01 julio 2008

Tiqqun y Zimmerman

Tiqqun parte de la evidencia de la catástrofe, del mundo como catástrofe. Ante ella, dicen, están los que se indignan y los que toman nota, los que denuncian y los que se organizan. Tiqqun está al lado de los que se organizan.

La catástrofe específica de la situación en la que vivimos se llama “guerra civil mundial”, donde nada es capaz de limitar el enfrentamiento de las fuerzas presentes. Ni siquiera el derecho, que entra en juego como otra forma del enfrentamiento generalizado.

La “guerra civil mundial” tiene un estrecho vínculo con la hegemonía del “liberalismo existencial”, es decir, el hecho de que se admita como natural una relación con el mundo fundada sobre la idea de que cada cual tiene su vida. Que ésta consiste en una serie de elecciones, buenas o malas. Que cada uno se define por una serie de cualidades, de propiedades que hacen de él un ser único e irrepetible. Que el contrato resume adecuadamente el compromiso de los seres unos con otros, y el respeto, toda virtud. Que el lenguaje no es más que un medio para hacerse entender. Que el mundo está compuesto de cosas a gestionar y de un océano de yo-yo.

En este mundo, todos hemos sido educados como supervivientes, como máquinas de supervivencia. Hemos sido formados en la idea de que la vida consiste en marchar, marchar en medio del hundimiento de otros cuerpos que marchan idénticamente, tropiezan y luego se hunden a su vez, en la indiferencia. La novedad hoy es que esto se sabe.

De alguna manera, la política (de izquierdas o alternativa o autónoma) está contaminada por el liberalismo existencial: se fetichiza la forma organizativa (asamblea, etc.) donde los individuos se reunen, abstracción hecha de los mundos de cada uno -de las redes de cosas, de hábitos, de fetiches, de afectos, de lugares y de solidaridades que conforman el mundo sensible y le dan consistencia. Como ponemos todo esto entre paréntesis cuando hacemos política, todo lo que nos aferra a la vida, negándonos a asumirlo colectivamente, siempre llega el día del agotamiento y el fin de la movilización, donde cada cual se reencuentra (felizmente, aunque no se admita) con sus hábitos abandonados, con las pasiones cruciales, todo ello bajo el infecto signo de lo privado.

Es el problema del activista. El activista se moviliza contra la catástrofe, pero en el fondo no hace más que prolongarla. Sus prisas vienen a consumir el poco mundo que queda. Olvida cuál es la naturaleza de la urgencia que nos atraviesa como origen de nuestro compromiso. El activista quiere estar en todos sitios. Habla de “la gente”, de los parados, de los sin-papeles, de los huelguistas y de las prostitutas, pero sin ponerse él mismo nunca realmente en juego. Se mueve, aporta su creatividad pragmática, su energía festiva. Pero nunca se da los medios para pensar cómo hacer, como bloquear el avance de la catástrofe, cómo establecer mundos habitables. Y la verdadera legitimidad pertenece a quien piensa sus gestos, a quien sabe lo que hace y porqué lo hace, a quien dobla el acontecimiento en el orden del gesto con el acontecimiento en el orden del lenguaje, quien establece un lazo intenso entre lo que vive y lo que piensa.

¿Qué significa, pues, organizarse para Tiqqun? En primer lugar: partir de la situación, no recusarla (en nombre de un pasado idealizado o del porvenir). Tomar partido en su seno. Tejer ahí las solidaridades necesarias: materiales, afectivas, políticas. Inventar prácticas habitables para cuerpos con mundo, organizarnos según nuestras necesidades: amar, dormir, pensar, estudiar, reposar, etc.

Por ejemplo, los centros sociales (la gente de Tiqqun ha vivido en okupas francesas e italianas). En las okupaciones, se cuida colectivamente la supervivencia elemental, mediante el trabajo en grupo, los robos, las comidas comunales, la puesta en común de técnicas, materiales, saberes, inclinaciones amorosas, la fiesta, etc. Las intensidades emotivas vividas en común quiebran las rigideces del individuo, su autarquía afectiva. Se constituyen lenguajes y sintaxis comunes, nuevos medios de comunicación, una cultura autónoma que trata de arrancar la transmisión de experiencia de las manos del Estado. Durante un tiempo, todas esas prácticas conviven con la lucha política: acción directa, sabotaje, manis, etc. Pero pronto se escinde existencia y política, los valores dominantes marcan la experiencia de las okupaciones: valorización personal, competencia, liberalismo sórdido en la vida afectiva, necesidad de territorio, escisión entre vida cotidiana y política, paranoias identitarias.

