Erisictón 2.0
Nada es lo mismo, nada permanece. Menos la Historia y la morcilla de mi tierra: se hacen las dos con sangre, se repiten. Como bien saben los –coyunturalmente irresponsables por aquello de lo que todo el mundo habla- consumidores de morcilla y lectores de Ángel González, la relación entre algunos alimentos y una dificultosa digestión es harto complicada hasta el punto de que, como dijo el gran gastrónomo Marx, después de eructar, aquello de que la historia suele repetirse primero como tragedia y la segunda como farsa. Pero el objeto cómico de la repetición se convierte en sonrisa congelada, ese gesto justo antes de convertirse en mueca de miedo.
La sensación de deja vu por ahora puede más que nuestra memoria de pez construida sobre eventos históricos cada cinco minutos. Así lo dice el microrrelato: Se dio cuenta que era el pez más listo del océano y que su poder era infinito. Un segundo más tarde, volvió a darse cuenta.
Paul Potts era un vendedor de telefonía móvil que se presenta al “Tienes talento” inglés. El concurso consiste en la realización de un casting en directo. Potts, antes de salir al escenario, afirma que toda su vida ha querido ser cantante de ópera y que viene a cantar un aria del acto final de la ópera Turandot de Giacomo Puccini, “Nessun dorma”. Potts es poco agraciado físicamente, su vestuario carece del sentido televisivo necesario. Aparece en el escenario. El jurado le pregunta quién es y qué hace con suspicacia. Potts responde con timidez. El jurado se muestra escéptico a la respuesta del concursante. Aumenta su incredulidad cuando además añade: Quiero ser cantante. Potts comienza a cantar. El plano muestra el jurado que continua con cara de escepticismo. El plano del público augurando el ridículo y la vergüenza ajena confirma las ideas del espectador. Potts realiza una magnífica actuación. El plano del jurado: cambio en la actitud y los rostros que son de sorpresa y emoción contenida. Plano del público emocionado. Jurado sorprendido gratamente. Jurado reconociendo la magia del momento. Paul Potts recibe los elogios con humildad, como su no hubiera roto un plato.
Susan Boyle estaba en paro y se presenta al “Tienes talento” inglés. El concurso consiste en la realización de un casting en directo. Boyle, antes de salir al escenario, afirma que toda su vida ha querido ser cantante y que viene a cantar “I dreamed a dream” de Los Miserables. Boyle es poco agraciada físicamente, su vestuario carece del sentido televisivo necesario. Aparece en el escenario. El jurado le pregunta quién es y qué hace con suspicacia. Boyle responde con timidez. Va a cantar “I dreamed a dream”. El jurado se muestra escéptico a la respuesta del concursante. Aumenta su incredulidad cuando además añade: Quiero ser cantante. Susan Boyle comienza a cantar. Etcétera
Si han abierto ese fordward de su correo electrónico, si han visto cualquier telediario sabrán de lo que le hablamos. Ambos ciudadanos cumplen con el teorema de Warhol a la perfección. Los videos de sus actuaciones se convirtieron en virales con tanta rapidez que ni siquiera la OMS pudo informar sobre las medidas higiénicas ante tan devastadoras interpretaciones de lo real-guionizado. No hace falta explicar el éxito virtual de ambos personajes y su focalización por parte de los medios. Eso sí esta capacidad vírica de transmisión que ha contagiado a millones de bandejas de entrada de estos videos no tiene parangón con la otra repetición de estos días en los medios.
La peste porcina (intercámbiese por la enfermedad que toque) se extiende sin control por las redacciones y editoriales. Así como los análisis del miedo contemporáneo de las sociedades del bienestar —eufemismo de las sociedades del nihilismo y la ferocidad— van apareciendo como hongos por la red. A ver, campo semántico: La epidemia del miedo, pandemia de temores, socialización del canguelo máximo en una sociedad que apenas si concibe la muerte.
El índice de miedo y pandemia, como saben, es directamente proporcional al lucro de las grandes empresas farmacéuticas y a ese anular extendido que todas llevamos dentro y que es un gesto muy factible cuando se habla de farmacéuticas. Eso sí, pandemias con la falta de información alejada de los intereses económicos y las tan recurrentes lacras mundiales (hambre, guerra o su pleonasmo, el capitalismo). Si jugamos a las cifras y letras nos encontramos que la información apenas si encuentra objeto de análisis. Sólo sabremos que se multiplican los casos de forma aislada cuando en 2008, y a un ritmo de casi tres al día, murieron 1.089 personas durante su jornada laboral o en el trayecto, 78 menos que el año anterior, según el Ministerio de Trabajo.
Lo que subyace a esta cantidad de repeticiones es ese castigo mitológico al que estamos penados. En la mitología griega, Erisictón fue condenado a que nada saciaría sus ganas de comer, y cuanto más engullera más crecería su hambre. Estamos condenados al hambre y a la sed de novedades. Condenadas a repetir en bucles continuos lo mismo como si fuera novedoso. Una visión de ratón encerrado en la rueda. El mal ansía que nuestra memoria sea de de un pez. Para eso está el shock. Y sus tratamientos.
La concepción del tiempo como una autopista en la que el paisaje es sólo postal de foto movida. O como una rueda que gira sobre su mismo eje y no deja huella en la tierra. La concepción antigua de lo cíclico que avanza. Ya lo decían los Propeleheads con su history repeating que viene a ser una metáfora del pepino, el ajo y cualquier otro condimento que se repita. Nada es lo mismo, nada permanece. Menos la Historia y la morcilla de mi tierra: se hacen las dos con sangre, se repiten. Como bien saben los consumidores de morcilla y lectores de Ángel González, la relación entre algunos alimentos y una dificultosa digestión es harto complicada hasta el punto de que, como dijo el gran gastrónomo Marx, después de eructar, aquello de que la historia suele repetirse primero como tragedia y la segunda como farsa. Pero el objeto cómico de la repetición se convierte en sonrisa congelada, ese gesto justo antes de convertirse en mueca de miedo.
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