19 mayo 2017

Palacio de invierno, chalés de verano



David Monthiel

Mucha gente se ha indignado por sus palabras sobre los indignados y por su propuesta de política cultural. La intelectualidad se ha mofado, se ha reído de su simplicidad, de su cuñadismo extremo. No tienen palabras. Se habla de vergüenza ajena. Otros se dan por aludidos y se lanzan a contestar palabra por palabra. Su discurso nos recuerda muchas cosas. Por ejemplo: ha sido el blanco, durante quince minutos, de eso que podríamos llamar la microandaluzfobia. Y que consiste en citar a los Morancos y a la falta de "cultura" en la misma frase.

            Pero también ha hablado muy claro para aquellos que engrosan el cuñadismo, el microcuñadismo y los que no son de derechas o izquierdas, como decía Pablemos. Sus votantes. O posibles. Habla para aquellos que los andaluces conocemos muy bien. Un ejército en la reserva con aspiraciones. Una casta tramada en familias de tiesos con ínfulas de nuevos ricos. Aquellos que traducen la igualdad de oportunidades en igualdad de mangoneo sin apellido. Los de la olla grande para unos pocos que se inventan el currículum. Un tropel de zombies que sonríen cuando la ven en la tele y se imaginan la profunda red de favorcitos y dedazos. Aquellos que suspiran por un puestecito, por un sueldo sin dar un palo al agua. Recuérdalo tú, recuérdalo a otros: ¿No los conoces? ¿No te suenan? Les habla a los que piensan que es normal contar con un conseguidor, un chófer que lo mismo te consigue una jubilación que un local para poner una academia de formación.

            ¿Seguro que no te suenan? Aquellos que nunca morderán la mano que les va a dar de comer en una caseta de la feria, que lo arreglan todo invitando en un cuarto de baño. Que esperan un nuevo caso de ERES en cuanto este se apague y resuelva el lío del último. Que se ríen de los becarios que curran gratis, los gilipollas. Recuérdalo tú, recuérdalo a otros.

            Quizá nos escandalicemos porque somos unos envidiosos. Por eso vivimos peor después de siete años de crisis. Reconozcámoslo. Aunque yo creo que son quinientos años de crisis. ¿Tantos? Pregúntales a los de la microandaluzfobia. Porque es así. Porque nos resignamos. Asumimos nuestra inferioridad. Porque se  ríe de nosotros la que dice ser nosotros. Porque no pudimos tener una casa en la playa, ni salir una vez a la semana, ni comprar una entrada para el Bernabeu, ni ir a Disneylandia. Porque no pudimos tener una reforma agraria para el latifundismo.

            Salimos a la calle a dar por culo porque no estábamos entre los elegidos. Entre la gente de bien, de cambio. De chaqueta. Porque el capitalismo es inamovible, es el sistema menos malo que conocemos. Cuidadito con pensar que puede haber justicia porque podemos tener esperanzas más allá de emigrar al norte. Porque Andalucía y el estado la necesita para que nada cambie. Para que todo siga igual. Con toneladas de producción agrícola y sin industrias de transformación. Con fuga de cerebros. Con sus Morancos. Con guiris y camareros. Sol y feria. Si nos hundimos, lo que necesitamos son yates.

            Nos robaron a historia. La memoria de los pueblos andaluces. Nos robaron la confianza y la fe en nuestra tierra. Y la pusieron, mayoritariamente, en un partido eterno en las estructuras políticas. Para ella, levantarse contra el orden, el suyo, es levantarse contra lo sagrado, contra la divinización inamovible de su Dios, que como decía un obispo en 1550, en lo que después sería Bolivia, un dios al que sacrifican infinidad de vidas humanas en una boca del infierno y que es una mina de oro llamada Potosí. Ella justifica la justicia que no es justa, que no es para todos. Es para ellos. Y el peor de los actos malos es el creer que se es bueno porque se ha cumplido una ley que desahucia, detiene, amordaza las protestas, rescata bancos, paga una deuda injusta, mete en la cárcel a los pobres y libera a los ricos.

            Los que defienden unos derechos que no son los suyos son unos privilegiados, unos violentos que rompen cámaras. Que sigan viniendo los guiris, que ya le ponemos copas, tapitas, raciones, les contamos un chiste bueno o le damos una pataíta por bulerías. Que haya cien, mil airbnbs que desarrollen su economía y que nuestros contratos sean un mojonazo. Que ya tenemos a los que nos visitan cada verano dándonos palmaditas en la espalda.

            Nunca estaremos en su nosotros. Porque perdimos frente a los que conquistaron el palacio de invierno para tener chalés de verano.

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