La alternativa es: o gueto (hegemonía del plano existencial) o ejército (hegemonía del plano político). La única forma de escapar a esta alternativa es la “máquina de guerra”, la construcción permanente del lazo entre vida y política, la configuración política de una estrategia. No existe LA comunidad, existe el hecho comunitario, que circula.

¿Quién se organiza, quién hace política? Tiqqun escapa voluntariamente de la identificación de un sujeto político con una clase social dada, con un segmento de la sociedad (cognitariado, excluidos). Y para escapar a la dialéctica que plantea un antagonismo interior a una totalidad escindida (clase contra clase), vuelven a la reflexión de Foucault sobre la plebe, a la reflexión de Marcuse sobre los desclasados, a la reflexión de Bataille sobre la sociedad heterogénea. No hay identidad o sujeto revolucionario: es un oxímoron. Se trata de devenir cualquiera, devenir imperceptible, des-subjetivarse. Tiqqun llama a la secesión de cada uno con respecto a su papel (jóvenes, obreros, mujeres, víctimas), a un movimiento de deserción interior con respecto a las identidades impuestas. Desertar significa crear otra cosa. Autonomía es un movimiento de separ/acción. Federar esas deserciones interiores en un plano de consistencia es la tarea. Sin totalizar ni unificar. A la multiplicidad de prácticas que agujerean el Imperio (a veces dicen Espectáculo, a veces Biopoder) Tiqqun las llama el Partido Imaginario. Tiqqun es la fracción consciente de ese Partido.

Cuando capitalismo y vida se funden la huelga tradicional ya no tiene sentido. Viene el tiempo de la huelga humana, donde en primer lugar dejamos de ser lo que debemos ser, nos vinculamos más allá de las identidades pre-existentes y hacemos saltar por los aires todo el universo de lo previsible, los límites del yo (las fronteras que ponemos en torno a nosotros para que no pase nada). Serán precisamente los que no trabajan quienes inventen las formas de la huelga humana.

En este sentido, analizan detenidamente el ejemplo de las luchas autónomas en Italia en 1977. El peligro es afrontar al Imperio en tanto que sujeto, colectivo y revolucionario: firmar los actos de guerra, separarse del tejido ético del movimiento (fuerza material común: radios libres, fiestas contraculturales, centros sociales). El caso que citan son las Brigadas Rojas. Pero no las BR de Curcio (guerrilla anónima), sino las de Moretti (estalinianas). Otro peligro es identificar al sujeto revolucionario (aquí hacen la crítica de Negri), ceder a la tentación sociológica del concepto de composición de clase, burocratizar el concepto mismo de autonomía, hacer de los movimientos UN movimiento, etc.

El caso italiano les permite analizar también las nuevas formas de represión, contrarrevolución, excepción: como el enemigo a partir de ahora es difuso e invisible, se trata de controlar permanentemente a toda la población (manipulación social de afectos, tortura blanca, guerra psicológica, infiltración, represión terapeútica, etc.). El Imperio gestiona la guerra civil. No es un sujeto que se nos opone, sino un medio hostil en el que nos desenvolvemos.

