31 agosto 2018

Vieja ciudad amurallada (II)


David Monthiel


En nuestro piano también caben las penas y fatigas, la saudade, de estar fuera del radio de acción magnético de las dos islitas en las que los tirios (como dijimos) fundaron una ciudad que aparece en la Divina Comedia, en Moby Dick y de refilón en la Biblia como Tharsis. Y la forraron de piedra para protegerse de lo chungo que estaba el mar por esos días de guerras púnicas. Qué mejor palabra para un viñero inspirado, mientras sueña con una berza gitana, que llamar a lo que le pasa en tierras germanas saudade. Y luego añada que suena a jabón de baño para pasmo de su compañero de tajo turco. Saudade o nostalgia. Algo de lo que sabían mucho aquellas familias judías que acabaron en Cádiz buscando el amparo del Marqués de Cádiz cuando tuvieron que marcharse, esconderse o convertirse y dejar las puertas abiertas de sus casas. Muchos de Medina también se exiliaron, se vinieron y se quedaron viviendo en partiditos, el troceo de las grandes fincas hechas casas de vecinos, que con el paso de los años, nadie rehabilitaba. Y se caían de pena con baños comunes y mucha humedá. Con palios de puntales que aguantan la miseria y los asustaviejas. Pero también mucho sentido de la comunidad.

            En el viejo piano también cabe el marisqueo sostenible de las lajas y la pesca, el arte de coger dos mojarritas a la vez, que se dice enchampelás, hacer un aparejo con plomá para la caña de carrete y enganchar en un lance un capitel de una columna de cualquiera sabe de qué templo y que los listos llamaron protoeólico, por acercarlo a los tres estilos griegos.

            —Qué pechá de griego.

            Porque, claro, no sabemos cómo los arquitectos fenicios llamaban a esos capiteles desde que Cartago delenda est. Como Balbo, de familia fenicia y canastera, sabía que los romanos flipaban con el garum, nosotros sabemos que los chinos ansían las holoturias —carajos de mar— para su gastronomía. Y se los llevan a espuertas.

            ¿Cuántos bares como hogares caben en el piano? ¿Cuántos baches (que así es como se llama en Cadi-Cadi) y tabernas cerraron? ¿Qué fue del Maletilla, de La privadilla, que era bar desde 1812? ¿Se han fijado que La Parra del Veedor es bar desde 1791? ¿Quién no se ha comido un lunes de coros una tortilla de papas con sabor a pescao?

            Caben también la cantidad de árboles que nos honran con su sombra. Desde los eucaliptos del Cementerio de los ingleses (una prueba de que si te morías en Cádiz como protestante te podían enterrar) hasta el ombú del parque Genovés o los viejos acebuches que dieron el nombre a otra la isla, la que no era la de la tierra roja. Y aquel gigantesco drago del que hablaremos después.

            En el piano cabe el gran cantaor Silverio Franconetti, que seguro se descojonó y contrató a la chirigota de Las viejas ricas para el Café del Burrero. Y me pregunta, desde el fondo de los tiempos como un disco rallao que no grabó, por qué no cito al músico más grande de Cádiz, al Mellizo.

            —Qué ojana, pisha.

            Tanto éxito tuvieron en la amistad Silverio y los de Cádiz que los chirigoteros cargaron el ataúd del cantaor sevillano cuando se murió. Y perdona Federico pero a mí también me sale eso de:

            —Entre carnaval y flamenco, ¡cómo cantaría aquella chirigota!

            Las viejas ricas cantaban que Cádiz era de plata pero también cáliz de la amargura. Y un tango en el que se señalaba la sempiterna queja de la falta de industrialización y la crisis del comercio. El ciclo de esplendor y mojón puede explicarse con la historia de la calle Plocia, anexa al muelle, que mantuvo hasta los años noventa algunos locales en los que había señoras que se prostituían. Y que nos recuerda a aquellas músicas y bailarinas ("hábiles para el canto y el baile") que Eudoxo de Cícico se llevó en su barco para "el entretenimiento" en su vuelta a África. Aún se escuchaba el rumor del recuerdo de las antiguas noches de juerga, de marineros, borracheras, cabaré y excesos de barrio chino. Y aquel tabaquito americano que ofrecía a los griegos de francachela un Gerión al que dejó sin trabajo el Hércules deslocalizador que se llevó los toros a otro lado.

