28 julio 2004

Cabezas de ángeles incendiadas


                                                                                     Nosotros, que deseamos sin fin 
                                                                                    Raoul Vaneigem

 
Convictos en el delito de la miel salvaje,
allanan labios huérfanos de la saliva quemante,
del pan de la palabra,
dando a las zancadas el hollar de los lobos,
como apostatas que apuestan por creer en este oleaje,
en esta hambre celeste,
en el censo de la deriva, en la lengua
de luz y furia de las tempestades,
despiertos, insomnes en lo que desean
hasta el horizonte del terror,
brutales, inmensos, invisibles,
gatos que juguetean, que meten la cabeza
en las fauces del domador,
serios, burlones, amenazantes,
crecidos entre viento y mugre,
como astillas que se consumen sin fuego,
sangrando palabras que de lejos,
de tan lejos, resisten sin la cura
del cansancio, sin la tregua del miedo.
Cabezas de ángeles abrasadas,
que engastan la sangre en las palabras
como artesanos que trabajan la larvada ira
del silencio derramado,
Siempre anhelando
un amor de pérdidas y mapas,
Nosotros,
que deseamos sin fin.

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