Me he perdido en la noche de un laberinto eléctrico,
el sufrimiento ahora son los cuerpos cubiertos con cartón,
la melancolía de los enfermos a la puerta de los hospitales, los bares inmundos,
todo lo que la transparente ideología de los gestos llama tribu de la noche,
la multitud indolente ante las verjas cerradas, el vapor de la pesadumbre.
Roma y las basílicas de Roma enchapadas de oro, la alhaja de los poderosos
contra la divinidad de los justos, el resplandor de los privilegios seráficos.
Roma como una piedra hambrienta en el cortejo diabólico,
los que se abrazan en la alucinación de las plantaciones de yodo,
los que escupen sangre sobre los mismos mosaicos que besó Virgilio,
el jardín de las hespérides donde el descendiente maya roba las manzanas de
Juno,
los que se refugian entre las ruinas y entre las ruinas vagan en busca de patria,
los hambrientos a deshora que tras un largo viaje por toda propiedad declaran una bolsa de plástico,
los que iluminados por la desesperación aguardan tras un muro al monarca blanco,
y ésa es entonces su abundancia de bien y ése es entonces el arroz que reparten los dominicos la tarde del sábado,
la tarde reservada a la compasión por los emigrantes del Este,
los miserables parias que cerca del foro de Adriano aguardan la resurrección del anciano Papa polaco,
el espejismo con el que se reviste la fe para sobrevivir,
cerca de los envoltorios con que se reviste la divinidad para sobrevivir,
Roma ha muerto y entre el desorden sexual de las cúpulas
la sombra de Shelley es un barco del que se arrojan contra el acantilado los albaneses,
la casta ínfima de los acosados por el hastío retórico de la justicia social,
los comensales de las copiosas sobras, los sedientos acosados por la policía.
Como la sustancia insomne de un cuerpo que se repone de la fatiga y
considera toda ilusión despreciable,
hablas el dialecto de quien ha padecido un sueño, nombras la facturación de
las aves,
ese encargo irrefutable del cielo, la extraña materia del sufrimiento hecha
presagio en la bandada de pájaros,
eso dices, y mutuamente están en ti el díscolo y el salvaje,
mutuamente el cuerno de violetas blancas y el gancho en U del que penden los héroes,
en ti el que bajo la falsificación de las obsesiones visuales
niega su placer a la comida muerta, el que llama a Eva perra capitolina,
emperador con los ojos encharcados de mármol al apóstol de Cristo.
Ésa la curiosidad del que nombra ante la curia la erección de Trajano,
el que en la sala de los cónclaves declara: mi Vaticano es la tumba de John Keats,
y considera un ultraje el propósito de la eternidad ante el que se devoran los
hombres.
Hablas, pronuncias esta bujía que ningún oyente entenderá bajo los códigos de
la razón,
pero igual que estas piedras expían su lugar en la historia
y nadie es capaz de devolverles la semejanza de su trono perdido
y permanecen erguidas sobre la significante ruina de los palacios barrocos,
recubiertas por el estigma de la noche lunar, empapadas en lo vertiginoso,
lamidas por la felpa verde de la humedad insaciable,
así también has de permanecer tú, inmóvil en la fisura que hacen en otro rostro
las lágrimas,
tú el indeciso que al dar dos pasos te desplazas fuera de mí y desconoces el
regreso,
tú la dificultad, la venda helada que une al místico con el romántico,
la simpatía carnal entre la rosa de bronce y el ruiseñor que Alan Sydney Robinson oye en la muerte,
esa la agilidad del fakir bajo la ganzúa de Piranesi y su cabaña moral recubierta de yeso,
el oficio del arte para la aristocracia difunta, el hedor del privilegio feudal de los Caballeros de Malta,
las letrinas donde acuña su esfinge un imperio erigido sobre la violencia,
la posesión de los excrementos que rentabiliza la usura,
el ácaro de la mafia sobre las alfombras de la judicatura
y el gobierno de los mercaderes sobre los restos de la democracia.
29 comentarios:
La tumba de Roma, Roma huele a despojos. La ciudad eterna ha quedado sepultada por millones de seres ansiosos de fotografiar lo que ya encuentran en postales y libros. Solo cuenta demostrar que has estado allí, nada queda del disfrute y la inspiración que pueden producir sus multiples iconos. Merchandaising al mas propio estilo americano de sedientos romanos que han vendido su alma al diablo....de Dios.
gracias por su comentario, señorita. Acertadisimo y breve para con una gigantesca e inacabable ciudad de arte e historia. Los términos, exactos. Las formas, certeras. Lo eterno de una fotografía o de una postal de Caravaggio. Amontonado en en carpetas,en discos duros, en cds, en los anales,anónimos de miles de millones deturistas.
unga again
k
saca la guia
Roma lamida por los perros de la democracia, he leído algo de un tal Molina damiani que dice que Mestre ha desvaticanizado Roma, demolido los templos de la usura cardenaliza para levantar sobre su ruina un canto comparable al de un príncipe mendigo, el poema me parece extremecedor, el libro de Mestre una referencia ineludible ya de la poesía de los últimos años.
Fernando Caballero R.