            La riqueza del comercio de plata y esclavos produjo una calidad de vida que posibilitó que un grupo de gaditanos contratara al mejor músico de la época, Haydn, para que compusiera la música del pasodoble de un templo ostentoso y recogío a la vez. Visitaban Cádiz los románticos con sus cuadernos de notas llenos de impresiones sobre la luz, las torres miradores, sus paseos públicos, sus flamencos, sus filles de Cadix. Goya retrataba a los insignes, se llevaba sus talegos buenos y se recuperaba de sus males. Léo Delibes componía su canción sobre las gaditanas con letra de Alfred de Musset. Como si escribieran el pasodoble de piropo a la gaditana, pero en el rollo cultureta.

            En los salones, a modo de cachondeo de Juan Ignacio González del Castillo, sainetista de las cosas de ese Cádiz ampuloso de majos y petrimetres, de burgueses y protoflamencos, se leía de todo. La prensa internacional. Y se inventa el chiste de la Gaceta de Leiden y la de Lugano. Mención especial para aquella gaditana (¿por qué tiene que ser un nota?) que perdió un vaso en Vicarello con la ruta directa de Cádiz a Roma que tantas veces, imagino, hizo el Balbo para ser nombrado cónsul. Imaginar el vaso de Vicarello lleno de manteca colorá es algo necesario. Y determinante.

            Caben lágrimas. Como las de aquella noche en la que Paco Alba, el conileño que sorprendió a Pemán con su pluma, lloró en el teatro Falla. Y salidas y detalles como lo del zapatero en "Las calles de Cádiz", Ignacio Espeleta, cuando no se acordó de la letra y dijo, en sus alegrías, tirititrán. Para que luego digan "Viva París" cuando alguien canta moderno con la más gruesa ironía, jaleo a la altura de la explicación más basta para la palabra bastinazo.

            Lo explicó el profesor Paco Vázquez cuando aclaró lo de la fama de maricones aireada por un escritor fascista. En Cádiz había prostitución masculina reglada para pasmo de mesetarios, mojigatos que nada entendían y que insultaban, como Cela, a los que aquí nacieron. Pero la Petróleo y la Salvaora son dos exponentes del mariquita de Cádiz de verdad, gloria eterna del arte de vivir y de estar en el mundo, las artistas del hambre y la gracia, a las que llamaban para las fiestas de artistas, artistas de artistas, dando volteretas por el mundo. Dos grandes mujeres. ¿Cuántas hambres no habrán resuelto con esa variante dulce de las gachas que es la poleá?   

            La gracia no es patrimonio sólo de esta ciudad. Hay mil y una formas de exponerla, de compartirla, de considerarla. Pero la rapidez del comentario, su brevedad y su tempo son un arte difícil de superar para alguien que, como Macías Retes, dio en el clavo. Y sobre todo fue el descaro, el atrevimiento contra el poder de esos diez alcaldes franquistas atragantados en la memoria. La cosa es como sigue. José Macías Retes dirige el coro Alí Babá y los cuarenta ladrones en un invierno de 1953. Las Fiestas típicas son el consuelo franquista para los gaditanos. El coro canta en el Ventorrillo del Chato, ante las autoridades. El entonces alcalde de Cádiz, el franquista José León de Carranza, se acercó a su director, Macías Retes (siempre en líos por su militancia política comunista), y ordenó ser fotografiado con ellos. La respuesta: “¡Venga usted, Don José León, un ladrón más o menos no importa!”

            Lo contaba Agustín el Chimenea, autor de prodigiosos trabalenguas carnavalescos, pura jitanjáforas en los estribillos, en sus memorias y anécdotas del carnaval.

            Las neveras voladoras, dice el mito, cayeron sobre los antidisturbios en la batalla de la Barriada de la paz. ¿Qué hubieran hecho los trabajadores de Astilleros en guerra contra los despidos y la reconversión con los fusiles que Fermín Salvochea quiso comprar con la venta de la custodia del Corpus el día que se declaró el Cantón de Cádiz? Cualquiera sabe.

