21 junio 2007

De Leer con niños, Santiago Alba Rico



De amor hay que decir: es inmoral, es impolítico, es materialista. Y sin embargo, el conocimiento de la bondad, la posibilidad del cambio social, la existencia misma de los números -como formas del espíritu- depende del hecho irreductible e inexplicable de que dos criaturas que no se conocen se reconozcan a lo lejos y atraviesen un desierto o una multitud para unir un instante sus bocas para siempre.
El amor es inmoral. Después del pecado original, Adán y Eva bajan avergonzados los ojos; los enamorados en una inversión en sí misma muy elocuente, los vuelven a levantar. (...) Toda la diferencia entre sujeto y objeto se subsume en esta frontera: el sujeto, sólo es capaz de mirar y de construir por tanto "objetivos", rehúye ser mirado; el objeto, privado de ojos e incapaz de fundar un mundo, se presta a ser explotado, penetrado, medido y desnudado. La altísima responsabilidad del hombre en el universo se deriva justamente de esta generosidad.
El amor constituye un pecado y un milagro. Ignorando la prohibición fundamental y milenaria, da permiso para mirar. Sólo los enamorados no bajan nunca los ojos, Pero esta autorización criminal les lleva mucho más lejos. Pues el amor subvierte todos los principios de aprehensión gnoseológica instaurando un régimen -único e imposible- en le que dos objetos se constituyen el uno frente al otro, el uno para el otro, a través de la mirada. Es decir, una especie de ciencia nueva -más escandalosa que la geometría no euclidiana, la física cuántica o la matemática de la discontinuidad- en la que no hay ningún sujeto y hay sin embargo conocimiento. A través del permiso para mirar los enamorados producen dos "cosas", frente a frente, que pueden contemplarse -y explorarse, penetrarse, medirse- recíprocamente, hay siempre dos Montañas qu emiran -y que quieren treparse hasta la cima.
El enamorado, objeto para el amado, hace de éste un objeto con su mirada. Y, mediante fórmulas más o menos refinadas, con pocas variaciones a lo largo de os siglos, le enviste una y otra vez de ésta su nueva condición: "No me importa que seas alt@, bell@, e inteligente; no me importa que hables y te sostengas en pie; no me importa que tengas alma; ni siquiera me importa que seas una mujer (o un hombre). Te amo."
Dos enamorados, frente a frente, se constituyen en objeto el uno para el otro; se convierten, valga decir, en criaturas frágiles, amenazadas, inermes, expuestas a exploración, penetración, cálculo, desnudamiento. Expuestas potencialmente al exterminio. ¿Por qué entonces se sienten tan seguras? ¿Qué es lo que les pone a cubierto de todo mal? El hecho precisamente de que no haya ningún sujeto que pueda hacerles daño.
El cristianismo, que invita a querer al esposo, en nombre del respeto y la tolerancia recíprocos, eleva a los hombres una exhortación heroica y fatalmente condenada al fracaso: dos "personas" no pueden rozarse sin herirse, no pueden medirse sin intentar someterse. Para los enamorados, que no se respetan, que no buscan comprenderse, que ni siquiera lelgan a "quererse", es mucho más fácil: "Soy una cosa, soy tuyo, haz conmigo lo que quieras". Y ninguno de los dos tiene miedo.
Los enamorados que podrían devorarse, se acarician.(...)
El amor es impolítico. Viola los fundamentos de todo contrato social. (...) dos criaturas que se empeñan en estar muy juntas allí donde hay mucho espacio, que quieren estar solas en medio de mucha gente, que fundan en cada abrazo los límetes insociables de una nación secesionista. (...) Evans-Pritchard, el gran antropólogo inglés, cuenta la anécota de una tribu sudafricana que envió una delegación ante el gobierno británico en Pretoria para protestar poe el hecho de que los blancos hubiesen introducido en sus poblados el amor. Órdenes de parentesco y procedimientos de intercambio que había demostrado su inestabilidad y eficacia durante siglos estaban a punto de venirse abajo por esta tara de la civilización. (...) Toda sociedad que descubre el amor se enfrenta a una amenaza que toca el corazón mismo de sus instituciones. (...) El poeta portugués Daniel Filipe se representa en su Invençao de amor a los enamorados en la clandestinidad, como conspiradores y dinamiteros, asediados por la policía, denunciados por los vecinos, perseguidos por la justicia, desplazando la sede de sus abrazos por toda la ciudad sin pensar jamás en la capitulación. En las sociedades holísticas, en las que el cuerpo social regula todos los comportamientos idiosincráticos, se suele dar caza a los insurgentes, se les obliga a bajar los ojos y se los quema después en la plaza pública. En las timocracias, más benignas, donde el sentido del honor no compromete las conexiones colectivas, a los dos rebeldes se les fuerza sencillamente a legalizar su situación.
El amor, finalmente, es materialista. Quiere que la inteligencia del amado tenga dientes, que su generosidad tenga una cadera, que sus opiniones tengan dos hombros; quiere que su carácter -esa vaga nube de moscas- esté encarnado, com el dios de los cristianos. El amor se pasa el día contándole las piernas y las orejas al amado, sin quedarse jamás tranquilo con la cuenta: Le dice, es verdad: "No me importa que seas bajo o inteligente, no me importa que seas un hombre o una mujer. Qué le vamos a hacer. Te amo. Y también le dice: No sé cuántas tienes por eso te las estoy contando todo el rato, pero me importa que tengas piernas y orejas y manos y dos incontrables brazos en los costados. Aún más: me improta que tengas cuerpo, aunque te los lleves lejos de mí. Quiero que te siga creciendo el pelo, incluso en Suecia, donde no puedo verte, y que en Australia lo lleves bien peinado.

2 comentarios:

la luisa dijo...

reverénciome once y beijicos, tún. l.

David Monthiel dijo...

pa tín també, luisa