Estoy de acuerdo: para mi lectura de extranjero, y habiendo leído bastante de lo que se publica hoy en día en la Península -joven o no-, pues sí: considero que J.C Mestre es uno de los mejores poetas vivos que hay por estos lares. No sólo porque se aparta del tan manoseado y manido canon de "la experiencia" más ansimismada y onanista. Sino porque también cuestiona el lenguaje, y propone una visión de la vanguardia como una propuesta que no ha acabado, como una continua y presente utopía por la que hay que trabajar.
sean bienvenidos los dos a estos lugares. Sus aportaciones son fantásticas.
salud. y pásesçnse por aquí
sonicya: unga
Pues voy a poner un reparo, sin desmerecer el trabajo de Mestre creo que en ese libro se intenta conciliar lo irreconciliable, el cristianismo y el marxismo, vía Pasolini,y la poesía no es´el espacio para solventar esas cosas, creo que al libro le sobra ideologia y le falta precisamente cotidianedidad, lo que tanto se le critica a la poesia llamada de la experiencia es lo que yo más hecho en falta en ese libro, por otro lado bien, muy interesante.
Amigo Jaime, discrepo totalmente de tu comentario, marxismo y cristianismo son alteridades de una misma visión humanista del mundo, creo que Mestre situa precisamente su voz no en el discurso ideológico, sino en el poético, es decir, allí, donde según Altuser, la palabra poética habla por todo aquello que la ideología no deja decir, lo que Mestre enuncia es la voz del otro, la experiencia del otro que resucita en la conciencia sin tiempo de la poesía, bueno, eso pienso yo de ese excelente libro La Tumba de Keats, acaso el libro definitivo de la actual poesía española desde la transición política.
Este Mestre no creo que sepa lo que dice, lo cual no es imprescindible en estricta poesía, cuando ésta sabe, no lo que dice, pero sí lo que escribe. Éste señor quiere escribir, qué duda cabe, y por todo lo alto del ampuloso Parnasillo, que oye campanas y no sabe dónde. Nació para Keats, y es sólo maestrillo encanecido y reviejido, escribidor pasadillo. Oh, cuánta arrogancia, oh qué pesada carga sobre sus hombros, todos los parias de la tierra clamando por su bocaza, todas las causas perdidas, todos los miopes y ediposos reyecitos pródigos... Más humildad y más silencio y mírese de hombros para adentro, querido locuaz,y hágase un hombre, aunque a lo mejor no encuentra nada allí de tan solitario, profundo y serio. Tanto que se quedaría un rato calladito de pánico. Y lo dice su amiga. Se llama Luna, se mete en todo donde no debe, y allí se lo pasa nada mal.
Que Mestre me perdone.
De pánico se han callado las victimas de las que habla Mestre en su libro, los cinco millones del nazismo, el sinnúmero de los masacrados diariamente por el poder y silenciados en las páginas cotidianas de los discursos del poder. No hace falta, señora Luna, que se meta donde como usted dice no debe, puede ahorrarnos la vanidad de su arrogante ego. La poesía suele pasar de largo ante las cabezas habitadas por la única sombra imperecedera de la cobardía: aquella que sigue insultando a los muertos, la que se rie del dolor ajeno, la que carece de compasión ante el otro y por tanto, ante si mismo. A pesar de la piedad, conducta a veces hermosa de la poesía, sus palabras son despreciables. Es posible que Mestre le perdone, yo no.
Me parece que os poneis un poco trascendentales todos, yo he asistido el otro dia a una lectura de Mestre en Santa Cruz de Tenerife y me lo he pasado superdivertida, es un poeta lleno de humor e irrevrencia que nada tiene que ver con ese coco ideológico y superserio del que hablais.
MAestro Mestre, podría usted intervenir, que no?
Salud a todas y a todas.
Estaria bien que interviniera el poeta Mestre, no? Ayer lo escuche en el ojo crítico y no estaria nada mal que apareciese por aquí, esperemos que así sea.
MESTREEEEEEE!
Bueno, yo sólo quería molestar un poco la buena-mala conciencia de este Mestre-Maestro después de todo -cómo no, a la salud de David Franco sobre todo-, y no tenía ni idea de que fuera a ser tan contestada. Sigo pensando, pero es una arrogancia probablemente, que las víctimas universales son muy propicias para no saber de uno mismo o de lo que se tiene al lado, y la benemérita poesía de este Mestre digo yo que en eso parece como que posee una extraordinaria pasión de la ignorancia. ¿Qué mira este señor de frente?. ¿El dolor universal...? Eso no deja ciego a nadie, ni arroja mayor clarividencia. Entre tanto, es cierto, podría ser muy divertido, si supiera apenas quién es, un poco más cerca y para nada tan lejos. Y ninguna víctima, puedo afirmar... Y no hace falta que este señor perdone a nadie, suele caer bastante de pie. Firma: yo acuso,la arrogante Luna.
Y para poner un ejemplo, aquí este señor dice que se ha perdido, entre la noche y sí mismo y los otros y los tugurios (habría que verlo para creerlo, pero bueno), y que es víctima del mercado (que probablemente no lo entroniza lo bastante), y afirma además como al pasar que confunde el amor con la prostitución, pero prefiere hablar de víctimas albanesas, del Papa, de la democracia violada y cosas así, y todo en el marco incomparable y prestigioso de una Roma Mater acartonada. Mucho Edipo por ahí..., querido príncipe destronado. Bueno, ya vale, todo quede entre hermanos de buena voluntad, que otra cosa exigiría demasiado "insaigt". La misma Luna.
