Aquella niña vivía
en su casa cepo de chapa y porche de dinamita.
Quebró las viejas ramas y el peso muerto fruto
de una mirada prohibida o de un asiento en el bus.
Aquella niña huyó de la justicia, de las capuchas
y del fuego que tuesta hermanos
en un cerco de sonrisas y camisas sudadas.
Aquella niña supo que
la muerte
sucedía,
vigilante en los barrios
y no se entregó a la noche tóxica.
Aquella niña pantera en los comedores
y negra en las listas de la inteligencia
le gritó a la celda raíz de las heridas abiertas,
le gritó a las rutinas del exilio y a las ráfagas
que amenazan de madrugada como golpes de mazo.
Aquella niña fue
carta en la milla sola de los homicidios justificables,
epístola que disparó ternura.
Aquella niña recluida mucho antes de los veredictos
por los doce hombres de todas las Carolinas del Sur.
Aquella niña
supo sonreir a las pruebas más necias
con el dictamen corredizo en su hermoso cuello.
Aquella niña huida y refugio en casa cualquiera,
rastro en sótano útil, buhardilla de abrazos,
perseguida por el cepo, las capuchas,
las mazas, los cargos látigos y los sudarios FBI,
aquella niña hermana Ángela sonriendo,
aquella niña
será bienvenida a esta casa.
Texto: DFM. Corrección, prosodias, zurcidos y arreglos: Luis Melgarejo.
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