Sobre la lucha anti-CPE

Lo primero que Tiqqun (organizado en el Comité de Ocupación de la Sorbona) resalta es que se trata de una lucha contra una ley votada mayoritariamente por un Parlamento legítimo. La sola lucha anti-CPE prueba que el principio democrático de voto por mayoría es contestable, que el mito de la asamblea general soberana puede ser una usurpación. La asamblea, como práctica, nos remonta a épocas donde la vida y la palabra estaban cargadas de comunidad. Comunidad obrera o campesina, guerrera o popular, guayakí o hassidica. Siempre hubo en la asamblea una teatralidad, un gregarismo, un panoptismo, juegos de poder, de control, de hegemonía. Pero según Tiqqun ya no hay más que eso. De ahí que la gente se escapa de ellas. Por eso, ahí donde no ha podido nacer una comunidad de lucha, las Asambleas Generales del movimiento funcionaron sin relación con la calle. Inadecuadas para el pensamiento libre y la organización de la acción, ignorantes de la amistad como cemento político, la asamblea es una forma vacía, un simulacro bueno para todo y nada. Un estorbo.

Por ejemplo, la idea de debatir democráticamente, cada día, con los no-huelguistas sobre el desarrollo de la huelga es una aberración. La huelga no ha sido nunca una práctica democrática, sino una política de hechos consumados, una toma de posesión inmediata, una relación de fuerzas. Nadie ha votado nunca la instauración del capitalismo.

Para Tiqqun, el CPE ha sido en primer lugar un pretexto. Pretexto para la movilización de las organizaciones clásicas, sindicales. Pretexto para las prácticas de bloqueo de los estudiantes. Pretexto de rebelión para todos. Luego se convirtió en un asunto de honor. Nadie vivió la retirada como una victoria, sino como una ofensa borrada. El contenido de una lucha reside en las prácticas que adopta, no en las finalidades que proclama. Según Tiqqun, el contenido efectivo del movimiento fue el bloqueo de la economía y el ataque a las fuerzas del orden, la interrupción de la circulación mercantil y la liberación del territorio de su ocupación policial. El problema, con las reivindicaciones, es que formulando necesidades en términos inteligibles para el poder, no dicen nada de nuestras necesidades, de lo que implican como transformaciones reales del mundo. Así, reinvindicar la gratuidad de los transportes no dice nada sobre nuestra necesidad de viajar y no sólo desplazarse, sobre nuestra necesidad de lentitud.

La lucha anti-CPE ha sido finalmente también un síntoma: nadie se siente en su casa en el fúnebre decorado de la metrópolis capitalista. Al rechazar el CPE no se aspiraba a una explotación más clásica (trabajo fijo), no se rechazaba el trabajo asalariado ni su crisis, sino la redefinición del trabajo que resulta de esa crisis, el elemento de sometimiento del trabajo contemporáneo, mediante el cual se nos moviliza subjetivamente. El deseo que animaba la lucha anti-CPE es: no deseo permitir que el trabajo penetre todo mi ser.

Frente a las Asambleas Generales, Tiqqun apostó por las comunidades: las bandas. No llamaron a formar bandas, porque la banda sobreviene, sin decisión previa. No es el producto de un contrato entre individuos propietarios, sino de un pacto, anterior a toda decisión: esa es la experiencia de lo común.

Para ilustrar las dos formas de moverse en la calle, la comunidad-banda o la muchedumbre de solitarios, Tiqqun alude al conflicto de marzo en los Inválidos, cuando cenenares de chicos de banlieue atacaron la manifestación anti-CPE, robando moviles, golpeando en corro a chicos, arrastrando a chicas por el suelo de los pelos, etc. Según Tiqqun, a la manifestación llegas individualmente, te unes por un rato a tus “compañeros”, gritas algunos eslogans que no llegas a creerte y vuelves a casa solo. No pasa nada. Con la banda se desembarca en la mani en grupo, se tiene una ligera idea de lo que se ha ido a hacer ahí (pelear contra los polis, incendiar París, liberar la Sorbona, robar móviles, atacar a periodistas o manifestantes). La banda es una jauría de un solo hombre, pero compuesta por cincuenta. Si uno corre, todos corren. Si uno golpea, todos golpean. Si a uno le golpean, igual. Reflejos de horda. Jerga común. Disposición a la estupidez, al seguidismo, al linchamiento. Varias veces, en los dos últimos años, esas dos maneras de moverse se han encontrado en la calle. Y cada vez, la confrontación da la ventaja a las bandas. Cada vez, el individuo separado de las muchedumbres, con su libertad de expresión, su derecho a ser sí mismo, a tener su móvil y su tarjeta de banco, muerde el polvo, golpeado. Golpeado por chicos de 15 años. Golpeado por una cruel alternativa: organizarse en banda o morder el polvo.

