La literatura popular contemporánea descendiente directa y mutante del folletín, nos propone estructuras, lenguajes y personajes cada vez más complejos incluso en obras que son éxitos de venta con facilidad y desenfado. Es el caso del último best seller de Stephen King La historia de Lisey (Plaza y & Janés, 2007).
Zoom out: en realidad, toda la cultura pop es cada vez más compleja y articulada y exige a quien la disfruta de un mayor esfuerzo cognitivo. Un espectador de cine hibernado hace treinta años que despertara hoy quedará un tanto desconcertado no sólo por películas como Syriana, El truco final o Adaptation, sino también por productos de penúltima generación como El club de la lucha o Sospechosos habituales. Le resultarían incomprensibles, inquietantes, imposibles de seguir. Y estamos hablando de cine narrativo, películas “para el gran público”, no de Godard.
Un telespectador de hace treinta años, acostumbrado a narraciones lineales y secuenciales como Chips, Las calles de San Francisco o los dibujos animados de Hanna y Barbera, no entendería nada no digo ya de Perdidos (Lost) o 24, sino tampoco de Urgencias (ER): ritmo hiperquinético, fárragos de personajes, entrecruzamiento de subtramas, narración fragmentada, episodios no autoconclusivos, alusiones que no se pueden descifrar inmediatamente, etc.
Por el contrario, una serie como Dimensión desconocida, que en los años 60 había sido calificada como una joya de complejidad, profundidad y televisión inteligente, hoy se nos presenta como una recopilación de fabulillas: cada elemento se enfatiza ad nauseam, se orienta al espectador en cada escena, todo está preparado para ser “a prueba de idiotas” y no exigir ningún esfuerzo interpretativo.
¿Y qué decir de los dibujos animados? De Scooby-Doo y Huckleberry Hound a Los simpson y Futurama hay un salto de varios años luz. Hasta la telebasura de hoy, esa a la que renunciamos de buena gana, de todos modos es más compleja que la telebasura de antaño: el seguimiento de los juegos psicológicos, las alianzas transitorias, la evolución de la minired social del Gran Hermano sin duda exigen más atención, concentración y actividad sináptica de cuanto exigiera El precio justo ola Carrá cuando te pedía que adivinaras la cantidad de alubias que había en un jarrón.
Más aún: treinta años después del Comecocos (Pac Man), los chavales son expertos en videojuegos muy complicados, mundos virtuales donde es necesario tener en cuanta infinitas variables, tener capacidades relacionales, saber resolver problemas y enigmas, forzar la memoria. ¿Y qué decir del catálogo del mundo-Pokémon, de una complejidad que va más allá de los límites de lo estrafalario y no obstante perfectamente comprensible para nuestros hijos y hermanos menores.
En definitiva: grandes masas de personas son capaces de seguir, decodificar, comentar (interactuando de forma creativa) productos culturales que ayer hubieran sido de vanguardia, que solamente minorías cultas hubieran podido comprender, mientras que hoy disparan los índices de audiencia y baten récords de ventas.
Aunque a veces no parezca, el público ha madurado, se muestra más atento y exigente. Ante todo, se siente –y está- cada vez mas implicado y partícipe, ya n quiere ser solamente audiencie. La cultura pop contemporánea tiende a formar comunidades abiertas de usuarios-reutilizadores. Pro cada serie televisiva o videojuego hay una subcultura de masa, formada por personas que discuten, desmenuzan niveles y episodios, citan, reelaboran, llegan incluso a producir guías no oficiales y manuales on line, crean el diccionario inglés-klingon, realizan videos de aficionados consagrados a su pasión, etc. Y éstos sois “vosotros”, ese “You” a los que Times ha dedicado su portada de fin de año.
Las posibles causas de todo esto son varias, podemos verlas y analizarlas en los próximos artículos, basándonos en investigaciones y reflexiones de especialistas como Henry Jenkins del MIT de Boston (que estudia el rol de los fans y la naturaleza participativa de la cultura pop en la época de internet) o Steven Johnson, autor de Everyrhing Bad is Good for You (Todo lo que es malo es bueno para ti), que indaga las relaciones entre la creciente complejidad del ambiente cultural y el Efecto Flynn, esto es, el pronunciado aumento del CI medio de los niños y niñas occidentales desde hace treinta años.