            Quizá muchos de los hijos de aquellos trabajadores fueron a trabajar a Castellón, a sus fábricas de azulejos y lloraron con las cuartetas finales del popurrí. Esas que siempre se van a la Viña. Puede que escondieran su acento o lo prodigaran para obtener los premios de las gracias por ser de Cádiz en el extranjero. Porque no es lo mismo decir yes, que sí, que ji, ni tener el arte para sacar un cuplé que se incrustó en la memoria popular sobre la reja del muelle y el cartel de carnaval que un Alberti "chocho" dibujó para el Carnaval de Cádiz de 1992.

            —¿Qué carajo es eso dios-mío-de-mi-arma?

            Nunca tuvieron sitio en las letras de pasodobles el bárcida Amílcar, la depurada técnica del perchaso de los clavadistas del Puente Canal o el centenario drago derrumbado de la Escuela de Arte del Callejón del Tinte, que se cayó ante la pasividad de las instituciones.

            —Qué pellejazo pegó, ojú-ojú.

            Lo decía el estribillo: ten cuidao con las esquinas, que te encuentras a cualquiera. Y así llegan los morazos inesperados, como sube la marea. Y se acaba pidiéndole al Nazareno que nos de pelazo y no pasemos las fatiguitas de Enrique el Mellizo para librar a sus hijos de la mili.


30 agosto 2018

VIEJA CIUDAD AMURALLADA (I)



1.

            La culpa de todo la tiene el Galiana. Sí. Como te lo digo yo. Porque un día, con vasos en la mano, me viene y me dice:

            —Illo, poeta, ¿por qué no hacemos esto?

            Y claro, el acumulao de cosas que habíamos hablado en los últimos meses era demasiado largo y disperso, pero espléndido: Manolito Falla, el Salón Quirell, la ingente cantidad de pianistas de la Bay of Cádiz, los pianos antiguos que todavía se pudren en las casonas como atrezo cultural y mueble decorativo. Pero Galiana acotó.

            —Si Alberti metió a Cuba en un piano, ¿Por qué no metemos a Cadi?

            —Del tirón —celebré yo—. De arte.

            Y lo metimos en manteca. Arrejuntamos la Suite Trafalgar con los versos canallas desde ese locus enuntiationis que trabajo en mis novelas Carne de Carnaval y Las niñas de Cádiz. Cientos de solos de Bill Evans después (días, meses, años) no sólo escribí un texto que encripta muchas de las cosas que son Cádiz y sus gentes sino que aglutina y coagula muchas horas cotizadas de conversaciones en tabernas y baches hablando de semitismo gadita, de Dmitri Shostakovich y de Chano Lobato, de negruras flamencas y de la manteca lírica de la vieja ciudad amurallada. Entre un pianista de jazz de San Antonio (o de Huerta del Obispo) y un escritor del Mentidero.


            Así que la intención última de este texto es el desvelamiento y aclaración de las múltiples referencias y de ese implícito "el que lo coja pa él" que tiene Cádiz dentro de un piano. O no.

            —A ver qué sale.





2.


            La idea era meter un montón de gente, de cosas, en un piano viejo. En uno de esos astillados muebles con candelabros que envejecían llenos de polvo en los salones que daban a la Alameda Apodaca, prisioneros del eco de las fincas vacías. Pianos de arpas baldás que no aguantaban el 440, de teclas que han soportado las lecciones de las señoritas, las repeticiones, los ejercicios, los esquemas rítmicos de Hilarión Eslava. Esas señoritas bien que aspiraban a que sus polonesas se pasearan por el teclado con su chopiniano paso como aquel "placer barato de todas las clases sociales" del que hablaba Richard Ford cuando reseñaba los paseos públicos del Cádiz rico y emporio del orbe. Y que aquí conocemos como "vueltecita gaditana".

            Ahí sale José Cubiles, o entra y se acuclilla, mejor dicho. Cubiles era un señor pianista que tiene el honor de aparecer en el callejero con esa justicia poética del olvido popular, que lo mismo te habla de "la plaza de toros" que a un hospital lo llama residencia. El pobre Cubiles, que pasó a ser "los Callejones", comparte olvido con la sonrisa amarillenta de Moloch, el ídolo al que los fenicios rendían culto y que devoraba en sus llamas a los hijos primogénitos (supuestamente). Y que debería estar en el escudo de Cádiz, si sus fundadores fueron los tirios que vinieron tres veces. Y no un griego que vino a trabajar y a dar por culo a unos toros. Shhh, esto pa ti y pa mí: cuenta la leyenda o el mito que las familias bien semitas compraban niños pobres para el sacrificio y así mantener a sus herederos en el lugar privilegiado.

