así tenemos un verano lleno de declaraciones, de dimes y diretes, de "yo no dije eso", de "eso no es así". Mientras, un redactor saca por la ventana un demonio y pide un deseo de desencuentros patentes en los ediles de la ciudad.

            Pero la locura, el cansancio, el dolor de ojos y cuerpo, el malestar de vivir bajo el viento fuerte no lo es para todo el mundo. Porque hay algunos que es como si tuvieran climalit en su vida cotidiana, en sus relaciones personales, en sus actos políticos, en su cosmovisión. Ya de por sí alterada por una realidad que  sólo ven ellos. No se enteran de nada desde que cierran la puertecita y giran el manguito. Ea. Y no les consta, no los conozco, cómo está Venezuela, se está quedando una tarde de protestas en Caracas que-qué. O se olvidan de quitar un peaje desde 1996. O plantean una política cultural sin contar con la gente de a pie y sentá. Qué cosas, ¿verdad? Eso sí aprovechan cualquier oportunidad para reclamar información que nunca dieron/dan/darán o que publicitaron en panfletos en tu buzón, vecina. Exigen transparencia, documentos, datos. A cascoporro. Cada cinco minutos. 
 —El alcalde está soplando frente al viento de las evidencias de que esta ciudad está al borde del apocalipsis.
Esos mismos que aportaron en toneladas de los discos duros, en palés cuando lo del agua, lo del canal, lo de los púnicos, lo de las correas. Y que una cuadrilla de estibadores esquiroles tuvo que descargar.

            Por eso digo y termino: deja de soplar, levante, hijo, que la gente se pone loquita y dice muchas pamplinas. No soples cuando llegue el tramabús a Cádi-Cádi y aparque en San Juan de Dios. Porque va a ser un festín de tonterías y declaraciones. Pero como no hay árbol que el viento no le haya dao un meneo, tampoco se puede impedir que el viento (más fuerte o flojo) sople. Sino hacer molinos. Tiquitiqui.

           

           





*Estado de facebook de Paco Mesa.

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