17 septiembre 2006

El viejo al habla... tan lúcido como siempre

¿Qué huella le dejó el exilio?

–Me demostré a mí mismo tener buena capacidad de adaptación. Y descubrí que en todos los países hay hijos de puta y gente macanuda. Me vinculé con la buena gente, no con los hijos de puta, así que tuve muy buenos amigos, en España, en Cuba, en México, en Argentina. Sé que otros uruguayos no abrían la valija, por si se volvían pronto, pero yo colocaba la ropa en los placares, porque sabía que la cosa iba a ser larga. La gente me ayudó mucho...


–¿Cómo fue el regreso, el desexilio?

–Era agosto, le prometí a Daniel Viglietti que haríamos un recital, a dos voces. Llegué en solitario, me fue a buscar Raúl al aeropuerto, y cuando dimos el recital hubo un gentío tal que llenaba varias calles alrededor del teatro. A la gente la encontré distinta, más desconfiada. Como la dictadura había metido espías de un lado y de otro... Las relaciones internas de los habitantes de Montevideo se habían deteriorado un poco. Yo era otro, además. La experiencia del exilio me había convertido en otra persona, con todo lo que de bueno y de malo me había dado la vida fuera de mi país. Yo era otra persona.


–¿Y cómo era esa otra persona?

–Era una persona más alerta, más enterada del mundo; antes estaba muy metido en la cosa uruguaya, y seguí ocupado en todo eso en el exilio, pero ya no era lo exclusivo. En Madrid, por cierto, hice buena amistad con Juan Carlos Onetti, que no salía de la cama. Para qué iba a salir de la cama, decía: en la cama uno nace, en la cama uno coge por primera vez, en la cama uno se enamora, se casa, escribe, para qué iba a salir. Me acuerdo que una vez fue a verlo un periodista, y él vio que se fijaba en que sólo tenía dos dientes. “¿Usted me mira estos dientes?”, le dijo. “Pues le advierto que tengo una dentadura magnífica, pero se la he prestado a Mario Vargas Llosa.”


–También conoció a Borges.

–Un tipo extraño. Venía acá, a Montevideo, y no se ponía en plan de gran personaje; era sencillo, y nosotros lo admirábamos mucho, por lo que escribía. Luego tuvo posiciones que yo no compartí.


–Dice que era extraño.

–Era muy reservado. Me invitó a almorzar, en Buenos Aires, con su madre. La madre era de armas tomar. Era una generala, y él era retraído. Fue muy buen escritor.


–¿Qué otros le despertaron interés?

–Rulfo, José Emilio Pacheco. Con Juan Rulfo fue muy curioso. Ibamos Luz y yo en un ómnibus, y él se acercó a mi mujer: “Señora, ¿me deja sentarme al lado de su marido, que creo que es Benedetti?” Empezamos a hablar de mil cosas, y ahí empezó mi amistad con Rulfo, en un ómnibus. No se daba fácil, pero cuando se daba, se daba con todo.


–Y también fue muy amigo de Cortázar.

–Lo conocí en París. Cortázar vivía a media cuadra. Era un tipo muy simpático. Los dos trabajábamos en la radio, pero no quería ser fijo. Era muy celoso de su independencia. Un día escribió algo muy crítico con Cuba, se informó mejor y rectificó en público.

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