Zoom out: en realidad, toda la cultura pop es cada vez más compleja y articulada y exige a quien la disfruta de un mayor esfuerzo cognitivo. Un espectador de cine hibernado hace treinta años que despertara hoy quedará un tanto desconcertado no sólo por películas como Syriana, El truco final o Adaptation, sino también por productos de penúltima generación como El club de la lucha o Sospechosos habituales. Le resultarían incomprensibles, inquietantes, imposibles de seguir. Y estamos hablando de cine narrativo, películas “para el gran público”, no de Godard.
Un telespectador de hace treinta años, acostumbrado a narraciones lineales y secuenciales como Chips, Las calles de San Francisco o los dibujos animados de Hanna y Barbera, no entendería nada no digo ya de Perdidos (Lost) o 24, sino tampoco de Urgencias (ER): ritmo hiperquinético, fárragos de personajes, entrecruzamiento de subtramas, narración fragmentada, episodios no autoconclusivos, alusiones que no se pueden descifrar inmediatamente, etc.
Por el contrario, una serie como Dimensión desconocida, que en los años 60 había sido calificada como una joya de complejidad, profundidad y televisión inteligente, hoy se nos presenta como una recopilación de fabulillas: cada elemento se enfatiza ad nauseam, se orienta al espectador en cada escena, todo está preparado para ser “a prueba de idiotas” y no exigir ningún esfuerzo interpretativo.
¿Y qué decir de los dibujos animados? De Scooby-Doo y Huckleberry Hound a Los simpson y Futurama hay un salto de varios años luz. Hasta la telebasura de hoy, esa a la que renunciamos de buena gana, de todos modos es más compleja que la telebasura de antaño: el seguimiento de los juegos psicológicos, las alianzas transitorias, la evolución de la minired social del Gran Hermano sin duda exigen más atención, concentración y actividad sináptica de cuanto exigiera El precio justo o
Más aún: treinta años después del Comecocos (Pac Man), los chavales son expertos en videojuegos muy complicados, mundos virtuales donde es necesario tener en cuanta infinitas variables, tener capacidades relacionales, saber resolver problemas y enigmas, forzar la memoria. ¿Y qué decir del catálogo del mundo-Pokémon, de una complejidad que va más allá de los límites de lo estrafalario y no obstante perfectamente comprensible para nuestros hijos y hermanos menores.
En definitiva: grandes masas de personas son capaces de seguir, decodificar, comentar (interactuando de forma creativa) productos culturales que ayer hubieran sido de vanguardia, que solamente minorías cultas hubieran podido comprender, mientras que hoy disparan los índices de audiencia y baten récords de ventas.
Aunque a veces no parezca, el público ha madurado, se muestra más atento y exigente. Ante todo, se siente –y está- cada vez mas implicado y partícipe, ya n quiere ser solamente audiencie. La cultura pop contemporánea tiende a formar comunidades abiertas de usuarios-reutilizadores. Pro cada serie televisiva o videojuego hay una subcultura de masa, formada por personas que discuten, desmenuzan niveles y episodios, citan, reelaboran, llegan incluso a producir guías no oficiales y manuales on line, crean el diccionario inglés-klingon, realizan videos de aficionados consagrados a su pasión, etc. Y éstos sois “vosotros”, ese “You” a los que Times ha dedicado su portada de fin de año.
Las posibles causas de todo esto son varias, podemos verlas y analizarlas en los próximos artículos, basándonos en investigaciones y reflexiones de especialistas como Henry Jenkins del MIT de Boston (que estudia el rol de los fans y la naturaleza participativa de la cultura pop en la época de internet) o Steven Johnson, autor de Everyrhing Bad is Good for You (Todo lo que es malo es bueno para ti), que indaga las relaciones entre la creciente complejidad del ambiente cultural y el Efecto Flynn, esto es, el pronunciado aumento del CI medio de los niños y niñas occidentales desde hace treinta años.