         Y ya que hablábamos de entornos burgueses construidos gracias a la siempre olvidada y sangrienta "acumulación originaria", no podían faltar los miriñaques, aquellos aparatosos trajes, ni las Sicur, ese apellido de alcurnia que dicen dio el adjetivo cursi. Ni los catalejos morsegones de los señores comerciantes que buscaban en la bahía la mercancía (de papas hasta esclavos) desde las torres miradores como un protoejercicio financiero de la información privilegiada.

            Y el cante sin partituras y sin "uno" (que está en el pie) que es la música que aquí se creó con el toquetazo negro y americano, muchos siglos antes que la exuberancia musical de New Orleans, para pasmo de músicos de conservatorio. Cante que no se creó de la nada ni en siete días, como el mundo o Cádiz, ni en oscuros lugares secretos. Sino en aquella ciudad portuaria con gitanerías y mercado de esclavos, repleta de italianos, franceses, ingleses, alemanes y tantísima gente de paso que adaptaron, al aire del folclore, las novedades musicales de las llamadas Indias.

            Imagino al viajero inglés Ford escuchado ese quejío en uno de esos primeros cafés en los que se tomaba café por primera vez en una Europa que, después de tantas fatiguitas y "edades oscuras", se iba a hacer con el centro del comercio colonial matando indios y esclavizando a africanos. Sí, suena fuerte. Pero eso es así. ¿Digo mentira? Y si no que se lo digan a los Tupi Guaraní y sus fatiguitas, que harían a Ford bebe parar olvidar la sangre que traía la plata. Y al final, qué morazo, Ricardo. Échate ahí en el sofalito y duerme la mona.

            Y en el viejo piano caben más cosas. No sólo el adoquinado que encofra una tierra roja preñada de sarcófagos fenicios y un alcantarillado romano, adoquines que debajo no atesoran una playa sino más adoquines y estratos, secretos y gente, aljibes de agua de lluvia y galerías secretas. Ahí vemos a Batillo, el nieto de la tía Norica, las marionetas del sainete que aún mantienen la familia Bablé. Imaginárselo talludito, con una sombra de bozo, en una esquinita, fumándose un cigarrito de la risa mientras intenta vender caballitas recién cojías a los petimetres de punta en blanco, aquellos antiguos señoritos maqueaos, que paseaban su estatus por las mismas calles por las que, muchos siglos después, los angangos pasarían con sus motos a to puño. Siendo el angango esa forma de llamar al lumpen castizo y joven que pasarían por majos en otra época.

            En un viejo piano, sobre todo en Cádiz, se respeta el rito del cafelito, se adora al grano de café, y hay negras metidas dentro. Muy dentro. Esas mujeres que vendían en el baluarte llamado de los negros y del que quedó un callejón que da al muelle. Y un coro. Una raíz olvidada por los años de mezcla que atenuaran el racismo. Nuestra negritud se fue borrando de la piel por mor de no señalarse. Años más tarde regresará en los morenos prietos de las mulatas caleteras y sus cientos de veranos viviendo en la playita.

            Porque las calles anexas al puerto no sólo vieron el contrabando de tabaco de gaditanos que ya no tenían rebaños que Hércules ansiara robar, no sólo las mercancías exóticas, sino también la compra venta de seres humanos que fundaron una cofradía y dejaron mucho más que la caja y el bombo como herencia en la genética musical. La melodía se torna triste en las teclas porque la pena es que Cádiz no sabe que forma parte de lo que se ha venido a llamar la diáspora afroatlántica y que la negritud es parte de nuestra cultura madre, no sólo en ritmos y baile sino también en formas de expresión, formas de vida y formas de plantarse. Está en los compases de doce tiempos, en la pataíta, en el rito del baile en el que a uno lo rodean mientras baila (por bulerías o con el ritmo bantú) y le pasan cosas, se enciende como una hoguera, se entrega al cuerpo bailando. Porque en Cádiz, a pesar del asalto de holandeses, no somos del cartesiano "yo pienso, luego existo", sino del "yo bailo, luego soy". El magno y sencillo baile de Cádiz, que siempre dio que hablar desde las puellae gaditanae y sus crótalos. Que se lo pregunten a Marcial,  a Juvenal o al gallordazo del casto Hipólito.