Ah, pero se me olvidaba decirle a David Franco, que deje de apelar al Tal Mestre. En los eclipses de Luna suele refugiarse en las ruinas, y Caperucita puede delirar sola la mar de bien. Con simpatía carnal, otra vez hay Luna.
He asistido el sábado en el Teatro de Cáceres al recital de Mestre junto a Amancio Prada, y leyo entre otros poemas y canciones uno que se llama Caballo Morto, no sé si estña en en libro de la tumba de keat del que hablais aquí, pues no logro encontrarlo en librerias, me han dicho que la edición de Hiperion está agotada, sabe alguien de alguna otra? Por cierto hace tiempo que no escuchaba gritarle tantos bravos a un poeta en una lectura, en Cáceres tuvo el éxito que solo acostumbran a tener los cantantes, es estremecedor escucharlo, inolvidable, una experiencia en otra dimensión entre tanto aburrimiento retórico, chapó por él y vuestra página.
Estará contento el poeta Mestre con el premio a su padrino Gamoneda, los amigos de zetapé, que lo apoyaron firmando el manifiesto de las elecciones pasadas, vaya tropa de independientes rojillos, ja, ja, ja, eclipse de luna.
mala baba la de luna, resentimiento o ignorancia, la misma cosa absurda de siempre...buen foro, enhorabuena al autor de blog, feliz año y larga resistencia a todos
gracias amig@.
la luna sospecho que es troll.
pero bueno, cada cual que cargue con su manía persecutoria o quién sabe qué coño le pasa.
besos a tod@s
Acta literaria
On-line ISSN 0717-6848
He encontrado este comentario en la red, tal vez ayude al debate, su autora maria Nieves Alonso acaba de publicar en España un ensayo sobre otro poeta español, Antonio Gamoneda, en la editotial Calambur, también muy recomendable, por lo que sé es experta en poesía chilena contemporanea y se le deben ensayos sobre Nicanor Parra y Enrique Lihn, el de Mestre es cuando menos interesante:
Acta lit. no.26 Concepción 2001
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Las letras van de amor
María Nieves Alonso M.
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Universidad de Concepción
¿Cómo entraréis en mi paciencia? Incluso tú
si no envejeces ¿Cómo me entregarás tu juventud?
Antonio Gamoneda
Por qué escribí, porque escribí estoy vivo.
Enrique Lihn
Leonardo Sciaccia dice que hay más de veinte razones para escribir. Se escribe para poblar el desierto, para no estar solo en la voluntad de serlo. Se escribe para distraer la tentación de la nada, para llenar el vacío, por temor al vacío.
Como la joven princesa de las Mil y una noches, se escribe para postergar la ejecución y corromper al verdugo. Para hacer inofensivo el dolor, para ser feliz, para otorgar herencia, para dar testimonio. Se escribe también para jugar, bautizar, persuadir, seducir, hacer verosímil la realidad; para religar, reunir y reencontrar, unir y recuperar. Y aunque también se escribe para olvidar, se escribe principalmente para recordar y aprender; por último, quizá, tan sólo se escribe para rezar, para devenir otro, para no morir, para preparar la casa de la eternidad: "Yo he entrado en una tumba blanca... / y a esa tumba le he llamado casa y he cerrado la puerta y me he quedado a vivir en ella". Tumba, túmulo, sepulcro, pirámide, casa: "Tenga la humilde proporción de un montículo, o se eleve hacia el cielo como una pirámide, la tumba recuerda el simbolismo de la montaña. Cada tumba es una modesta réplica de los montes sagrados, depósitos de la vida. Afirma la perennidad de la vida a través de sus transformaciones (...). Es el lugar de la seguridad, del nacimiento y de la dulzura; la tumba es el lugar de la metamorfosis del cuerpo en espíritu o del renacimiento que se prepara, pero es también el abismo donde el ser se sume en tinieblas pasajeras e ineluctables" (Chevalier y Gheerbrant, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Editorial Herder, 1995, pág. 1.033). Habitación, casa, morada, domicilio, guarida: "me he apostado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso", "mi vaticano es la tumba de Keats" y "a esa tumba le he llamado casa", "Este es ahora mi país, madre de barro, / un litoral inglés junto a los muros de Roma". La tumba de Keats, el libro romano de Mestre, recuerda así la epifanía del viaje y el mito de la creación de un hogar en el interior de un libro: un domicilio. Se funda aquí un domicilio desde el cual se ofrecen los frutos que el poeta opone a la llegada de la destrucción: los frutos de la memoria herética, individual, tal vez moral. Un domicilio, el punto al que se regresa desde cualquier horizonte, aquello que representa muchísimo más que un espacio cerrado en el que la bestia o el hombre se guarece de las inclemencias del tiempo o de la codicia de los enemigos. "La casa más aún que el paisaje es un estado del alma" (Humberto Giannini, La "reflexión" cotidiana, 1998).
Pero, quizá todo esto sea muy anacrónico; quizá esto tenga el anacronismo de la vergüenza (el valor de la vergüenza); la inactualidad de la utopía (la fe en el ser), la vejez de la ética (por ejemplo, ser un buen antepasado). Guardar, preservar, preparar el lugar, paisaje, país, ciudad, calle, casa, habitación para quienes vendrán: "The poetry of the earth never died", dice el epígrafe de Keats de La Tumba de Keats, y yo estoy pensando, estoy hablando de un libro.
