Es totalmente falso, como ha relatado la Policía en Diario de Cádiz que un compañero, “hermano” de uno de los retenidos, se acercara y le diera dos puñetazos a un policía. Ningún miembro de Valcárcel Recuperado agredió a los agentes ni antes ni después de que comenzara la carga policial. Ningún agente de los que acudieron a este acto represivo resultó herido, todo lo contrario, salieron victoriosos y entre risas.
Desde la Asamblea de Valcárcel Recuperado queremos mostrar nuestra repulsa contra esta actuación de la policía, que de nuevo actúa de la única manera que sabe, ejerciendo la violencia de manera indiscriminada, contra personas que únicamente estaban haciendo uso de sus derechos. Por tanto, exigimos responsabilidades a las autoridades que han permitido esta actuación vergonzosa y que han hecho que el Bicentenario haya comenzado con violencia y represión policial.
Así mismo, Valcárcel Recuperado destaca la ejemplar actuación de las autoridades universitarias así como la de profesores, trabajadores y estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras que en todo momento mostraron su apoyo a las personas agredidas y su indignación por la injustificada actuación de la policía.
Vayamos por partes. En una decisión colectiva, un grupo de personas interrumpió una charla-conferencia pronunciada por el juez Marlaska y el periodista Ridao para leer un comunicado. Ambos han apelado a su propia libertad de expresión para mostrar su rechazo a esa interrupción. Pero, como ocurre con los grandes valores cuando se banalizan, o se interpretan como un exclusivo derecho de casta, el derecho a expresarse no se anula porque alguien les rebata o les muestre incluso un abierto rechazo a sus personas, sino sólo cuando se impide comunicar el propio pensamiento. O se castiga, si no gusta. No fue el caso. Una vez expresada la opinión del colectivo sobre el desalojo de Valcárcel, se marcharon y el acto, incluyendo las doctas lecciones de democracia de ambos ponentes, siguió todo lo tranquilo que permitió la barbarie de lo que sucedía afuera. La única agresión al ejercicio de la libertad de expresión se produjo al salir del Aula Magna, cuando alguien decidió que los momentos de molestia, o de mera descortesía según sus viejos manuales de urbanidad, padecidos por los conferenciantes merecían ser tratados como si de un presunto delito se tratase. Demasiado tosco como para calificarlo de simple torpeza. Como también asistimos ahora al maquillaje revisionista de nuestra Constitución bicentenaria, no está de más recordar que la tan alabada Libertad de Imprenta, aprobada entonces, no supuso la desaparición de represalias por las opiniones publicadas, sino sólo que éstas se tomaban después de expresar la opinión y no antes. Pero la gente siguió yendo a la cárcel lo mismo. Que se celebre eso como un logro da escalofríos.
En Cádiz se han hecho cosas regulares por la Pepa. Se ha galardonado al presidente Uribe. Ahí queda. Hasta ahora nadie se escandaliza de que en la Ciudad de la Libertad se mantengan puentes y estadios con el nombre de un criminal morboso como Ramón de Carranza. ¿No se vende en Cádiz el Holocausto español de Preston? Si se va a apalear a quienes interrumpen los debates vamos a salir de algunos conmemorantes de la Pepa hasta la coronilla. Al final del video, un chico con una pancarta se queja amargamente de una sociedad intolerante incapaz de respetar a las minorías, de humillarlas policialmente y de ofenderlas simbólicamente. Ignoro si él lo sabe o no pero por su boca habla el liberalismo revolucionario de Toreno. Fue el único espíritu del Doce que hubo ese día en la Facultad. Me alegro mucho de que el Sr. Rector y el Sr. Decano protesten por cuanto pasó y estoy seguro de que lo harán con mucha contundencia.
UNA de las mejores anécdotas de ese Doce que nos jactamos de bicelebrar tiene a la estupidez como protagonista. Y también al -¡sorpresa!- edificio Valcárcel. Y también -no tanta sorpresa- al implacable duque de Wellington. Para agasajar al general inglés, "la flor y nata del momento" -cuenta Ramón Solís- no tuvo mejor idea que organizarle un baile, esplendoroso y cateto, en los salones del antiguo hospicio. Para ello, sólo había que hacer frente al pequeño detalle de limpiar la finca de enfermos, tarados y huérfanos roñosos. Cosa que, por supuesto, se hizo. ¿Qué son unos cuantos parias comparados con una exhibición de papanatismo? Pues está claro, entonces y ahora. También lo tenían claro Wellington -que llegó a la cita y se encerró a cenar a solas con las mujeres- y los pobres perturbados del lugar que, en mitad del zafarrancho, se decían unos a otros: "Al parecer, es que llegan unos locos muy principales y hay que dejarles sitio".
2 comentarios:
Hola. Me sumo a 'los que dicen':
http://lasideasvarias.blogspot.com/2012/01/bicentenario-de-que.html
Saludos
Caense las caretas, justo antes del carnaval... Animo.
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