            Y ustedes dirán: ¿qué carajo es el gran Thymiaterion? Pues un quema-perfumes que alguien se encontró en la Punta de la Nao, en la Caleta, allí, tirado. Como tantas otras cosas para pasmo de arqueólogos. El que dio con él bien podría ser uno de esos buscavidas que echaban pestes del héroe galdosiano Gabriel Araceli y que se planteó llenarlo de un perfume chiclanero más acorde con la sed de alegrías en las fatiguitas del cerco gabacho de Cádiz. Y no se lo llevó a su casa para su colección particular ni se lo vendió a un guiri o a un fanfarrón. Lo donó al museo. El gran Thymiaterion es un objeto milenario que podría haber aromatizado un templo en el que se adoraba a Astarté o a Tanit, que luego sería Afrodita, Venus y luego cualquier sabe qué virgen o patrona. Aquellos míticos templos a los que se iba a preguntar por los sueños y a soñar. Como hizo el que iba a ser César, que soñó su triunfo en el Capitolio. O los que venían a comerciar con el estaño, que soñaban controlar el comercio con los tartesios. O los que atraía la plata americana, que fantaseaban con Eldorado. Las viejas piedras de Cádiz también fomentaron el sueño constante de Pelayo Quintero sobre aquel otro sarcófago fenicio que buscó toda su vida bajo la intuición más perfecta de que existía. Porque estaba debajo de la que había sido su casa, bajo los adoquines.

            Pimpis siempre hubo en el puerto cuando bullía de mercancías y estibadores. Esos que recibían a los viajeros y turistas para ganarse unos duros haciendo de asesor por las callejuelas. Esos que, seguro, contaban historias antiguas con un arte que ya querría Rosetti para su guía. ¿Contarían las del Barco del Arroz, buque que desapareció cargado de lo que ahora se llama "ayuda humanitaria" o el cuento de aquel que naufragó lleno de marranos cerca del faro que acabó siendo el de las puercas? Del tirón.

            En nuestro piano caben barcos cargados de caoba y palisandro, madera para construir los pianos que vendían en el Salón Quirell, sito en la calle Rosario y en el que Manolito Falla estrenó el 16 de agosto de 1899 "Nocturno para piano", "Melodía para violonchelo y piano", "Serenata andaluza para violín y piano" y "Cuarteto en Sol". Bien, Manué, bien, picha.

   
         Las mil y una fatigas que pasó Pericón son antológicas. Lo sabe el perro Smoking y el poeta de Archidona, Ortiz Nuevo, que nos legó su arte de narrador en un libro que debe ser piedra angular de la narrativa a la gaditana. Su hambre y su imaginación quisieron figurarse faluchos cargados de guisos como la verdadera mercancía que importa y niega necesidades vitales. Esas fatigas que también pasaron los componentes de la chirigota El frailazo y sus tragabuches que, cuatro años después de que salieran en carnaval, fueron fusilados por los sediciosos que nunca entienden qué es el Carnaval. Pero las jambres también son los besos en el pan duro que daba mi abuela al tirarlo a la basura
            —No te vayas.

            Y el hambre de calichas de José Peña, artista del cabaré carnavalesco, que de chico, contaba, se comía las tortas de cal de la pared que blanqueaba su madre cada día como metáfora de la jambre que vamos a sufrí, que mire usted que gracia tenemos aquí. De hiel la olla está llena. Que se lo cuenten a Salvochea o a Vicente Ballester o a las cigarreras fusiladas, y que se llaman Micaela, Amparo, Antonia y Francisca. De ahí el cucharón y paso atrás, que es la forma colectiva de comer de muchos trabajadores que tantas veces se levantaron desde los días del Cantón y Salvochea hasta la reconversión naval de 1977.




25 agosto 2018

¡Qué bonito es el Carnaval de Dakar!