Zoom in: Stephen King es el escritor más influyente del planeta. Libros, cine TV, cómics, dondequiera que mires encontrarás rastros de su paso. Es también uno de los padres de la complejidad narrativa de la actualidad, y sus hijos lo reconocen sin problemas: Donnie Darko de Richard Kelly era un homenaje a King, Perdidos es una larga serie de homenajes a King, y así sucesivamente. Con todo, las obras de King de hace veinte o treinta años eran más simples y lineales, aunque de todos modos siempre de género, siempre de terror. Eran libros definibles.
La historia de Lisey es indefinible, porque atesora los experimentos y exploraciones realizados por el escritor de Bangor en los últimos tres lustros, atrevimientos que frecuentemente han desilusionado y fastidiado al “núcleo duro” de sus lectores. En L’Unita ya henos hablado de ellos: ha comenzado Beppe Sebaste (8-3-2003) luego quien escribe ha retomado el tema dos veces (16-12-2005 y 4-3-2006). El Rey ha afrontado el viaje iniciático con La torre oscura, se ha sumergido en las “fuentes del lenguaje” y ha salido fortalecido. Con La historia de Lisey nos pone entre las manos su mejor libro desde los tiempos de Dolores Clayborne, y nos ofrece el caso atípico de un maestro que vuelve a superar a los alumnos que lo habían superado. Por su complejidad narrativa, lingüística y psicológico-emotiva, Lisey hace morder el polvo no sólo a muchas novelas “de Autor” (a las que se considera más artísticas” y “serias”), sino también a muchas obras colosales del panorama pop contemporáneo.
Ésta es una novela sobre el amor, el matrimonio y el luto, pero también sobre las relaciones entre hermanas, entre hermanos, entre padres e hijos, escritor y lectores, celebridad y privacidad. Es un libro emotivamente estratificado, impregnado por una inquietante dulzura, que resalta los aspectos menos evidentes y más contraintuitivos del amor, congoja, nostalgia y miedo. Lisey Debusher es la viuda de Scott ALndon, famoso escritor que ha fallecido hace dos años. Han tenido un matrimonio feliz y al mismo tiempo oscuro, cargado de recuerdo reprimidos y secretos. Secretos que se remontan a la infancia de Scott, que ha transcurridos en una granja aislada de Pensilvania junto a su hermano mayor Paul, a merced de un padre psicótico y autolesionista que a pesar de todo amaba a su hijos, los amaba con fuerza y desesperación.
Lisey es incapaz de elaborar el luto y poner orden en el estudio de Scott (un granero reciclado), pero está siendo acosada por fans, académicos y lunáticos interesados en ocasionales novelas inéditas o inacabadas, y tiene que decidir qué hacer. Una mañana entra en el estudio y recuerda, recuerda en círculos concéntricos, a partir del día de 1988 en que salvó la vida de su marido. Además Lisey tiene cuatro hermanas, y una de ellas, Amanda, tiene serios problemas neurológicos. Cuando Amanda entra en estado catatónico, Lisey descubre que Scott, antes de morir, ha preparado para su amada una especie de caza del tesoro (a bool-hunt), una travesía más allá de los confines de nuestro mundo, a cuyo término la viuda habrá podido elaborar el luto.
La novela está montada sobre cuatro flashbacks dispuestos “a matrioska”, recuerdos reprimidos que contienen recuerdo reprimidos que contienen recuerdos reprimidos. En el año 2006 se recuerda una situación que ha sucedido en 1996, en la cual había salido a flote un recuerdo de 1979, que a su vez estaba construida sobre el relato de hechos que habían ocurrido en los sesenta. Estos acontecimientos y recuerdos se viven a caballo entre dos dimensiones, dos mundos paralelos: uno es el nuestro, el otro es Boo’ya Moon, un universo suspendido entre la vida y la muerte, silencio y palabra, horror y alivio. King se desliza hacia atrás y hacia los lados, pasa continuamente de un nivel a orto y de un mundo a otro, y mientras lo hace muta los tiempos verbales, cierra capítulos con frases truncadas, interrumpe bruscamente los flujos de conciencia de los personajes e incluso aplica un cambio radical al punto de vista saltando del penúltimo al último flashback.