Es que para quien habita en la nostalgia, Juan Carlos Mestre trae alivios y quimeras. No sólo por su "deliberado intento de hacer vivir el tiempo que fue y ya no es" (Manuel Alvar), o porque su poesía esté "disfrazada de nostalgia" (Inmaculada de la Fuente), o porque, como él mismo lo ha dicho de su Antífona, su obra es una aproximación al espacio perdido de la lejana tierra y el recuerdo de sus gentes, de su pueblo, o por su fe en la poesía como último reducto de la libertad y de la utopía (José Antonio Martínez), sino por su capacidad para inventar un pueblo, un hogar, aunque los nómades no tengan "campamento sino en la periferia donde amenazan". Recuperar lo perdido (mi memoria, mi casa es hoy La Tumba de Keats). Yo estoy pensando en el Dante, en la Edad Media, en las paces de la vida y la muerte. Estoy recuperando aquello que me enseñan (enseñar. Del lat. insignare, señalar. Instruir ...con reglas o preceptos. / 2. Dar advertencia, ejemplo o escarmiento que sirve de experiencia y guía par obrar en lo sucesivo. / 3. Indicar, dar señas de una cosa./ 4. Mostrar o exponer una cosa que sea vista o apreciada. Real Academia Española, Diccionario). Leopoldo Panero, Antonio Pereira, Colinas, Gamoneda, (¿sabes?) también Enrique Lihn, Jorge Luis Borges, Jorge Teillier, Gil de Biedma. "No he descendido a ningún otro infierno que no sea mi vida", dice el poeta. Y no olvido que la única finalidad de la escritura (o la lectura), que es lo contrario de la neurosis, es la vida (Deleuze). Mestre va, ve, denuncia, reza, encuentra y enseña en este complejo, difícil y hermoso libro en torno al cual sólo merodeo sin lograr entrar: "Eso ve el descendiente que en las cercanías de Moisés no ha entrado en la sinagoga, / el nieto del sastre que a los cuarenta años reconoce a su tribu por los signos de la desgracia" (pág. 45).
La tumba de Keats, último libro de Juan Carlos y Premio Jaén de Poesía, recrea, pues, el antiguo relato del viaje físico que deviene viaje espiritual y búsqueda de la verdad, de la paz y de un centro espiritual. Su protagonista aparece como un alma callejera, frente al alma domiciliada y siempre en regreso de toda la poesía anterior de Mestre. Sin embargo, el desplazamiento físico es sólo una coartada para una intensidad poética en la cual el pasaje, la salida hacia lo desconocido es sólo una parte y el soporte de aquello que transforma al sujeto en receptor de conocimientos, portador de mensajes y poseedor de una conciencia hospitalaria disponible no sólo para la re-flexión (vuelta sobre sí mismo) individual sino disponible para otras conciencias. Es decir, si por una parte este viaje expresa un profundo deseo de cambio interior, una necesidad de experiencias nuevas, más que un desplazamiento espacial, muestra sobre todo un devenir minoritario, esencial y desierto, pero, por lo mismo, más poblado. Verdadero peregrino, el sujeto de la poesía de Mestre, como el romero medieval, cumple celosamente con el ritual que ayuda a resolver el enigma (hay un misterio hebreo junto al mito) que llama y atrae por la esperanza de poder llegar a saber de él mismo desde la otra cara del espejo, desde el lugar que ocupa(ron) otro(s) hombre(s). El texto, que es continuación serena y necesaria de un proyecto de evolución gradual y de efectos dramáticos e intención apelativa de quien ve en los otros, muestra el reverso de la belleza ficcionalizada en los textos anteriores y se resuelve en la figura del adiós y en la disolución de un sujeto que abandona el centro y desaparece para poder reaparecer del otro lado de la noche, revestido de una nueva conciencia y con un nuevo fuego en las manos.
Pasaje que es clausura, umbral y llave. No hay aquí fin, hay siempre comienzos. Traslado de (la) vida a la muerte y derribo del hielo, de la losa que las separa. "Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua". El nombre propio dice Geofrey Bennington (1994) lleva la muerte de su portador mientras garantiza su vida y le da seguridad durante y sobre su vida: incluso estando yo vivo, mi nombre señala mi muerte. Es ya portador de la muerte de quien lo lleva, es ya el nombre de un muerto. Pero mi nombre propio me sobrevive. Después de mi muerte, aún se me podrá nombrar, hablar de mí. Yo ya es otro. Bodas contra natura, bodas entre vida y muerte, entre nacimiento y madurez, entre hombre y animal, todo esto es registrado en el libro sobre las ruinas de Roma.
Decimos que Mestre derrota al gran mal, vence al aburrimiento en su significado escamoteado por el desliz lingüístico. Aburrimiento: ab horreo: terror al vacío. Aleja así la "tristitia de bomo interno" y a toda su hueste, como acidia, abulia, añoranza, aflicción, ansiedad, aprensión, cansancio, cobardía, desgano, desaliento, desánimo, desesperación, desesperanza, depresión, decaimiento, fastidio, hastío, pena, melancolía, morriña, murria, saudade, tristeza, para reaparecer desde el otro lado del abismo con un poema que alborota cárceles, abre cerraduras, atraviesa reinos, exorciza males y anuncia, denuncia, propaga, predica, profetiza, ordena, traslada, propone y afirma la asunción de una identidad que lo hermana con Renato Pace, "que murió en Mathausen y era abril del cuarenta y cinco", con los parias, con el hijo del ebanista y le devuelve a la vergüenza el valor ético y revolucionario (de Marx, Levi, Wiesel, Sender, Gil de Biedma, Gamoneda...) con el que este sentimiento debiera recorrer nuestra existencia.