Imaginemos por un momento que un director de cine de andaluz, con una productora competente detrás, recibe un guión para rodar una película que trata del Carnaval de Dakar en la que un dakarois, aparte de cantar en el concurso oficial de agrupaciones griotescas, tiene que traficar con diamantes de sangre, para sacar adelante su familia. El director saca nota de prensa y en Dakar todo el mundo se alegra. El propio alcalde de Dakar recibe al cineasta y le abre las puertas de la ciudad para que todo salga bien y el rodaje sea un éxito. La prensa de Dakar se hace eco de que la película se va a rodar en la ciudad y en la población pesquera de Saint Louise. La nota de prensa podría decir así:
"El Carnaval de Dakar será el gran protagonista de la próxima cinta del director andaluz Francisco Palomo. Será un actor keniata Babeke Komé, el que protagonice la cinta. Actor muy célebre por su papel de hechicero en la exitosa serie "El secreto de la sabana vieja", que también participó en “Camerún de la Isla", en "La tribu" y el programa de televisión “Atrapa el ñu".
"Babeke Komé participará en "Kambembo chigüato guannío empetao", que así se llamará este filme, donde se mezcla el Carnaval de Dakar con el mundo de los diamantes, en una historia que ilustra el éxito y la posterior caída a los infiernos del protagonista. Comedia negra con tintes policíacos y de ‘thriller’, según el director. Komé estará en la cinta junto a otras actrices keniatas de renombre como Tumadao Konelpalo, Sisai Masai Sondoce, Ketengo Kanguelo, y los actores sudafricanos Lavate Losqueso y Mepongo Kambembo.
"También participan figuras conocidas y autores del Carnaval de Dakar como Bantú Ovoyó, Yotengo Kokoroko y Mekago Entukasta, de los que el director está recibiendo “mucho apoyo y asesoramiento, porque quiero llegar al fondo, conseguir cosas que sean de verdad y que "Kambembo chigüato guannio empetao", pueda ser una película referente de esta fiesta de Dakar”.
"Kambembo chigüato guannío empetao’ cuenta la historia de Malick, un pobre griot en paro que intenta mantener a flote a su familia mientras prepara el concurso oficial de griots de este año. Un traficante local quiere que le ayude a robar el depósito de diamantes de sangre más grande de Senegal antes de que se lleven toda la mercancía a Europa y se convierte en traficante.
Sobre el rodaje, "Kambembo chigüato guannío empetao" se desarrolla íntegramente en Dakar, aunque filmarán también en la población costera de Saint Louise. Durante cinco semanas de rodaje, pretenden “plasmar la belleza y los colores de la ciudad, el carácter de sus gentes, y por supuesto, su increíble Carnaval”. El equipo de rodaje estará formado por medio centenar de personas, un 90% senegalés, y también contará con extras locales."
Imaginarse qué tópicos pueden salir en la película. ¿Nos reiremos de ellos? ¿No son los de Dakar los más graciosos de toda África Occidental? ¿Se indignarán los dakarois al verse caricaturizados? ¿Se ofenderán cuando vean una película que los muestra como flojos y buscavidas, como futuros manteros? ¿Se reirán con el tópico de siempre de que tienen alergia al arado con el ñu? ¿Cuántos pasodobles del clásico Enviendo Keamanece se sabe el director de la película? ¿Sabe lo que es un "punta de lanza jurado" o qué significa el clásico "amoescucháeldjembé"?
Pero lo peor es imaginarse el cuñadómetro general de África cuando a alguien de Dakar-Dakar, después de verla, se le ocurra criticar la película:
"Pero si no puedo contar historias en tu carnaval, ¡entonces no podré apreciar la cultura popular de Dakar!”. O “Si yo muero con Enviendo Keamanece, me sé todo su repertorio desde el año 1956". O "Si veo el concurso de Griots entero, de las preliminares a la final, ¿que no tengo idea de qué va el Carnaval de Dakar? ¿Que me hace falta ir a sus calles para ver a las callejeras griots? "¿Por qué no puede participar mi griot de Marruecos en tu concurso?" O "¿Por qué nunca pasan a la final los griots de Zambia en el Concurso de Dakar?" "¿Deben ofenderse los dakarois cuando los de Gambia canten sus clásicos griots de Dakar en las barbacoas? ¿Qué pasa con los etíopes que cantan por arribita a Enviendo Keamanece?"
Hay mucha, demasiada, gente que no repara, porque no hace el mínimo esfuerzo, en que la tan mentada apropiación cultural es una forma de poder opresivo en la dinámica entre dos grupos diferentes. ¿Se entenderá ahora por qué es un problema cuando las personas de una cultura "dominante" (que no suele considerar "arte" o "cultura" el carnaval de Dakar sino folklore que hay que subtitular, que suele obviar otros aspectos culturales más "cultos" que también se dan en Dakar) usan el carnaval para el entretenimiento masivo? ¿Se entenderá que cuando toman los elementos culturales de forma tópica o errónea, o parcial, o si entenderlos del todo, el grupo "marginado" habitualmente por su forma de habla, por su gracia, por su rapidez o por sus playas, o por sus tradiciones, se mosquee y diga que los han usado sin tener ni pajolera idea, o que "eso no es así"? ¿Se entenderá que ya se acabó eso de no preocuparse acerca de cómo este tipo de acercamientos al Carnaval de Dakar afectan a las personas que lo viven cada día, y se han criado en él, y es una cosmovisión que organiza la realidad y el tiempo? ¿Puede alguien sentirse ofendido por los nombres africanos que me he inventado remedando el habla "africana"?
¿Será calificadas estas críticas dakarois como "triviales, rebuscadas, demasiado polémicas, sin necesidad, que no facilitan el progreso, la cultura, el mercado" y que los dakarois "se ofenden con mucha rapidez, son muy susceptibles y demasiado tiquismiquis, no les gusta nada, tienen mucho sentimiento de inferioridad"?
Seguro.
Po ahí lo lleva.