¿Cómo se explica que el movimiento anti-CPE se desvaneciese en un abrir y cerrar de ojos? Según Tiqqun, al rechazar la identificación de los sindicatos, los media, la administración, los anti-huelga como enemigos, y rechazando tratarles como a tales, el movimiento les permitió convertirse en una componente más, figurándose así el consenso de la sociedad civil contra el gobierno. Cuando todo ese mundo declaró con una sola voz la victoria y el entierro del movimiento, el vacío se hizo en torno a los que querían continuarlo, señalados como un puñado de locos al descubierto.

Todo parece como si el estado de la sociedad actual fuese extremadamente favorable al surgimiento de movimientos callejeros que son exclusivamente movimientos “de expresión”, como se dice: repentinos, espectaculares, enormes y sin porvenir. Como rezaba una pancarta en la Sorbona: “los movimientos nacen para morir. ¡Viva la insurrección!” Ahora no habrá “retorno a la normalidad”, sino un proceso de normalización: una guerra a muerte contra las trazas del acontecimiento. Tiqqun no se refiere aquí a “toma de conciencia” alguna, sino a amistades. Toda amistad conserva una huella de las condiciones de su nacimiento, del momento del encuentro (lacrimógenos, ocupación colectiva de la calle, disturbios), a las que se tenderá siempre a volver.

(Tomado de Mesetas.net)

Y a la manera argüesiana un youtubazo con el sr zimmerman.




5 comentarios:

J. M. dijo...

...me ha gustado, gracias.

J. M. dijo...

se me ocurre escribir que el capitalismo es tan puto que nos hace desconfiar de raíz en cualquiera que pretenda solucionarlo; hay un par de claves interesantes: la solución al capitalismo nunca puede ser individual; sin embargo, el exilio no puede dejar de serlo... es decir: no puede sobrevivir la contradicción de un colectivo de individualidades, no puede tomarse la decisión individual de apartarse habiendo eliminado la subjetividad...

David Monthiel dijo...

gracias a ti por la visita!

salud

la luisa dijo...

elaín ese deivi, que ya me malisiaba yo que andaba tiqquneando dende algún post anterior por lo de la guerra civil & su introduction. elaín! y un apuntico, que me ha dado el punto: "En tanto que nosotros nos mantenemos en contacto con nuestra propia potencia, aunque sólo sea a fuerza de pensar en nuestra propia experiencia, representamos, en el seno de las metrópolis del Imperio, un peligro. Nosotros somos el 'enemigo cualquiera'. Aquel contra el que todos los dispositivos y todas las normas imperiales se han agenciado. Inversamente, el hombre del resentimiento, el intelectual, el inmunodeficiente, el humanista, el injertado, el neurotizado, ofrecen el modelo del ciudadano del Imperio. De ellos SE puede estar seguro de que no hay nada que temer. Debido a su situación, están atados a condiciones de existencia de una artificialidad como sólo el Imperio sabe garantizarles; y cualquier modificación brutal de esas condiciones significaría su muerte. Estos son los colaboradores-natos. No es solamente el poder, es la policía quien pasa a través de sus cuerpos. La vida mutilada no aparece solamente como consecuencia del avance del Imperio, antes bien es su condición de posibilidad. La ecuación 'ciudadano=poli' se prolonga en la extrema grieta de los cuerpos".
Que muchas gracias, David, por ahí seguir abriendo veta. Y que insisto en que tienen ustedes que venirse para acá a poco puedan si les place. Que están convidás y que prometo no largarme al monte a lo cabrón hijodeputa. Besos, L.

David Monthiel dijo...

uste,d Luiza tan atenta a estas cosas siempre. Le hago una reverence autenticmont de categoría suprema. Ou yé.
Qué arte más grande. Al Arwé mismamente le he dejao un librillo tiqquniano.
Tamos pensando ir en Agosto. Pocos días para no torrarnos brutalmente con esas temperaturas de JAh que tenéis por allí.

Besos venturosos.