El blues, la voz elegíaca del que ha perdido un dominio, se vuelve interrogación, anuncio (la voz profética), acusación (la voz moralizadora) y proclama (la voz política), para devenir, principal y finalmente, oración y plegaria (religar, la voz religiosa, la voz de la unión). Esta coexistencia y derivación de voces se corresponde con un constante desplazamiento de los modos verbales. El uso de imperativos, indicativos, subjuntivos, condicionales, pasados perfectos y presentes indica que no sólo se desplaza el sujeto, sino que también viaja y deviene la lengua misma de quien ha realizado una inmersión en el reino de las tinieblas para ascender de allí como un sobreviviente que ha visto los ojos de la muerte (no las vacías cuencas de los ojos de la muerte) y trae una revelación y una conciencia:
Perdón al hombre por el hombre,
al ojo del error perdón por la verdad de su cansancio,
perdón al camello por la aguja,
perdón a la vena acústica del río por el triste merecimiento
pescador en la necesidad del sábado (...)
No te inquiete el saber, yo no tengo ninguno
anduvo el caminante sobre las huellas de otros, junto a otros
bebió lo que le ofrecieron,
esta mentira de carne,
este barro de rosas, la revelación de
Keats: la muerte como un premio final de la vida.
(63, 67)
Ciclo de despedida y de inicio, canon estético de la madurez, acto moral contra el olvido, está aquí presente la idea de la literatura no sólo como consolación sino como salud, sanación y resistencia. Resistencia a las voces de la destrucción por los dictados de una voluntad utópica, una obligación ética ("¡qué imprudente viento de vocales borrará la desconcertada / memoria de los hombres, quién te velará raíz sin vuelo, quién te escuchará oh voz sin boca"), un diligente intelecto y también una intuición, centauro de fiera y querube, que impide destruir o negar aquello que se ha amado sin oponer otros rostros, otros espejos, otras palabras, otro dios, otro credo:
Creo en mi mano izquierda injustamente tratada por la
predilección de los diestros,
creo en mi espontánea vergüenza ante el sufrimiento humano y
el sacrificio de los animales,
creo en el insignificante valor de las cosas cuya posesión me
causa placer,
creo en el placer que redime a las criaturas de su innato dolor,
creo en el que habla en lengua polaca, el que llora en chino, el
que maldice en lengua taberna,
creo en Lázaro y el idioma claro de las correspondencias con
el que un hombre pide perdón,
creo en la compasión de enero, en la torpeza hermana de la
sabiduría y la cal que hierve en el agua,
creo en un puñado de tierra y en el tacto de las despedidas, en
ciertas cosas solo evidentes en la oscuridad, en ciertas
noches simples, benignas, andar descalzo alrededor de un
pájaro, iluminar el bosque, besar en el corazón a una
mujer judía (pág. 102).
Escritura, pues, de la conciencia de Auschwitz marcada a látigo de nieve a través del hombre de las diecisiete generaciones de Jacob, el reloj de arena y la escuadra masónica, el cálculo perfecto del poder y la muerte, carne de Cristo para el delito del Estado ... La tumba de Keats, el libro recorrido por un ethos occidental, europeo y judío, trabaja con las ruinas culturales lexicalizadas y tópicas, con los grandes relatos del horror, para buscar obstinadamente, en ese mismo espacio, un resquicio que comunique con la vida y permita el reencuentro de un rostro despejado de la vergüenza, consolado y sano.
En este valiente y sólido libro, al que sólo logro asomarme, no hay fingida inocencia sino pura y deliberada complejidad conceptual y formal, expresada también a través de abundantes figuras de reiteración fónica, gramatical y semántica, enumeraciones caóticas, paralelismos, polisíndeton, encabalgamientos, sinestesias, anáforas, acumulaciones sintácticas envolventes, movimientos pronominales y los ya mencionados cambios verbales y de estilo (apostrófico, comunicativo, expresivo). Casi una lengua extranjera en la tensión de los usos de un castellano pleno de incitaciones y sensualidad extrema. La literatura es delirio, dice La tumba de Keats, pero delirio que asedia la historia universal. "Todo delirio, escribe Deleuze, es histórico mundial, desplazamiento de razas y de continentes. La literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entre dos polos del delirio. El delirio es una enfermedad, la enfermedad por antonomasia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda, oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso" (Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama, 1996, pág. 16). Impuro, híbrido, mezclado, mestizo, contradictorio, Mestre pone de manifiesto en el delirio "esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir, una posibilidad de vida".
Podríamos afirmar que el texto presenta una irracionalidad surrealista en el ámbito de las imágenes y las metáforas y una sintaxis de estirpe manierista movediza, sin olvidar los destellos coloquiales y el guiño intertextual. Profundamente visual, no por nada el autor es quien es, pero también musical y táctil, La tumba de Keats está lleno de aciertos y de metáforas sustentadas por una imaginación de intensa luminosidad y notables virtudes en la observación y descripción del paisaje a través del juego y sentido del color, del, a veces, suntuoso sentido del color. También del tacto y el oído: "Roma la ciudad oxidada por la hiedra de oro del otoño (...) / Roma blanqueada por la avaricia del asesinato (...) / Llueve, llueve sobre las cúpulas bruñidas por el beneficio, / sobre los estandartes empapados por la usura del comercio / llueve, (...) Roma y las basílicas de Roma enchapadas de oro, la alhaja de los poderosos / (...) Roma, Roma cubierta por la imperturbable pintura de los / excrementos históricos" (pág. 12).