18 agosto 2018

Las niñas de Cádiz en los medios

El libro en los medios

Las niñas de Cádiz (El Paseo), MasLeer, 6 de agosto de 2018

07/08/2018
Las niñas de Cádiz (El Paseo), MasLeer, 6 de agosto de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), Al Sur de Canal Sur, 11 de julio de 2018

23/07/2018
Las niñas de Cádiz (El Paseo), Al Sur de Canal Sur, 11 de julio de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), Canal Sur Radio, 29 de junio de 2018

29/06/2018
Amplia entrevista de Viki Román en "Es la Vida" con David Monthiel, autor de Las niñas de Cádiz (El Paseo), Canal Sur Radio, 29 de junio de 2018 (a partir del minuto 12)

Las niñas de Cádiz (El Paseo), El Salto, junio de 2018

06/06/2018
Magnífico reportaje sobre Las niñas de Cádiz (El Paseo), El Salto, junio de 2018
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Las niñas de Cádiz (El Paseo), Estado Crítico, 23 de mayo de 2018

23/05/2018
Crítica de Las niñas de Cádiz (El Paseo), Estado Crítico, 23 de mayo de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), La Razón, 6 de mayo de 2018

07/05/2018
Las niñas de Cádiz (El Paseo), La Razón, 6 de mayo de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), ABC, 2 de mayo de 2018

02/05/2018
Reportaje sobre la novela negra gaditana con entrevista a David Monthiel, autor de Las niñas de Cádiz (El Paseo), ABC, 2 de mayo de 2018
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Las niñas de Cádiz (El Paseo), Diario de Sevilla (Grupo Joly), 2 de mayo de 2018

28/04/2018
Las niñas de Cádiz (El Paseo), Diario de Sevilla (Grupo Joly), 2 de mayo de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), Zenda, 27 de abril de 2018

27/04/2018
Adelanto de Las niñas de Cádiz (El Paseo), Zenda, 27 de abril de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), Calibre38, 27 de abril de 2018

27/04/2018
Adelanto de Las niñas de Cádiz (El Paseo), Calibre38, 27 de abril de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), Diario de Cádiz (Grupo Joly), 16 de abril de 2018

16/04/2018
Contraportada en todas las cabeceras del Grupo Joly para Las niñas de Cádiz (El Paseo), Diario de Cádiz (Grupo Joly), 16 de abril de 2018
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Las niñas de Cádiz (El Paseo), OndaCero, 13 de abril de 2018

16/04/2018
Las niñas de Cádiz (El Paseo), OndaCero, 13 de abril de 2018

Las niñas de Cádiz (El Paseo), Diario de Sevilla (Grupo Joly), 16 de abril de 2018

16/04/2018
Contraportada en todas las cabeceras del Grupo Joly para Las niñas de Cádiz (El Paseo), Diario de Sevilla(Grupo Joly), 16 de abril de 2018
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