David
Monthiel
Estoy
seguro que el edil ese del norte, ese que vino el otro día, es el culpable de
que haya saltado este levante de seis palos. No es normá. La verdad. ¿Digo mentira? Así como estoy seguro, uno, de que
en las últimas décadas la música indie se llenó de pijos, dos, las reliquias
sin paragón salen a la calle y con pancarta, tres, la ciudad de Cádiz (en su
genealogía y nomenclatura más profunda) es un recinto amurallado, tengo la
pretensión de verdad de que este viento da para escribir dos comedias humanas y sai artículos polémicos, de esos que
dan para reflexionar sobre la incidencia de la meteorología en la psique
humana, o lo que es lo mismo: cómo afecta al coco este levantazo gordo.
—Yo me voy a cagá en tó-tus-muerto.
Las
cosas: la levantera invita al lenguaje de los malhablados. Pero también a hacer
chistes y hasta cuartetos enteros sobre la alerta kas naranja. Se escucha por los patios espolvoreados de calichas,
como si fuera un plato grande o performance culinaria para El Peña (según
contaba de sus años del hambre), que es como un novio pesao que no deja a la follamiga
del aire en paz, que se tiene el peinado de Goku.
—¿Qué
viento es este? —dice Paco Mesa.
Apestan
los bajantes y váteres a garganta llena de basura de los bajos de Cádiz. Tiemblan
las ventanitas de los cierros, da manotazos a las puertas distraídas, se caen
las ramas de los árboles, se descascarillan las fachadas, tira a trozos las
cornisas. Rompe y desgarra las banderitas oficiales. Hace movible el mobiliario
urbano. Arrastra los macetones, las papeleras, como si el levante jugara una
partida de ajedrez contra sí mismo en las calles. El viento que agita los
sauces, las palmeras, descarga de ramitas a las araucarias cual peluquero
antiguo. Pone borreguito en las olas de la bahía. Traslada las vallas de obra
como si quisiera ampliar y levantar el adoquinao
como en épocas pasadas de obras y obras y obras.
Hasta
los contenedores colaboran con la entelequia mental del levantazo y se acercan
unos metros para que, al tirar la basura y el reciclaje, no tengas que andar
tanto. Ni como si estuvieras en un video a cámara lenta de zombis. Nuestra ropa
sequerona, apergaminada (olvidada en
la azotea) aparece en Rota, en un vuelo que los radares de la base detectan
ante la perplejidad del radarista, que está acostumbrado a los vuelos en
sentido contrario y que no tienen como objetivo vestir al desnudo, como el
viejo adagio del Libro de los muertos egipcio, sino bombardear al pobre. A los colgaos los deja serenos y a los serenos
los vuelve loquitos. Sólo hay que pensar en los ventiladores que plantaron
cerca de Tarifa. Eso sí que es energía, picha, y darle vueltas a las cosas.
Está
claro que el Kichi, como líder supremo de las masas bajo el levante, debe entender
la guasa general y "cerrar la ventanita, la puerta, apagar el ventilador,
recordarnos, en la radio municipal, el pasodoble de los novios y
el viento". Y debe advertirnos, desde su vaticano virtual, que tengamos cuidaíto:
—Mira
a tu alrededor y estate atento cuando estés en la calle y, cuando estés en
casa, cuida de tus puertas, ventanas, persianas, macetas, bidones y elementos
que puedan ser vulnerables al fuerte viento. Para que no se caigan.
Hoy
(jueves 20 de abril) va a superar los cien kilómetros por hora. Y estoy
conmocionada y esperando información, como la Condesa sobre las imputaciones, a
ver si los desastres y accidentes del viento se pueden relacionar con la apocalíptica
percepción de ciudad que describen algunos en sus crónicas y noticias-opinión. Pero
el alcalde sabe que los vientos de cambio son así. Furibundos o no. Las brisas
nunca fueron buenas para navegar en los procelosos estanques de la política: en
los que algunos botan sus barquitos para Arabia Saudí, sus yates de eslora oro,
muchos ahogarían a las voces discordantes y otros hacen la mezcla de unos
zapatitos de cemento para algún juez que lo imputa por los volquetes de imputados.
La mayoría se solaza en sus albercas, charquitas o piscinitas mientras un grupo
de siervos respira bajo el agua para que parezca un jacuzzi.
—Haz
pompitas, hijo.
Muchos
esperan que el levante trastorne a Martín y al Kichi y se mosqueen de verdá, en público, así, perdiendo los
papeles, en esas típicas llamaradas de mal genio que proporciona el estado
mental del levante. Porque ¿no están mosqueados como han aventado algunos? La
grietita en la fachada está: rellenémosla con el pegolán de la insidia, del
malrollo. Que pegue fuerte el viento para que se tiren las macetas del cierro
entre ellos. Que se griten en los despachos mientras algunos se frotan las
manos. Y así tenemos un verano lleno de declaraciones, de dimes y diretes, de
"yo no dije eso", de "eso no es así". Mientras, un redactor
saca por la ventana un demonio y pide un deseo de desencuentros patentes en los
ediles de la ciudad.
Pero
la locura, el cansancio, el dolor de ojos y cuerpo, el malestar de vivir bajo
el viento fuerte no lo es para todo el mundo. Porque hay algunos que es como si
tuvieran climalit en su vida cotidiana, en sus relaciones personales, en sus
actos políticos, en su cosmovisión. Ya de por sí alterada por una realidad que sólo ven ellos. No se enteran de nada desde que cierran la
puertecita y giran el manguito. Ea. Y no les consta, no los conozco, cómo está
Venezuela, se está quedando una tarde de protestas en Caracas que-qué. O se
olvidan de quitar un peaje desde 1996. O plantean una política cultural sin
contar con la gente de a pie y sentá.
Qué cosas, ¿verdad? Eso sí aprovechan cualquier oportunidad para reclamar
información que nunca dieron/dan/darán o que publicitaron en panfletos en tu
buzón, vecina. Exigen transparencia, documentos, datos. A cascoporro. Cada cinco minutos.
—El alcalde está soplando frente al viento de las evidencias de que esta ciudad está al borde del apocalipsis.
Esos mismos que aportaron
en toneladas de los discos duros, en palés cuando lo del agua, lo del canal, lo de los
púnicos, lo de las correas. Y que una cuadrilla de estibadores esquiroles tuvo
que descargar.
Por eso digo y termino: deja de soplar, levante, hijo, que la gente se pone loquita y dice muchas
pamplinas. No soples cuando llegue el tramabús
a Cádi-Cádi y aparque en San Juan de Dios. Porque va a ser un festín de tonterías y declaraciones. Pero como
no hay árbol que el viento no le haya dao
un meneo, tampoco se puede impedir que el viento (más fuerte o flojo) sople. Sino
hacer molinos. Tiquitiqui.
*Estado de facebook de Paco Mesa.
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