El texto constituye una unidad evidente, no obstante, en él se observan fragmentos de gran independencia poética y de preciosa concentración dramática. Un solo ejemplo:
He levantado piedra sobre ladrillo, y sobre la losa he levantado
una casa con el humo de la felicidad,
he vivido en ella durante años innobles, durante días aislados
unos de otros he sido poseído por un extraño canto de
insecto,
he anhelado todos los límites pero yo mismo era el límite y he
regresado como un forastero a su lugar natal, a la tierra
donde todo temor se disipa y uno acepta la muerte como
una invitación a la necesidad substancial de lo cíclico,
próximo a la cuarentena me he replegado perezosamente sobre
la desnudez del inconstante,
he dicho esta es mi cueva y a ella ha llegado la hiena y el
lagarto, mis amigos preciosos y desconfiados,
pronto el acuciante merodeador se ha asomado, luego ha dicho
enseña tu mano
y yo he sacado la mano, y él ha puesto aceite hirviendo en mi
mano.
No es justo, dije, no es justo que esto suceda,
yo me comprendía pero no era justo el pensamiento de la
crueldad del merodeador,
ese invierno y el siguiente consideré inútil el porvenir, impropia
la ternura de pertenecer a alguien como pertenece la hiena
a las praderas y el lagarto a las rocas,
pero lo justo no estaba allí, sino en la invasión constante del
sufrimiento del otro,
yo ya no podía cerrar los ojos sin envejecer mientras
mis amigos reflexionaban en los dormitorios agonizando en
la fiebre,
así que llamé a la hiena y la hiena trajo la templanza,
llamé al lagarto y trajo el lagarto el liquen y esplendor desde su
grieta de invierno,
dije a la voz de mi amor tú serás a partir de ahora la voz de mi
madrugada
pero ella me hizo saber que ya no me obedecía y buscó otros
parientes
y se infectó con la domesticidad de las salivas inútiles,
cuando sucedió lo probable se acercó la desgracia
y mi amiga la hiena sacó su sangre fría de termómetro roto
y la desgracia volvió sobre sus pasos de uña quemada y se
alejó de mi cueva y de mi casa (págs. 82-83).
Casa de la imaginación. Mestre no renuncia a la tribu ni a la casa, aunque para ello le sea necesario asumir sucesivas pérdidas, pequeñas muertes, traiciones de aceite hirviendo, geografías de desavenencia, hierros, flechas, y aunque se contradiga y vacile (ya sabemos que las traiciones no sólo son negativas), no padecerá "la melancolía de quien puede olvidarte, / no la enfermedad del que se sienta oscuro a esperar su tristeza, yo repetiré en voz alta tu nombre, esto y vivo, puedo desobedecer" (pág. 98).
La tumba de Keats reitera una idea de poesía que ya está presente en los libros anteriores de su autor. Y así como en La poesía ha caído en desgracia (1998) se describe "con toda precisión el tiempo y el espacio en el que la palabra poética debe ser pronunciada, todo está en ruinas, toda necesidad ha desaparecido, todo ha sido ya arrastrado por el viento. En el tiempo y en el espacio de la precariedad, en el que las cosas y las palabras se precipitan en el abismo de la crisis y de la falta de fundamentos, es cuando la palabra, pese a todo, debe ser pronunciada, venciendo la tentación del silencio" (Susana Wahnón, Insula, N 580, abril 1995), aquí se amplía el tiempo y el paisaje familiar en el que la palabra debe ser pronunciada, pero se reitera el gesto que hace de la poesía un pequeño útil, una inestimable herramienta para "reordenar un espacio mítico, reinventar una geografía primitiva" y salir airoso y hacer fecundo el escepticismo y gloriosa la muerte. Los sepulcros vuelven, pues, a proclamar la verdad olvidada de los cuerpos, del deseo, la ternura, la solidaridad y el bien, ¡Oh sí, el bien!
La figura del padre aparece destacada en el libro con gran intensidad. No sólo por su devenir oración o invocación a un dios que no es un ser poderoso ("Vuelva a nosotros tu reino voluntad del que se sienta a la izquierda del hijo, / vuelva a nosotros tu silencio zumbido del que excava en la incertidumbre del padre, / hágase tu voluntad sobre las laderas y los arenales yertos del discurso, (pág. 56), sino también por la alusión a lo paterno (poético, histórico, genealógico) que cruza el texto y que lo vincula, a mi entender, con otras grandes elegías de la lengua castellana. Muerte, memoria, destrucción, consuelo, reelaboración de un paisaje, unos muros. Estoy ahora pensando en Jorge Manrique, Rodrigo Caro, Pablo Neruda. En la poesía del duelo, del consuelo y de la rebeldía. El protagonista de La tumba de Keats enfrenta los demonios del mediodía que lo asaltan en el desierto que es Roma, metonimia de Occidente. La tentación es vencida, muchas voces degolladas ("De la enumeración de los hechos el primero es la llaga de octubre (...) manantial para la sed del infierno a la suma inexacta, que pronuncia el coro de víctimas (...)" (pág. 45), piden al poeta cumplir con su deber. El poema, la voz, se levanta, entonces, en versos de afirmación y desasimiento:
Es necesario morir para abandonar la oscura ciudadanía
en que todo lenguaje se convierte en expresión de algún vago
poder,
es necesario morir ante la importancia de algo por lo que nadie
daría su vida,
y para que el placer de la libertad se enfrente a su pacto
dramático
y salga el hombre sin su máscara a decir esto he sido,
esto han calculado en mí las leyes del azar bajo la forma del
átomo,
el presagio de las aves de Roma desde su tiempo pretérito.
