Sigue siendo invierno en Madrid. A las siete de la mañana, cuando aún es noche cerrada, las aceras resuenan con el peso de los tacones de las secretarias que se encaminan hacia la boca de metro más próxima y, después, desaparecen, tragadas por los agujeros calientes del dédalo sumergido. Madrid está sembrado de huecos deslizantes por los que miles de secretarias resbalan cada lunes y cada martes, etcétera.
Los alcorques de los árboles están helados y sucios y, enseguida, justo cuando las secretarias han hecho el primer transbordo para subir, después, jadeantes la escalera y correr hacia la parada del autobús, se empiezan a escuchar las piquetas que taladran el pavimento de las calles y el soplido continuo de las emanaciones de gas que tiñen la atmósfera de un olor parecido al que despiden los excrementos de vaca.
En los cruces de algunas avenidas, entre el fragor del atasco, un adolescente limpia el parabrisas de un monovolumen. El muchacho exhala vaho por la boca y los agujeros de la nariz, mientras la mujer que conduce, sin abrir la ventanilla, le hace con la mano gestos de que no, que no.
En la sala de extracciones del hospital ya hay una considerable cantidad de público, un poco mareado, a causa del ayuno o de los altos niveles de colesterol en la sangre o de la hipertensión arterial o de los embarazos. Los cajeros de los bancos abren las ventanillas y conectan las patallas de los ordenadores. El dinero empieza a moverse: órdenes de pago de recibos de la luz, enciclopedias a plazos, hipotecas, transferencias, talones falsificados, barriles de cerveza y serpentines, impuestos indirectos, compras por catálogo, accesorios de teletienda, llamadas a programas concurso, inversiones, bonos del tesoro, finiquitos, trapicheos de esquina, seguros, sociedades médicas, ropa de invierno y de verano, tráfico de drogas y de armas, venta de prensa diaria, producciones cinematográficas, felaciones, la matrícula de la universidad, el carné de conducir, un kilo de filetes de tapilla, los cartones de leche, la grúa, los números rojos, la lotería de navidad y los ahorros de toda una vida. Los coches patrulla siguen dando vueltas. Los bomberos y escritores duermen, y una señora ha salido a mirar por la ventana proque no tiene nada que hacer y no puede conciliar el sueño. Se retira pronto porque hace frío, y enciendo la televisión.
Lentamente se van a apagando las luces de la ciudad nocturna, y niños caminan, dados de la mano, hacia los colegios. En las espaldas llevan carteras repletas de libros de texto sobre la educación en valores. Los niños llevan a las espaldas manuales que definen el concepto de género humano, mientras sus madres están temporalmente contratadas en las cocinas de un expendedor de comida rápida, y sus padres s ecolocan en cualquier fila, en la que sea, en una fila de ésas que sirven para conseguir algo.
de "Animales dométicos" de Marta Sanz, Ediciones Destino 2003.
Los alcorques de los árboles están helados y sucios y, enseguida, justo cuando las secretarias han hecho el primer transbordo para subir, después, jadeantes la escalera y correr hacia la parada del autobús, se empiezan a escuchar las piquetas que taladran el pavimento de las calles y el soplido continuo de las emanaciones de gas que tiñen la atmósfera de un olor parecido al que despiden los excrementos de vaca.
En los cruces de algunas avenidas, entre el fragor del atasco, un adolescente limpia el parabrisas de un monovolumen. El muchacho exhala vaho por la boca y los agujeros de la nariz, mientras la mujer que conduce, sin abrir la ventanilla, le hace con la mano gestos de que no, que no.
En la sala de extracciones del hospital ya hay una considerable cantidad de público, un poco mareado, a causa del ayuno o de los altos niveles de colesterol en la sangre o de la hipertensión arterial o de los embarazos. Los cajeros de los bancos abren las ventanillas y conectan las patallas de los ordenadores. El dinero empieza a moverse: órdenes de pago de recibos de la luz, enciclopedias a plazos, hipotecas, transferencias, talones falsificados, barriles de cerveza y serpentines, impuestos indirectos, compras por catálogo, accesorios de teletienda, llamadas a programas concurso, inversiones, bonos del tesoro, finiquitos, trapicheos de esquina, seguros, sociedades médicas, ropa de invierno y de verano, tráfico de drogas y de armas, venta de prensa diaria, producciones cinematográficas, felaciones, la matrícula de la universidad, el carné de conducir, un kilo de filetes de tapilla, los cartones de leche, la grúa, los números rojos, la lotería de navidad y los ahorros de toda una vida. Los coches patrulla siguen dando vueltas. Los bomberos y escritores duermen, y una señora ha salido a mirar por la ventana proque no tiene nada que hacer y no puede conciliar el sueño. Se retira pronto porque hace frío, y enciendo la televisión.
Lentamente se van a apagando las luces de la ciudad nocturna, y niños caminan, dados de la mano, hacia los colegios. En las espaldas llevan carteras repletas de libros de texto sobre la educación en valores. Los niños llevan a las espaldas manuales que definen el concepto de género humano, mientras sus madres están temporalmente contratadas en las cocinas de un expendedor de comida rápida, y sus padres s ecolocan en cualquier fila, en la que sea, en una fila de ésas que sirven para conseguir algo.
de "Animales dométicos" de Marta Sanz, Ediciones Destino 2003.
1 comentario:
Buenísimo su blog! ;)
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