Los que en la fábrica de maderas se detienen
ante el rincón donde se acumulan
las virutas y el serrín.
Los que acarician el puente que salva
el cauce de un río seco.
Los que aguardan el sueño, lastimados
desde el amanecer en un costado.
Los que apagan las velas de un suspiro.
Los que callan cuando un pájaro los mira.
Los que apartan en silencio la nieve de la leña.
Los que tiemblan encaramados en la punta del cuchillo.
Los que lanzan los dados a oscuras contra una pared.
Los que acuden a un entierro donde nadie les conoce.
Los que cubren con tierra las brasas del odio en la casa del hijo.
Los que retroceden ante el frío.
Los que cuentan relojes en las ondas del agua.
Los que lloran sin querer saber por qué.
Los que rastrean las huellas de un animal que murió.
Los que cuelgan el teléfono porque ya no hay fuerzas para decir.
Los que guardan debajo de la cama zapatos rotos.
Los que emprenden el amor, los que lo desaprenden.
Los que resisten.
Los que mueren.
Los que besan.
Los que mienten.
Todos ellos,
los que cada mañana inscriben su herida
en las blancas galerías de la soledad.
Ellos forman la trama
y son mis argumentos.
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