Es necesario morir para que la parcialidad de lo doméstico
adquiera su reconocimiento en el erotismo de lo público
y a la cínica ignorancia se le llame conducta de una cultura de
época,
lodazal de difamadores al agravio sin tregua del discurso de
Estado,
es necesaria también la muerte de la muerte misma
para que de ese enfrentamiento con las mercancías estéticas
surja cierta clase de gratitud, cierta laboriosidad del hombre
influido por la permanencia de su utilidad en el mundo (...)
(108-109)
Tanto dolor habita en su costado, que le duele hasta el aliento. Es necesario morir para devenir judío, Keats, Gramsci, paria, lagarto, nuevo, imperceptible, y poder entregarse a la ternura, a la amistad y no al rencor. Me quedaré con la utopía. El viaje de Mestre no ha sido una vuelta, una re-flexión, un pliegue hacia el ser. Su saber no es así el amargo saber de Baudelaire:
¡Amargo saber el que sacamos del viaje!
El mundo monótono y pequeño, hoy,
Ayer, mañana y siempre, nos hace ver nuestra
imagen;
un oasis de horror en un desierto de aburrimiento.
Muy por el contrario, el poeta de León hace que vida y obra sean una misma cosa y abracen una misma línea de fuga al infinito. Una línea de fuga que, lejos de ser una forma de evasión en lo imaginario, permite producir lo real, descubrir mundos, saltar los intervalos, experimentar, crear vida. Ritornelos del deseo y la seducción. Obra, personaje y autor son una misma cosa, al menos una unidad, un prisma, un cristal de espacio-tiempo. Un modo de existencia estética en el que crear, como recuerda Deleuze, no es comunicar sino resistir la muerte, la servidumbre, la infamia, la vergüenza.
"He escrito mi nombre en la arena, la marea ha subido el agua". Esta es una escritura que borra el nombre de quien la emite. El poeta sabe que la salud como literatura consiste en inventar un pueblo, que no escribimos con los recuerdos propios salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivo de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias (Deleuze). Por ello dice bellamente: "Concibo la memoria como el oficio de devolver a las aldeas su soberanía". Por ello"no importa ya morir sino la vida":
Adiós Roma, adiós dolorosa luz indescifrable
adiós elocuente sueño, resplandor sin noche, huracán de astros,
adiós fúnebres coronas que dormís en los eclipses; cintura de
los arcos,
adiós nublado reino del otoño, guante del revés, adiós nocturno
sol anciano,
adiós sílabas del agua, arbusto inmaterial de las estatuas
(...)
no importa ya vivir sino la vida, no importa ya morir sino lo
humano,
(...)
Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua (págs. 110-111).
Este adiós no es un final.
Gracias, Juan Carlos Mestre, gracias Mestre por el regalo de una casa abandonada. Gracias por la vergüenza y la utopía.
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Concepción
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vaya latazo...l.u.n.a. grande
La reedición de Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Calambur 2005) del poeta y artista visual Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) supone una excelente oportunidad para adentrarse en el laberinto textual de un creador imposible de soslayar en el ámbito poético hispánico. Escrito hace dieciocho años, el poemario no ha perdido ninguna vigencia, tal vez porque sus versos habitan un presente infinito –ajeno a los vaivenes de un tiempo externo y asumido de manera ficcional por todos nosotros- que llega inalterable y tiene la misma capacidad de penetración y evocación que cuando obtuvo el Premio Adonais en 1985.
Ausente de exhibicionismos, Antífona supone, en primer lugar, el triunfo de la palabra sobre el discurso; el aprecio de su luz, su matiz, su color, su sonido – o la huella de estos- sobre cualquier clase de anécdota o historia. Nótese bien que no hablo de que la poesía de Mestre no tenga tejido argumental –que sí lo tiene- o que esté exenta de yo –pues precisamente el laberinto de que hablamos emana directamente del artista- hablo más bien de que el trabajo sobre la palabra en todas sus dimensiones es lo que realmente se pone de relieve, notando paso a paso cómo, según los poetas árabes, el collar se va engarzando cuenta a cuenta en la belleza –apartándonos, claro, de un concepto cerrado de la misma- de la poesía.
El trabajo es, entonces, armonioso, si bien esa armonía puede ser caótica, oscura o, simplemente, distorsionada. Este es otro de los valores de Mestre –no sólo en Antífona sino también en el resto de su obra- el que pone de manifiesto la multiplicidad de los valores que se predican del concepto mediante la construcción de armonías insurrectas, edificando su escritura como un lugar de resistencia frente a la mediocridad, la banalidad y la estupidez, y haciéndolo desde, precisamente, la humildad y el trabajo.
En la senda de Jabés o Celán, Mestre se rodea de preguntas para insinuar –nunca lanzar, impostar, arrojar- certezas o bien describir la sutil maquinaria –Pino hablaba de la Méquina dalicada- que hace funcionar esas certezas de tal modo que el lector pueda terminar el proceso. Tercera razón por la que conviene buscar y leer sus textos: el lector tiene la última palabra en el silencio que sucede a sus lecturas.
