D.F.M.
Acostumbrados como estamos a la población flotante de erasmus, al turismo de autobús sin techo y a al te echo de menos de los emails de los estudiantes en sus pisos, esta semana las ciudades de la provincia se ven colapsadas por la baraúnda motera. Se celebra el gran premio de Jerez y el tópico asegura que se debe enriquecer la reseña o el reportaje con un “Jerez es la ciudad de los caballos, pero de potencia”. La boutade periodística no podrá ocultar el pestazo a gasolina, a neumático quemado y los decibelios de un acelerón vacileta por las avenidas. Si mi pistonazo muriera en tierra de bicicletas llevadlo a la Ribera del Marisco.
Se esperan alrededor de doscientas mil personas con moto o sin ella. Por la ciudad pulularán hordas de chaquetas de cuero, badanas, pañuelitos en la cabeza, visas oro, botas y máquinas preparadas para cumplir ese difuso sueño de “la libertad sobre ruedas”: aspecto filosófico del motero que remite al discurso que quizá comenzó con los Hell Angels (bien lo supo el golpeado Hunter S. Thompson) y que acabó democratizándose en un confuso código deontológico que denota casticismo juerguista y catetismo a dos ruedas. El motero turista en ciudad desconocida busca bar para hacerse notar y, si hay opción, buscar mujer local con aspiraciones de ser paquete en CBR 600, espacio reservado para necias del motor. Los Marlon Brandos a lo “Salvaje” arriban al pueblo con ganas de juerga. Los moteros forajidos no sembrarán mucho el terror a su paso, serán recibidos por los hosteleros con los manteles abiertos y los habituados vecinos intercambiarán tapones para los oídos.
A mí, a parte del circo mediático de los grandes premios, me resulta extrañamente fascinadora la contemplación de la multitud enrejada y concentrada en las acrobacias de conductores aparentemente suicidas en una avenida de El Puerto. La fiesta es una confraternización con la máquina desde el exceso chusquero y una reivindicación de la temeridad de fatuo circo. La otra fiesta, la oficial, está patrocinada, en parte, por las multinacionales del vicio legal siendo el campeonato del mundo vía de escape publicitaria de las grandes corporaciones del tabaco y la bebida, asoladas por las próximas prohibiciones del ministerio de salud.
Como el botellón, la masa despolitizada en cuestiones de tumulto reivindicativo y social, pero politizada en orden de lo que ocurre en la ebria polis por la madrugada, se concentra para pasar el rato entre humaredas, alcohol y cocaína y se olvida en el marasmo de su capacidad multitudinaria y de la subversiva colectividad. En estas concentraciones el neumático quemado es de distinto cariz. La goma en llamas, y su vástago el humo, en las multitudes conscientes poseen un capital simbólico que en las concentraciones moteras es desvirtuado como un show de feria, en un derrochón y desprendido gesto hacia las arcas del gordo Michelín. Ya lo decía Toni Negri: la multitud es un concepto de clase, pero la clase de esta multitud a veces es una difusa burbuja de lugares comunes, mucho dinero invertido en dos ruedas y pasión metrocúbica.
Pero el mundial de motos posee su propia subcultura. Los Setegibernauistas exigen que deje de ser el camarlengo del cónclave de las parrillas, Rossi va a lo suyo, Requena fue desalojado del micro y los telespectadores más radicales zapearán a Eurosport como un acto de protesta ante la ignominia cometida por la sección de deportes de TVE con la voz de los circuitos; la cantera de pilotitos aún no ha sido socavada sino que continua extrayendo a imberbes con sangre fría, apurada de frenada y con un importante potencial de caballos entre las piernas. Comentario este que puede hacer del mundial un centro de reuniones publicitado en Shangay. A moto pasada, los hosteleros dirán que el despilfarro motorístico ha repartido muchos euros y asegurarán que la prosperidad de unos pocos justifica la incomodidad de todos los demás; la ribera del marisco volverá a ser zona de embotellamiento de botellón y quizá alguno, esperemos que no, legue una mácula negra en el aséptico historial del acontecimiento con algún accidente por imprudencia. La extraña y poco temible saga de los moteros regresará a su rutina tras el atracón de kilómetros.
En fin, fin de semana de visitas. La prensa volcada. Colapsos circulatorios. Dinero para los de siempre. Qué diferencia de trato cuando son otros son los que queman ruedas, colapsan el tráfico y son multitud.
1 comentario:
BUE-NI-SI-MO !!!! clap, clap, clap...
Publicar un comentario