Decisiones de esta índole, en el pasado, eran prerrogativa de novelas hipercultas e “ilegibles”; hoy la encontramos en un libro pop y exitoso, en coexistencia pacífica con diversos trucos del oficio de narrador (misterio, golpes de escena, McGuffin, agniciones, etc.).
He leído la edición inglesa preguntándome en cada renglón cómo haría Tullio Dobner para traducir los dialectos particulares y los “léxicos familiares” inventado por King. La historia de Lisey está repleta de neologismos, extraños modismos y misteriosos acrónimos. Los personajes hablan al menos tres jergas diferentes: la de la familia Debusher (rica en apodos y palabras forzadas hacia nuevos significados, como “hollyhocks”), la de la familia Landon (con palabras inventadas como “bool”, “blood-bool”, gomer y “bad-gunky”) y la de la pareja Scott- Lisey (con términos como “smucking”, “sowisa e “incunk”). Aparte de todo esto, King presta particular atención a las diferencias entre los acentos y pronunciaciones de Maine, Pensilvania y Tennesse. Todavía no he visto el texto en italiano pero, como siempre, quiero expresar a Dobner toda mi solidaridad.
Volvamos a leer la descripción que acabo de hacer de La historia de Lisey y tengamos en cuenta que esta obra está vendiendo decenas de millones de ejemplares en todo el mundo. Es uno de los tanto síntomas de una transformación memorable, pero en Italia es difícil que se comprenda. Aquí el debate “oficial” sobre la cultura está dominado por los que, a lo mejor en nombre del arte “verdadero”, o para defender su propia función de mediadores, o porque creen en teoría posfrankfurtianas sobre la perversidad dela TV y de la “cultura de masas”, o bien por simple snobismo, rechazan entenderlo y lanzas anatemas. Sálvanos, padre King, del badgunky de esos bocazas. Quizás sólo tú puedas hacerlo. Pero hasta que no llegue ese días, en fin, sowisa.
por Wu ming 1 (en L'Uniá el 31 de diciembre de 2006)
Traducido por Nadie en particular. Picado por wuming6
La historia de Lisey es indefinible, porque atesora los experimentos y exploraciones realizados por el escritor de Bangor en los últimos tres lustros, atrevimientos que frecuentemente han desilusionado y fastidiado al “núcleo duro” de sus lectores. En L’Unita ya henos hablado de ellos: ha comenzado Beppe Sebaste (8-3-2003) luego quien escribe ha retomado el tema dos veces (16-12-2005 y 4-3-2006). El Rey ha afrontado el viaje iniciático con La torre oscura, se ha sumergido en las “fuentes del lenguaje” y ha salido fortalecido. Con La historia de Lisey nos pone entre las manos su mejor libro desde los tiempos de Dolores Clayborne, y nos ofrece el caso atípico de un maestro que vuelve a superar a los alumnos que lo habían superado. Por su complejidad narrativa, lingüística y psicológico-emotiva, Lisey hace morder el polvo no sólo a muchas novelas “de Autor” (a las que se considera más artísticas” y “serias”), sino también a muchas obras colosales del panorama pop contemporáneo.
Ésta es una novela sobre el amor, el matrimonio y el luto, pero también sobre las relaciones entre hermanas, entre hermanos, entre padres e hijos, escritor y lectores, celebridad y privacidad. Es un libro emotivamente estratificado, impregnado por una inquietante dulzura, que resalta los aspectos menos evidentes y más contraintuitivos del amor, congoja, nostalgia y miedo. Lisey Debusher es la viuda de Scott ALndon, famoso escritor que ha fallecido hace dos años. Han tenido un matrimonio feliz y al mismo tiempo oscuro, cargado de recuerdo reprimidos y secretos. Secretos que se remontan a la infancia de Scott, que ha transcurridos en una granja aislada de Pensilvania junto a su hermano mayor Paul, a merced de un padre psicótico y autolesionista que a pesar de todo amaba a su hijos, los amaba con fuerza y desesperación.