Sultana Wahnón ha expresado bien la recuperación del lenguaje operada por Mestre (Revista Ínsula, 580, Madrid, abril 1995), queda por estudiar la recuperación del lector que hace el poeta. No nos encontramos ante poemas urgentes, ante poemas de sentencias subjetivas sobre una cotidianidad mal entendida. Nos basta la sugerencia, el pasillo lleno de puertas o como él mismo ha escrito “El arca de los dones” que representa cada uno de sus libros y que invitan al lector a ponerse a trabajar – también él- para ser merecedor de esos dones, para que la poesía sea hecha por todos.
esta bien
Oh, pero qué contento estará el Parnaso con tanta exégesis seriota antifónica caballuna (caba-luna morta). El Maestro se lo merece todo. Cuán elevada genealogía, un Celan nada menos, que apenas tenía un poemita silencioso que llevarse a la boca... y nada tuvo que ver con el Vaticano ni con grandes cosas, pero en fin, las fuentes ya se sabe, no hay quien las pare, tanta agua corriendo sola... Pero me alegro por el afectado. Simpático todo for ever. De veras, Luna menguante.
La menguante esta, cuanto menos, es tonta.
ENTREVISTA / ANTONIO GAMONEDA / Premio Cervantes de Literatura
«Si tuviera que elegir un solo poemario de cabecera sería la Biblia»
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Mi discurso hablará de poesía y pobreza
Pregunta.— Señor Gamoneda, confiese cuál es su poemario de cabecera
Respuesta.— Me hace usted pensar seriamente porque quizá mi poemario de cabecera son varios, varios libros. Pero si de todos ellos tuviese que elegir uno, lo que usted me pide, creo que sería la Biblia, el Antiguo Testamento.
P.— Usted es admirado y respetado por algunos poetas jóvenes, ¿a cuáles nos recomendaría?
R.— Yo empiezo a llamar 'poetas jóvenes' de 50 años para abajo, lo cual puede resultar excesivo por mi parte. De todas formas yo mencionaría a Juan Carlos Mestre, que está en el borde ya de esa edad, a Jordi Doce, a Rafael José Díaz, a Ana Isabel Conejo y a Elena Médel. Pero son nombres que doy desde un conocimiento limitado de la poesía joven, no estoy completamente informado y puedo omitir nombres que no debieran ser omitidos.
P.— En una encuesta realizada por dos páginas de internet (la clave y literaturas.com) los lectores han elegido su obra completa como el libro del año. ¿Cree que el hecho de haber ganado el Cervantes puede hacer que lectores que antes no accedían suficientemente a su obra ahora sí lo hagan?
R.— Es posible que la concesión de estos dos premios últimos, el Reina Sofía y el Cervantes, que se difunden por los elementos mediáticos, haya traído más lectores a mi poesía. No sé qué puede significar esta elección, que por otro lado me satisface. Los premios no han hecho que mi poesía sea mejor.
P.— ¿Qué aportan estos premios, como el Premio Cervantes, a la literatura?
R.— Naturalmente no mejoran la literatura, lo acabo de decir, pero quizá proporcionan un estímulo, en mi caso ya un tanto tardío. Y, de alguna manera, ese estímulo se extiende también a la captación de lectores.
P.— ¿Qué ha sido lo último que ha leído Antonio Gamoneda y recomienda leer?
R.— El último libro que he leído, y de ello hace ya dos meses porque en este tiempo no he podido hacer otra cosa que viajar, atender a los medios y a los amigos, es 'Muerte de Virgilio', de Broch.
P.— ¿La poesía es de verdad hoy día un género minoritario? Yo pienso que también en este género hay buenos y grandes libros que han acabado por convertirse en auténticos best-sellers a su modo, como 'Cuaderno de Nueva York'.
R.— Con independencia de que algunos libros hayan podido alcanzar tiradas respetables a lo largo del tiempo, la poesía es ciertamente minoritaria. Pero éste no es un mal para la poesía, porque de esa manera sucede que la poesía escapa a las leyes del mercado y entonces se convierte en un ejercicio estético libre, quizá el único auténticamente libre que existe entre todas las formas de arte.
P.— Si le digo vida y muerte, ¿me hace un poema breve en el foro ahora mismo? Si no es capaz, lo comprendo. Eso me llevaría a la segunda cuestión: ¿Cuánto tarda usted en escribir un poema?
R.— El poema breve se lo voy a hacer. No será un buen poema pero podría ser el siguiente: «Qué extraño accidente / tener ojos, pesar sobre la tierra, / entre la inexistencia y la inexistencia». Hay algún poema que ha sido escrito de una manera casi repentina, se trataría en todo caso de poemas brevísimos. Pero lo normal es que tarde mucho, que haya sucesivas reescrituras. Y la cosa es tan desmesurada que he dado por acabados algunos poemas después de pasados cincuenta años.
Acabo de leer La tumba de Keats en la nueva edición que ha sacado hiperión en Madrid, este fin de semana me voy a Roma y me lo llevaré allí, para leer algun fragmento ante la propia tumba de keats, ya os contaré si resiste la prueba de enfrentarlo a la realidad, a la vida, al paisaje de la muerte...
Miau donde esta Luna?
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