Maldijo cien veces al dios dichoso
del que fue madre la usura de labios abiertos:
que arrasaren su cuerpo laso las sombras
que comen heces. Que pústulas sean sus manos,
secos los ojos ciegos en la queja.
Que este tiempo añadido a los clavos
sea más leña seca para el corazón ardiente
en las heladas noches del invierno.
En vano en su piedad la fe pusimos.
Y vienen las horas de más, los odios, la hartura.
Y nos adjudica la burla forzosa
de los que destejen la órdenes
en un hilo que nos cerca y ata.
Luego concluyó algo más convencido:
Me las paga.
Este cabrón me las paga.
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