Lisey es incapaz de elaborar el luto y poner orden en el estudio de Scott (un granero reciclado), pero está siendo acosada por fans, académicos y lunáticos interesados en ocasionales novelas inéditas o inacabadas, y tiene que decidir qué hacer. Una mañana entra en el estudio y recuerda, recuerda en círculos concéntricos, a partir del día de 1988 en que salvó la vida de su marido. Además Lisey tiene cuatro hermanas, y una de ellas, Amanda, tiene serios problemas neurológicos. Cuando Amanda entra en estado catatónico, Lisey descubre que Scott, antes de morir, ha preparado para su amada una especie de caza del tesoro (a bool-hunt), una travesía más allá de los confines de nuestro mundo, a cuyo término la viuda habrá podido elaborar el luto.
La novela está montada sobre cuatro flashbacks dispuestos “a matrioska”, recuerdos reprimidos que contienen recuerdo reprimidos que contienen recuerdos reprimidos. En el año 2006 se recuerda una situación que ha sucedido en 1996, en la cual había salido a flote un recuerdo de 1979, que a su vez estaba construida sobre el relato de hechos que habían ocurrido en los sesenta. Estos acontecimientos y recuerdos se viven a caballo entre dos dimensiones, dos mundos paralelos: uno es el nuestro, el otro es Boo’ya Moon, un universo suspendido entre la vida y la muerte, silencio y palabra, horror y alivio. King se desliza hacia atrás y hacia los lados, pasa continuamente de un nivel a orto y de un mundo a otro, y mientras lo hace muta los tiempos verbales, cierra capítulos con frases truncadas, interrumpe bruscamente los flujos de conciencia de los personajes e incluso aplica un cambio radical al punto de vista saltando del penúltimo al último flashback.
Decisiones de esta índole, en el pasado, eran prerrogativa de novelas hipercultas e “ilegibles”; hoy la encontramos en un libro pop y exitoso, en coexistencia pacífica con diversos trucos del oficio de narrador (misterio, golpes de escena, McGuffin, agniciones, etc.).
He leído la edición inglesa preguntándome en cada renglón cómo haría Tullio Dobner para traducir los dialectos particulares y los “léxicos familiares” inventado por King. La historia de Lisey está repleta de neologismos, extraños modismos y misteriosos acrónimos. Los personajes hablan al menos tres jergas diferentes: la de la familia Debusher (rica en apodos y palabras forzadas hacia nuevos significados, como “hollyhocks”), la de la familia Landon (con palabras inventadas como “bool”, “blood-bool”, gomer y “bad-gunky”) y la de la pareja Scott- Lisey (con términos como “smucking”, “sowisa e “incunk”). Aparte de todo esto, King presta particular atención a las diferencias entre los acentos y pronunciaciones de Maine, Pensilvania y Tennesse. Todavía no he visto el texto en italiano pero, como siempre, quiero expresar a Dobner toda mi solidaridad.
Volvamos a leer la descripción que acabo de hacer de La historia de Lisey y tengamos en cuenta que esta obra está vendiendo decenas de millones de ejemplares en todo el mundo. Es uno de los tanto síntomas de una transformación memorable, pero en Italia es difícil que se comprenda. Aquí el debate “oficial” sobre la cultura está dominado por los que, a lo mejor en nombre del arte “verdadero”, o para defender su propia función de mediadores, o porque creen en teoría posfrankfurtianas sobre la perversidad de
por Wu ming 1 (en L'Uniá el 31 de diciembre de 2006)
Traducido por Nadie en particular. Picado por wuming6
Texto aparecido en la revista "Archipiélago" nº 77-78 "El procomún o la reapropiación pública de lo público.
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